El día que Reiner y Bernstein pudieron haber sido asesinados

Dos de las personalidades más fascinantes (y también de las que, por diferentes razones, despertaron más opiniones encontradas) de la dirección de orquesta en el siglo XX fueron también maestro y discípulo: Fritz Reiner y Leonard Bernstein. El anecdotario que rodea al agrio carácter y la altísima exigencia del maestro húngaro emigrado a Estados Unidos es inacabable. Tampoco anda corto el del narcisista, teatral, a menudo exagerado e indudablemente polifacético discípulo, muy consciente del talento superlativo que atesoraba en múltiples facetas.
Bernstein fue alumno de dirección de Reiner en el Instituto Curtis de Filadelfia, y describía a su maestro con bastante fidelidad: exigente hasta poder provocar el colapso de más de un alumno (y de más de un músico), pero experto como pocos, conocedor hasta el más ínfimo detalle de la partitura (“nadie conocía las partituras como Fritz Reiner” llegaban a decir quienes le conocían… y le padecían en sus clases o en sus interpretaciones), e inclemente con los fallos o con aquellos que no alcanzaran su nivel de exigencia.
Bernstein también tuvo que lidiar con aquello, como muchos otros. La diferencia es que su excepcional talento (y su fuerte personalidad) le permitió salvar la situación y hasta llegar a tener una buena relación con Reiner. En una entrevista extensa, impagable, con Paul Hume, el crítico musical del Washington Post entre 1946 y 1982, publicada por el Kennedy Center con ocasión de sus Kennedy Center Honors, galardón que Bernstein recibió en 1980, el director neoyorquino, conversador infatigable, se explaya (hasta el punto que Hume apenas tiene ocasión de meter baza de cuando en cuando) sobre su relación con los grandes directores de la época, desde Koussevitzky (inolvidable la manera en la que imita el inglés con acento ruso de éste), al que adoraba, hasta Toscanini, De Sabata o el mismísimo Furtwängler, al que quiso y, como comprobarán quienes vean la entrevista entera, no pudo conocer personalmente.
Al referirse a Reiner, Bernstein describe su relación no como una amistad de las de salir de copas, pero si como una relación fluida y buena (de hecho, Reiner le daría una carta de presentación para que Koussevitzky lo admitiera en sus cursos de Tanglewood, cosa que, en efecto, hizo, sin siquiera escucharle tocar ni verle dirigir). Tan buena como para despertar envidias con consecuencias potencialmente letales.
En este momento de la entrevista Bernstein relata una anécdota hasta entonces desconocida: un compañero de su clase, del que no da el nombre porque en ese momento estaba vivo y daba clase en una universidad que el director tampoco quiere identificar, no soportaba que Reiner le estuviera (a él y a otros) machacando y, en su opinión, favoreciendo a Bernstein.
El chaval, del que Bernstein sí da su procedencia (era de Hartford, Connectitut), decidió terminar con la situación por las bravas, y compró una pistola con su correspondiente munición, resuelto a terminar con la vida de maestro y discípulo. Aquello de muerto el perro, se acabó la rabia. Indudablemente tenía la cabeza a las tres menos cuarto, no sé si de origen o por culpa de Reiner, y le dijo a Randall Thompson, profesor de orquestación en el Curtis, “voy a hacer esto, y lo voy a hacer hoy”, enseñándole el arma y la munición. También le dijo que cuando liquidara a los otros dos iría a por él. Porque, según él, “toda la escuela (el instituto Curtis de Filadelfia) está corrupta, toda gira alrededor de Bernstein”.
Pero hete aquí que Thompson también se llevaba bien con Bernstein (compartían pasión por los crucigramas y, por lo que cuenta el compositor de West Side Story, consumían buena parte de las clases dedicados a los crucigramas). Así que cuando Bernstein llegó a su clase de orquestación aquella mañana, Thompson le ordenó encerrarse en el baño y no salir hasta que él se lo dijera. Estuvo allí una hora, sin saber por qué. La policía detuvo al potencial asesino, que recibió tratamiento psiquiátrico en un hospital. Pero, según relata Bernstein, volvió después a la actividad y en el momento de la entrevista daba clases en una universidad.
Y Bernstein culmina el relato diciendo: “Así eran las cosas con Reiner, algunas personas simplemente se resquebrajaban”. No cabe duda de que Reiner era un maravilloso director, pero tampoco de que su capacidad destructora dejaba también en mantillas a la de la Sexta Flota.
No se pierdan la entrevista completa. Cuenta cosas entrañables de Koussevitzky, de Toscanini, de Böhm… Quienes sepan inglés harán bien en desactivar los subtítulos automáticos. Permiten una comprensión aceptable, pero hay cada joya… el momento en que “recitativi” es traducido como “ricas nativas” no tiene precio.
Ya ven, si Thompson no hubiera estado al quite, igual ese día había habido liquidación (en el sentido más literal de la palabra) de talentos en el Instituto Curtis, y nosotros nos habríamos visto privados de dos de los más grandes directores del siglo XX. La historia la comenta brevemente también David Patrick Stearns en un artículo de The Inquirer (un clásico de la prensa de Filadelfia) publicado el 11 de agosto de 2017.
Aquí pueden ver el video completo de la entrevista:
Rafael Ortega Basagoiti
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