MADRID / El Madrid más andalusí, por Daniel Quirós
Madrid. Restaurante Al-Mounia. 17-I-2019. Cristina Gades, baile. Sara Marina y Emilio Villalba, múisca. Música de Al-Ándalus.
Por Daniel Quirós Rosado
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n lugares recónditos de la ciudad de Madrid, en ocasiones, es posible encontrar oasis sacados de los cuentos que narraban nuestros padres momentos antes de dormir. Historias de emires, caballeros, princesas y palacios amenizaban aquellos inolvidables instantes que hacían volar nuestra imaginación. Y algo parecido sucedió la noche del 17 de enero cuando abrimos las puertas de Al-Mounia, un restaurante anexo a la calle de Recoletos, en el que pudimos viajar hasta parajes de Al-Ándalus con la bailarina Cristina Gadea y los músicos Sara Marina y Emilio Villalba.
Este restaurante con décadas de historia tendió la mano, y la carta, a una música y una danza que despertaron los cinco sentidos de los asistentes a la par que alimentaron el cuerpo y el alma. Gran mérito tiene una agrupación sevillana de música antigua —vale recordar que cuenta con sólo dos músicos— que está demostrando que no tiene nada que envidiar a los grandes maestros españoles de las últimas décadas. Allá donde llevan su colección de instrumentos medievales imprimen un sello de calidad imborrable para los asistentes.
Así ocurrió la mencionada noche, donde se atrevieron a ir un paso más allá de la mano de una bailarina de danza oriental que cautivó a los comensales, no sólo con sus bailes, sino también con un repaso por la historia de la danza que puso en el sitio que se merece la figura de este tipo de bailarinas, tan mal conocida en la actualidad. De esa forma asombró al público con bailes que incluían juegos de sables tan hipnóticos que nadie pudo atreverse a ‘dar un bocado’ a su plato hasta el final.
Pero hablemos de este palacio gastronómico madrileño-andalusí. Su decoración, basada en la geometría árabe, encajaba perfectamente con las tres artes que se reunieron en apenas unos metros: música, danza y gastronomía. Cristina Gadea, entre baile y baile, tuvo tiempo de guiarnos por la historia del local desde sus orígenes y destacar los diferentes elementos decorativos que hacen de este un lugar único en la capital. Y de la comida se puede decir que tenía un gusto tan exquisito y exótico que transportaba indefectiblemente a los lugares sugeridos por los músicos.
Quienes también guiaron sus pasos por la historia fueron Sara y Emilio, poesías de Wallada Bint Al-Mustaki incluidas. Desde Medina Azahara hasta el norte de la península, sus cuentos apresaron a los oyentes y los encantaron como a la esclava cristiana Zoraida. Todo ello bajo un hechizo musical generado por el sonido bien tañido del laúd, la viola medieval, la vihuela, el pandero, el riq o el darbuka —instrumentos que también tuvieron su explicación— con los que interpretaron bellas músicas tradicionales andalusíes y alguna nuba en la que se requirió del público para transformarla en una nana. Un público que, a tenor de lo observado al comienzo, no parecía conocer el espectáculo al que iba a asistir, notándose durante las primeras piezas interpretadas con un bullicio conversacional que llegó a tapar la música. No duró mucho ese comportamiento puesto que esa conjunción de música y danza, poesía y leyendas, historia y gastronomía sació todos los sentidos rápidamente de unos pocos privilegiados que vivieron en primera persona el Madrid más andalusí.