El espíritu y la energía de la Suisse Romande en el Victoria Hall

De las cuatro salas donde surgió el legendario Decca Sound, en los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo, tan sólo conservamos dos. No han sobrevivido ni el Kingsway Hall, la antigua capilla metodista situada en el distrito londinense de Holborn, que fue demolida en 1998, ni tampoco la acústica de la reconstruida Sofiensaal de Viena, que fue arrasada por un incendio en 2001. Obviamente, sigue en pie la famosa Sala Dorada del Musikverein, pero es mucho más importante, desde el punto de vista fonográfico, el Victoria Hall de Ginebra.
Decca ha realizado aquí 254 proyectos fonográficos, desde 1949, según refleja Philip Stuart en su admirable discografía. No obstante, tras el incendio de 1984, que afectó principalmente al monumental órgano que tiene como telón de fondo, el sello inglés ha vuelto al Victoria Hall tan sólo de forma esporádica. Todo surgió, en 1947, a partir de un contrato discográfico con Ernest Ansermet y su Orchestre de la Suisse Romande. Primero ubicaron las grabaciones en el estudio de radio local y, dos años después, se trasladaron a esta elegante sala de 1800 butacas, decorada en rojo y oro, con estuco neobarroco, y culminada en 1894 por el arquitecto ginebrino John Camoletti. Su dedicatoria a la Reina Victoria de Inglaterra está relacionada con el adinerado cónsul británico Daniel Barton que sufragó su construcción.
Tras la primera sesión con Ansermet y la Suisse Romande, el 23 de junio de 1949, en que grabaron Images de Debussy, el productor Victor Olof comprobó su excelencia acústica. Esa combinación de brillo, frescura y claridad sonora se convirtió en el estándar de alta fidelidad monoaural de Decca gracias al trabajo del ingeniero Arthur Haddy y su “ffrr” o grabación de amplio espectro de frecuencia. Siguieron registros de los tres principales ballets de Stravinski, entre 1949 y 1950, y la primera toma en directo, con Dinu Lipatti tocando el Concierto para piano de Schumann, en febrero de 1950. Pero la sala se convirtió, a continuación, en el centro de operaciones del sello británico para grabaciones vocales, de música de cámara, piano u órgano, e incluso también para alguna ópera.
No obstante, el principal evento fonográfico en el Victoria Hall aconteció el 13 de mayo de 1954. Aquel día, durante la grabación de la Sinfonía “Antar” de Rimski-Korsakov, con Ansermet y la Suisse Romande, aparte de la grabación monoaural con un solo micrófono, hubo un segundo ingeniero de sonido que colocó a tres metros sobre la cabeza del director un aparatoso árbol de tres micrófonos Neumann KM-56. Se llamaba Roy Wallace y ese día Decca realizó su primera grabación en estéreo. En adelante, el “ffrr” se convirtió en “ffss” o sonido estereofónico de amplia frecuencia. Y a la transparencia y vivacidad, ya conocidas, se le sumó una espacialidad y corporeidad que también pasaron a formar parte del ADN sonoro del sello británico.
El actual titular de la Suisse Romande, el británico Jonathan Nott (Solihull, 59 años), ha reconocido su preferencia por las salas modernas donde la conexión con el público resulta mucho más directa. Pero también admite que el Victoria Hall es algo muy especial. Hablamos sobre ello mientras almorzábamos en su camerino la mañana de su concierto, del pasado miércoles, 26 de enero, en Ginebra. Más allá de comentar la sólida historia de la sala y de la orquesta, Nott apeló en sus explicaciones a la experiencia colectiva que se vive en cada concierto. “Esta sala atesora el espíritu y la energía de todos los músicos que han actuado en ella, incluido Ansermet durante más de 50 años”. De hecho, la imagen del director suizo también puede verse hoy en el Victoria Hall. Tras la renovación de la sala, que siguió al referido incendio de 1984, el pintor ginebrino Dominique Appia añadió la imagen de Ansermet dirigiendo en el techo. La clave reside, según el actual titular de la Suisse Romande, en “conectar ese espíritu y energía del pasado con el público del presente”.
Nott asegura una comunicación muy fluida con los músicos de la orquesta de la Suiza francófona. Cuando llegué al edificio de conciertos, la fría mañana del referido 26 de enero, el director inglés estaba ensayando ante un nutrido público local que llenaba la sala. Pude seguir la sesión por el circuito cerrado de televisión entre bastidores. Y comprobé la efectividad musical de sus gestos fluidos, elásticos y llenos de volutas dirigiendo Brahms. Tras mi almuerzo con Nott, pude disfrutar de unos minutos de la sala completamente vacía, gracias a las atenciones de la directora de comunicación de la orquesta, Carolyn Polhill. Pero el verdadero espíritu del Victoria Hall cobra vida cuando suena la música de su orquesta residente y el público ocupa sus localidades.
