El entusiasmo razonado (por el 80 cumpleaños de Maurizio Pollini)

Cuando Maurizio Pollini ganó el Concurso Chopin de Varsovia en 1960, lo hizo con una madurez musical que dejó estupefacto al jurado. “Este chico toca mejor que cualquiera de nosotros”, comentó entonces Arthur Rubinstein. El control técnico e intelectual que aquel joven pianista de dieciocho años mostraba en cada rincón de la partitura revelaba una capacidad de análisis muy superior no ya a la media de sus coetáneos, sino a la de muchos intérpretes consumados. Pollini escarbaba en la esencia del texto musical para poner al descubierto la lógica de su construcción, la coherencia de su estructura y la precisión de su dictado. Aun así, la música no era para él un terreno gobernado por las leyes de un impasible determinismo. Sus versiones transmitían un vigor en la plasmación de frases y ritmos que concitaba el entusiasmo del oyente.
Hay en el estilo pianístico de Pollini algo didáctico en el más alto sentido de la palabra. Interpretar para el pianista italiano implica al mismo tiempo clarificar, explicar, proporcionar al público un hilo que le permita entender las razones por las que la música discurre de una determinada manera. El componente emocional, siempre indispensable, debe acompañarse del elemento analítico y racional para alcanzar en la conciencia auditiva la plenitud del mensaje.
Una de las señas de identidad de Pollini ha sido su forma de programar. En sus recitales, el pianista italiano se ha caracterizado por entremezclar a menudo piezas del repertorio clásico y romántico con obras del siglo XX (entiéndase, de todo el siglo XX, no sólo de las primeras décadas). Para Pollini, la creación musical es un continuo que no conoce fracturas, una forma de pensar a través de los sonidos, y por lo tanto es erróneo aislar determinados lenguajes como si de compartimentos estancos se tratara. Sus esfuerzos han ido en la dirección contraria: mostrar lo que de clásico hay en las páginas contemporáneas y lo que de contemporáneo hay en el repertorio clásico. De ahí surgen los llamados “Proyectos Pollini”, en los que el diálogo entre pasado y presente se produce de la manera más natural. Podía ocurrir por ejemplo que el público escuchase en una misma velada la Hammerklavier de Beethoven y la Sonata para piano nº 2 de Boulez (obra que en su época dorada Pollini tocaba de memoria).
Precisamente la Hammerklavier, grabada en 1976, es una muestra óptima de los planteamientos de Pollini. Sobre todo la fuga final, que constituye acaso el momento más alto de su versión. Más allá del asombroso control técnico, al alcance de muy pocos pianistas, Pollini conduce al oyente por los meandros del contrapunto y le desvela toda la modernidad del pensamiento beethoveniano, la manera revolucionaria en que el compositor plasma los materiales (subrayando, por ejemplo, el carácter casi estructural de los trinos) y su revolucionario concepto sonoro, donde el discurso musical parece transfigurarse por momentos en términos de pura energía.
Stefano Russomanno
(foto: York Christoph Riccius – DG)