EL ESCORIAL / Paisaje zarzuelero de verano con Saioa Hernández
San Lorenzo de El Escorial. Teatro Auditorio. 28-VIII-2021. Festival Internacional de Verano de El Escorial. Saioa Hernández, soprano. Francesco Pio Galasso, tenor. Borja Quiza, barítono. Orquesta del Festival. Director: Javier Ulises Illán. Obras de Moreno Torroba, Díaz Giles, Penella, Sorozábal, Soutullo y Vert y Britten.
En este extraño Festival un tanto anárquico y sorprendente, de relativa chicha musical, aunque con la inesperada programación de la ópera de Porpora Carlo il Calvo comentada en estas páginas hace unos días, hemos podido asistir a una gala zarzuelera, algo que tampoco viene mal de vez en cuando, sobre todo cuando hay voces de relieve.
La tiene sin duda en alto grado la de soprano Saioa Hernández, una lírica plena rotunda, de timbre cremoso y perfumado, de insólita igualdad de registros, de fácil y sonoro agudo, centro lleno y graves naturales y bien apoyados. Se maneja con una técnica muy sólida, trabajada en su día con maestros como Lola Bossom, Daniel Muñoz, Renata Scotto o Montserrat Caballé, que le proporcionaron una cómoda y desahogada emisión, un fraseo de rara naturalidad y de clara y elegante configuración, aspectos favorecidos por su aplicación y sus dotes de natura. Intérprete inteligente, algunos de cuyos primeros pasos, allá por 2007, 2008 y 2009, pudimos seguir, por ejemplo, en las zarzuelas montadas por la Ópera Cómica de Francisco Matilla en los Jardines de Sabatini de Madrid.
Soprano con hechuras, firme, de escuela depurada y de muy franca y directa presencia física y vocal, que en este concierto zarzuelero volvió por sus fueron en partes vocales bien adaptadas a sus medios, que son los tan generosos de una lírica robusta y vigorosa, como se ha dicho; no los de una spinto decidida ni los de una dramática de agilidad, que son los propios de una Abigaille de Nabucco o una Lady Macbeth o una Gioconda, partes que viene cantando últimamente en los mejores teatros. En lo que creemos que le va mejor, da gusto escucharla. Y por eso hemos disfrutado mucho en esta ocasión oyéndola cantar, por ejemplo, en la tan hermosa y breve romanza de Adiós a la bohemia de Sorozábal; o en la de Niña estrella de Don Gil de Alcalá de Penella, mimada adecuadamente; o en su arrostrado dúo con el tenor en El gato montés del mismo autor.
Su saber hacer, su afectuosa forma de decir las disfrutamos asimismo con las demás actuaciones en las que encontró junto a ella al que es actualmente su pareja, el tenor italiano de San Giovanni Rotondo Francesco Pio Galasso, quien posee una voz de lírico de no muy amplio caudal, agradable y afectiva, extensa y bien proyectada arriba en un agudo un tanto estrecho pero timbrado. Frasea y dice con cordura, quizá un tanto genéricamente, sin demasiadas exquisiteces, pero resulta a la postre eficaz y aparece libre de inoportunos engolamientos, tan habituales en otras figuras. Cantó con donosura la romanza de Luisa Fernanda de Moreno Torroba, donde dio oportuna réplica en Cállate corazón (título de la reunión) a la soprano, y se recreó en la de La tabernera del puerto de Sorozábal.
El tercero en discordia fue Borja Quiza, un gallego impulsivo y generoso en su entrega, actor cambiante y barítono lírico de timbre claro, efusivo, de agudo en consonancia, de recursos vocales permanentes y de gracejo insuperable. Un fraseador nato y convincente, que encuentra siempre el medio de salir de cualquier apuro y que se lanza sin paracaídas ni red a compromisos de todo tipo. La mayoría de las cosas que cantó requieren —y así las hemos oído casi siempre— voces más recias y de mayor carácter, más amplias y rotundas. En todo caso, Quiza sale triunfante y comunica; como lo hizo en su romanza de El cantar del arriero de Diaz Giles o en la tan espinosa de Luisa Fernanda. Bordó su dúo de La del manojo de rosas de Sorozábal y dijo bien, en otra veta expresiva, el de Katiuska del mismo autor, en ambos casos con Saioa.
Los tres cantantes se despidieron muy animadamente con el bis previsto de La Gran Vía de Chueca, en donde colaboró, como en todo momento, la Orquesta del Festival, compuesta de músicos de diversas procedencias, en su mayoría muy jóvenes. Tras las mascarillas, acertamos a reconocer a algunos valiosos componentes de la Orquesta de la Comunidad, como su concertino, Víctor Arriola. En el podio directorial se situó un músico de probadas preparación y sensibilidad, Javier Ulises Illán, a quien conocemos a través de sus autorizadas y bien diseñadas, planificadas y acentuadas interpretaciones de música antigua y barroca, que suele ofrecer, a través también de grabaciones discográficas ad hoc, con el máximo respeto y una notable fantasía al frente por lo común de su grupo Nereydas. Ha dirigido en Alemania y otros países y ha sido muy sonada su versión de la Pasión de San Juan de Bach. En esta oportunidad lo hemos visto un poco fuera de sitio, aunque nos consta que no es la primera vez que dirige la música a la que ahora se ha enfrentado y que a veces no se halla tan alejada de algunas de las de pasados siglos.
Illán maneja un gesto amplio, fácil, comunicativo, muy expresivo, de rara flexibilidad, imperioso o sugerente, según los casos. Construye y planifica, manda e impone y muestra animación, capacidad cantable y pulcro sentido rítmico, pero en un caso como el que analizamos, con la orquesta en un hemiciclo y no en un foso, no supo controlar las dinámicas y en muchos momentos del concierto tapó a las voces, particularmente, como es lógico, en los registros medios. Tampoco la ocasional agrupación sinfónica evidenció un empaste, una unidad y un espectro uniforme. Sonó a veces a banda, aun cuando algunas de las piezas hayan sido tocadas muchas veces por formaciones de ese tipo.
No obstante, pudimos aplaudir el garbo del Preludio de La marchenera de Moreno Torroba, cuyos pizzicati sonaron precisos y animados; lo mismo que el conocido pasodoble de Penella de El gato montés, en el que el director, tímidamente, invitó al público a participar. Nos gustó el Intermedio de La leyenda del beso de Soutullo y Vert, donde la cuerda tocó cadenciosamente; y hubo salero en el regalo de La Gran Vía. Fue novedad escuchar el número 3, Lament, de la desconocida Suite Mont Juic, una aventura juvenil de un Britten asistente al Congreso de la Sociedad Internacional por la Música Contemporánea de Barcelona de 1936.
Arturo Reverter