Eso sucedió por la tarde. La Suisse Romande, que el martes, 25 de enero, había tocado el estreno de una nueva producción de Elektra, de Strauss, en el foso del Grand Théâtre de Genève con Nott a la batuta, se disponía a tocar un programa de abono que combinaba el Concierto para violín, de Schumann, y la Segunda sinfonía, de Brahms. Contaba, como solista, con el músico residente de esta temporada, el violinista alemán Frank Peter Zimmermann (Duisburgo, 56 años), que en septiembre había iniciado la temporada con la Suite concertante, de Martinů, junto a la Rapsodia núm. 1, de Bartók, y la cerrará, en junio, con el Concierto para violín, de Brahms. Pero Schumann supone un reto excepcional. No sólo fue su última composición sinfónica que redactó, en 1853, y durante los meses previos a su colapso mental, sino que su viuda Clara la atribuyó a su demencia o su amigo Joseph Joachim la rechazó, antes de legar el manuscrito al juicio de la posteridad y depositarlo en la actual Staatsbibliothek berlinesa.
En el vídeo promocional de su residencia en Ginebra, Zimmermann admite que no se trata de un concierto tan perfecto como otros para su instrumento. Pero destaca su profundidad. “Van a escuchar una música tan íntima y tan conmovedora que siempre hace que me pregunte después si yo mismo he perdido algo de mi alma”, admite. A Nott, en cambio, le fascinan las disonancias que incluye en el desarrollo del primer movimiento. “Parece como si quisiera poner las notas equivocadas”, me señala en su partitura llena de anotaciones durante el almuerzo. “Me parece una pieza fascinante y completamente instintiva, en donde Schumann no me parece alguien enfermo, sino más bien alguien que busca algo nuevo. Utiliza armonías simples con pedales disonantes que atraen, a su vez, otras disonancias. Es muy moderno”, opina. Le pregunto, además, por los problemas que tienen las lentísimas indicaciones metronómicas del compositor, especialmente en la polonesa final. Admite que a Frank Peter le gusta tocarla más rápido, pero asegura que siempre trata de cantar en su cabeza las inflexiones de ese divertido ritmo de polonesa en ese tempo, a pesar de que después lo dirija un poco más rápido.
Zimmermann es un violinista técnicamente apabullante. Su enfoque interpretativo suele ser directo y evita cualquier atisbo de manierismo en favor de una convincente solidez musical. Puede comprobarse escuchando la reciente caja del sello de la Filarmónica de Berlín, con los conciertos para violín de Beethoven, Berg y Bartók, que acaba de obtener el premio ICMA. Pero el problemático Concierto en re menor, de Schumann, se ha convertido en un habitual en su repertorio durante la pandemia. Y exactamente hace ahora un año lo tocó en España con la Sinfónica de Galicia. Su interpretación asombra por la facilidad con que resuelve los pasajes más intrincados aparentemente sin esfuerzo. Nott le aporta una consistente fluidez clásica en el acompañamiento, sin ningún atisbo o guiño historicista. Y acepta el tempo rapidísimo que impone el violinista en la polonesa final, donde lleva la negra hasta las 93 pulsaciones por minuto, frente a las 63 que indica Schumann.
Pero la versión del violinista alemán en Ginebra no fascinó por la solidez de su virtuosismo, sino por la intimidad de su fraseo. Ya en el segundo tema del movimiento inicial casi consigue parar el reloj durante el referido y problemático desarrollo, que recondujo hacia la recapitulación con la bellísima entonación de su Stradivarius y un exquisito uso del portamento. Pero convirtió el Langsam central en el verdadero corazón de la obra. Aquí el violinista alemán elevó el tono expresivo, con una belleza lírica en el fraseo y una pureza tonal admirables, hasta convertirlo en uno de los momentos musicales de la noche. El público le premió al final con una calurosa ovación acompasada. Y el violinista regaló la zarabanda de la Partita para violín solo núm. 1, de Bach, con un asombroso despliegue de adornos en las repeticiones. De hecho, el próximo lanzamiento de Zimmermann, en el sello BIS, que estará disponible el próximo viernes, 4 de febrero, será el primer volumen de la integral de la Sonatas y partitas para violín solo, de Bach.
