El Regio de Turín inugura su temporada con ‘Los pescadores de perlas’
Turín. Teatro Regio. 3-X-2019. Georges Bizet: Les pêcheurs de perles. Hasmik Torosyan; Kévin Amiel; Pierre Doyen; Ugo Guagliardo. Dirección de escena, vestuario, coreografía e iluminación: Julien Lubek y Cécile Roussat. Coro y Orquesta del Teatro Regio de Turín. Dirección musical: Ryan McAdams,
En el desarrollo de la ópera francesa, el peso del exotismo fue muy fuerte, especialmente en la segunda mitad del siglo XIX, dejando un repertorio con una larga lista de obras marcadas por esta corriente.
Si se da una rápida mirada a óperas francesas empapadas de exotismo y específicamente orientalismo, de inmediato aparecen las principales: La reina de Saba (1862) de Gounod; Los pescadores de perlas (1863), Djamileh (1872) y Carmen (1874) de Bizet; La africana (1865) de Meyerbeer; El rey de Lahore (1877) y Thaïs (1894) de Massenet; Sansón y Dalila (1877) de Saint-Saëns; Lakmé (1883) de Delibes. En estas óperas se ofrecen viajes a tiempos en su mayoría remotos e imprecisos y a lugares tan exóticos como Ceylan, Palestina, Egipto, el sur de España, o la India.
En todas ellas, el exotismo actúa más en lo visual que en lo musical, ya que, aunque muestren lejanos y muy pintorescos lugares del globo, salvo rarísimas excepciones el discurso vocal y orquestal se queda en lo convencional. La música sólo se acerca hacia esas apartadas culturas mediante sutiles efectos o algunos guiños diferenciadores.
No es fácil escenificar alegóricamente, con aire orientalista, una ópera de este género para el público del siglo XXI, dada la globalización de la información sobre todos los lugares y culturas. Por ello, no es infrecuente que se actualice la ambientación o que los elementos orientalistas se reduzcan a lo esquemático, a crear una atmósfera que simule lo que pudo ser la mise-en-scène de estas obras en el París de la segunda mitad del XIX. Esta última opción ha sido la que eligieron Julien Lubek y Cécile Roussat, responsables de la escenografía, coreografía, vestuario e iluminación.
Ante todo, y pese a su escasa espectacularidad (necesaria tal vez para reflejar el orientalismo exótico que pretendía Bizet), hay que señalar que los escenógrafos han respetado la acción tal y como fue concebida por el compositor y sus dos libretistas, algo poco común en nuestros días. El escenario queda enmarcado con uno arcos ondulados que recuerdan el borde de una nube de algodón, y que reduce notablemente la altura de la escena en los extremos de su boca. El mar se insinúa mediante un pequeño fragmento del piso con superficie metalizada, en primer plano del escenario. Los elementos que requiere la ambientación de la trama –playa desolada y arenosa, palmeras, templo de Brahma, barquita de Leïla, gran llama de fuego de una hoguera, etc.- se resuelven de forma esquemática, con la simplicidad propia de las escenografías, aunque sin su lujo y esplendor, de la época en la que fue estrenada la obra y con cierto toque naíf en la vegetación.
La dirección de actores resultó bastante convencional y algo descuidada. Confusos y de escaso efecto dramático los movimientos de masas en la última escena, mientras que las interrelaciones físicas entre los personajes principales apenas aportaron nada al desarrollo amoroso o trágico de la trama.
Más acertado el vestuario, de tonalidades pasteles y terrosas, así como la iluminación, que desempeña un papel importante, mejor concebida que realizada, pues hubo algunos fallos, no muy importantes, aunque evidentes.
El reparto, único para las cinco funciones con las que ha arrancado la temporada del Regio de Turín, resultó desigual. Con diferencia, lo mejor de la noche estuvo en el canto y en la presencia de la joven soprano Hasmik Torosyan, cuyo físico y muy bellos rasgos faciales convienen espléndidamente a la sacerdotisa Leïla. Salvo un inicio un tanto inseguro, se fue afianzando a medida que transcurría la ópera, hasta lograr extraordinarias inflexiones y colores vocales llenos de emociones en su largo dúo con Zurga. Antes, mostró la calidad de su metal vocal, con momentos de carnosidad aterciopelados, homogeneidad casi absoluta en todo su registro y facilidad natural –que se apoya en una técnica muy trabajada y depurada—en los agudos y agilidades en el aria con coro ‘O Dieu Brahma!’ y en el que fue su momento mejor, el recitativo y cavatina ‘Comme autrefois dans la nuit’. Esta soprano armenia se encuentra en su elemento interpretando papeles de jóvenes tierna y apasionadamente enamoradas, como Marie de La fille du régiment, Amina de La Sonnambula y ahora esta Leïla, cuya fragilidad y resignación en los momentos adversos es capaz de expresar con una emoción y dulzura que llega con facilidad a los espectadores.
En el rol de Zurga estaba previsto que interviniera el barítono italiano Fabio Maria Capitanucci. En su lugar, y sin que se anunciara al inicio de la función, lo interpretó el barítono belga Pierre Doyen, quien sólo recientemente ha comenzado a incorporar a su repertorio papeles principales. Fue una grata sorpresa. La materia prima vocal es excelente y su pronunciación y articulación del francés, su lengua vernácula, impecables. Su línea de canto es ya bastante depurada y su concepción del personaje se decanta más por los colores vocales que expresan un ser atormentado y resignado, más que irascible y esclavo de la pasión.
Les pêcheurs de perles es una ópera para el lucimiento de un buen tenor lírico-ligero. Lamentablemente, el francés Kévin Amiel encarnó mediocremente al pescador Nadir. La voz es clara, no exenta de belleza, suficientemente voluminosa, pero se le notan demasiado los esfuerzos que debe hacer en el passagio della voce a un registro agudo limitado, corto de fiato, con tendencia a desafinar y de emisión engolada y poco in maschera. Quedó muy eclipsado en el dúo de amistad con Zurga y en el de amor con Leïla por sus colegas, sobre todo por Hasmik Torosyan. Su extraordinaria aria ‘Je crois entendre encore’ paso casi desapercibida. Curiosamente, y pese a ser nativo francés, su articulación del texto es bastante defectuosa y las temibles vocales nasales—para tenores no francófonos—resultaron desdibujadas.
Correcto y aceptable en general el bajo Ugo Guagliardo como Nourabad, con dos o tres excelentes frases nobles y autoritarias en los momentos oportunos.
La versión elegida fue la original de 1863. La dirigió con atención al detalle el maestro Ryan McAdams, quien supo controlar en todo momento el volumen de la orquesta a fin de que las voces –en especial, los magníficos pianissimi de Hasmik Torosyan—se pudieran escuchar con nitidez. Destacó el acompañamiento orquestal, delicado y de gran refinamiento sonoro, en la ya comentada aria del tenor ‘Je crois entendre encore’. McAdams obtuvo un sonido de ricos colores de la cuerda, pese a la poca sonoridad de los contrabajos.
En el coro del Teatro Regio sobresalieron las damas, con potente, claro y bello sonido de las sopranos y mezzos. Como es habitual en muchos coros de los teatros de ópera italianos, faltan bajos-cantantes, sustituidos por barítonos con notas graves pero poco rotundas y sonoras.
Fernando Peregrín Gutiérrez