EL ESCORIAL / Javier Camarena, el brillo de una voz
San Lorenzo de El Escorial. Teatro auditorio. 19-VIII-2022. Javier Camarena, tenor. Rubén Fernández Aguirre, piano. Obras de Verdi, Donizetti, Cilea, Massenet, Rossini, Leoncavallo, Tosti, Guastavino, Galindo, Barbieri, Gaztambide, Bretón, Pérez Soriano, Serrano, Sorozábal y García Abril.
Es siempre un placer escuchar una voz emitida por derecho, sin gangas, sin engolamientos, sin toques excesivamente nasales; fácil, extensa, bien torneada, bien servida técnicamente… como la del tenor mexicano Javier Camarena (1976), al que hemos visto en este recital escurialense en buena forma y con una inesperada mata de pelo coronando su hasta hace poco no muy poblada cabeza. Como es habitual en él, se ha desenvuelto con naturalidad, administrando juiciosamente sus recursos y hablando de vez en cuando al respetable. Y ha tenido un éxito colosal ante un público que abarrotaba el recinto.
Su voz, la de un lírico-ligero de buena pasta, agradable y cálida, se ha oscurecido un tanto, lo que proporciona un espectro más cercano a lo lírico que a lo ligero, aunque los agudos, siempre resueltos y restallantes, de brillo inmaculado, colocados en el fulcro, siguen teniendo una sonoridad muy clara. Con estos poderes el tenor fue perfilando un recital muy variado, que se desarrolló fluidamente, siempre bien calibrado en el esfuerzo, con momentos fulgurantes de gran plenitud y otros de más discutible ejecución.
Así, después de una buena apertura con el aria La mia letizia infondere de I lombardi de Verdi, expuesta con línea y cierre en plenitud, pasamos a Una furtiva lagrima extrañamente diseñada, con portamentos, notas inventadas, cadencias inesperadas, adornos intempestivos; casi una caricatura de lo escrito por Donizetti. Las aguas volvieron a su cauce en la famosa Spirto gentil de La favorita, cantada aquí en su versión francesa (Ange si pur), en donde el tenor hizo gala de un buen juego de reguladores y de fiato, con un Do sobreagudo muy bien puesto; y de un especial calor en la exposición, en busca de una emoción que a veces resultó un tanto impostada.
La primera parte se cerró magníficamente con el aria Ah! Fuyez, douce image de Manon de Massenet. La voz sonó plena y las grandes frases doloridas fueron dichas con gran intensidad. Agradables, entonadas y en algún caso acariciadoras versiones, con aplicación de medias voces y falsetes (a veces excesivos), de canciones napolitanas tan conocidas como La danza de Rossini, Mattinata de Leoncavallo, y L’ultima canzone de Tosti iniciaron la segunda parte. Después La rosa y el sauce de Guastavino, con discurso previo, y dos canciones de Blas Galindo, dichas con elegancia y donosura.
La conocida Jota de Perico de El guitarrico de Pérez Soriano, bien cincelada, asimismo con frases afalsetadas y tempi oscilantes, y Te quiero, morena, no menos conocida, de El trust de los tenorios de Serrano, cantada a toda presión, con Re sobreagudo final de regalo, cerraron el programa, que ante las ovaciones de un público complacido y complaciente hubo de prolongarse con dos bises: No puede ser de La tabernera de el puerto, dicha con apasionamiento y calor, y una canción muy melódica de García Abril, Canto porque estoy alegre, muy pulida y clara de fraseo, cordialmente expresada.
Junto a Camarena actuó en el piano un pianista tan capacitado, seguro, musical y flexible como es Rubén Fernández Aguirre, siempre muy atento a la respiración del cantante, cuidadoso en las dinámicas, especialmente contrastadas en él —a veces da la impresión que en demasía—; y con su característico balanceo. Siguió el discurrir de la voz, pegado a ella; lo que no es fácil. Tocó con soltura en la primera parte una transcripción de la obertura de La arlesiana de Cilea y en la segunda una Fiesta lírica, un arreglo de Carlos Imaz de músicas de Barbieri, Gaztambide y Bretón.
Hay que criticar la pobreza comunicativa de la organización de estos conciertos. No hay programa de mano impreso y debe uno procurárselo en el QR, que no siempre funciona por falta de cobertura.
Arturo Reverter