Nott prosiguió, en la segunda parte, con su integral de las sinfonías de Brahms. En este caso, con la Sinfonía núm. 2 en re mayor. Pueden verse sus interpretaciones en vídeo de la Tercera, en el Teatro Colón de Buenos Aires, en 2018, y en el Victoria Hall de la Cuarta, en 2017. En todas ellas, el director inglés despliega su característico enfoque cantabile dentro de un fluido arco que decanta la obra hacia el movimiento final. Este enfoque resultó todavía más apropiado para la Segunda. Nott aportó, en el arranque, una asombrosa fluidez vocal que lo aleja de cualquier rigidez metronómica. Una ingravidez que hizo desplegar el allegro non troppo como si fuese una pieza de música de cámara hasta adquirir temperatura sinfónica. El maestro británico se apoya, además, en el equilibrio, transparencia y luminosidad del Victoria Hall, un lugar donde las notas respiran y disponen de una reverberación ideal. Lo comprobamos especialmente en el desarrollo, donde Brahms subraya la riqueza armónica e intensidad física de lo expuesto con antelación, y Nott alcanza la cúspide musical del movimiento.
Si el allegro non troppo inicial destacó por su enfoque vocal, el adagio non troppo no pudo más que seguir por la misma senda. Su arranque sonó exquisito, con esa bella melodía en los violonchelos acompañada en movimiento contrario por los fagots. Y con la tonalidad de si mayor, que elevó la luminosidad de la sala, tras el tono generalmente opaco del movimiento anterior. La fluidez volvió a presidir el allegretto gracioso (quasi andantino) donde destacó, en esa estructura de pseudo-scherzo con dos tríos, la calidad netamente francesa de la madera de la Suisse Romande (excelente el joven oboísta Simon Sommerhalder) y el poso germano de su cuerda.
Al igual que hizo en Bamberg durante tres lustros, Nott sabe combinar perfectamente su visión cantable, ingrávida y textural de la música con la tradición de la orquesta que dirige. En este caso, hablamos de una orquesta que surgió de un curioso híbrido en 1918. Lo explicó el propio Ansermet durante una entrevista con Robert Chesterman, incluida en Conductors in Conversation: “Para formar la orquesta [de la Suisse Romande] tomé a los músicos de viento de madera principalmente de Francia, los de metales principalmente de Viena y los de cuerda de Bélgica e Italia”. Este cruce de tradiciones francesas, germanas e italianas ha conformado un sonido bastante dúctil, macerado con la admirable acústica del Victoria Hall. Lo podemos verificar en el repertorio romántico alemán y en la música francesa, tal como muestra el último lanzamiento discográfico de la orquesta, en Pentatone, que combina una extensa suite orquestal preparada por Nott, de Pelléas et Mélisande, de Debussy, con el poema sinfónico homónimo de Schönberg.
Y llegamos al allegro con spirito que cierra la obra, cuya conexión con el movimiento inicial la marca el propio Brahms al convertirlo en una especie de variación del arranque de la sinfonía. Durante nuestra charla previa al concierto, Nott me aclaró que los movimientos finales de las sinfonías de Brahms eran para él algo especial. Concretamente, las tres primeras suelen tener un comienzo suave, que en la Segunda y Tercera se indica como sotto voce. Nott lo interpreta como un inmenso signo de interrogación, en donde la estoica tristeza anterior da paso a una intensa resolución. El director inglés lo tuvo claro durante el concierto y arriesgó sin miramientos. Fue donde se produjeron más leves desajustes de toda la obra, pero donde la orquesta elevó su temperatura y alcanzó a transmitir esa exuberancia húngara que hay tras las notas. El público correspondió con una intensa ovación que se prolongó durante varios minutos. Un premio por la interpretación de Brahms, pero también por el inmenso esfuerzo que supone hoy sacar adelante cada concierto. La Suisse Romande, como cualquier orquesta del planeta, no se libra de los quebraderos de cabeza a los que obliga la intensa ola de ómicron que estamos viviendo, tal como me explicó su director general, Steve Roger, mientras cenábamos y me contaba los proyectos artísticos del conjunto. Cada actuación es un pequeño milagro.
Por esa razón, resulta admirable que podamos disfrutarla de gira por España. Ibermúsica traerá a la orquesta suiza con Jonathan Nott y el flautista Emmanuel Pahud como solista, entre el 21 y 26 de febrero. Tocarán la Quinta sinfonía, de Mahler, que alternarán con los conciertos de Mozart (K. 313) e Ibert, en Oviedo, Madrid, Zaragoza, Barcelona y Alicante. Será un buen momento para experimentar ese espíritu y energía que atesora la Suisse Romande tras más de un siglo de historia.
Pablo L. Rodríguez
(Fotos de Niels Ackermann y Magali Dougados)