El día en que Boulez me retiró la palabra
El pasado 24 de octubre, el compositor norteamericano George Crumb cumplía 90 años. Hace veinte, escribí una columna con motivo de su 70 aniversario, donde decía que George era posiblemente el compositor vivo más infravalorado, comparando el escaso eco de su cumpleaños con los fuegos artificiales que el mundo de la música estaba preparando para los 75 de Pierre Boulez.
Esto es parte de lo que escribí.
Hay aquí munición suficiente para todos aquellos que sostienen que las reputaciones musicales son manipuladas por una camarilla urbana de críticos, locutores y editores.
El mes que viene, Pierre Boulez presidirá las celebraciones de su 75 cumpleaños. Los festejos darán comienzo con una serie de conciertos por parte de la LSO en el Barbican, a los que seguirá un amplio homenaje en el Festival Hall, todo ello retransmitido reverencialmente por la BBC. Una avalancha de discos llegará a las tiendas de toda Gran Bretaña. Se sucederán las entrevistas en los diarios más serios. Hasta el final del invierno, será muy difícil zafarse de la figura y la música del afable líder francés de las vanguardias de la posguerra. Parece que fue ayer cuando tuvimos un carnaval parecido para celebrar sus 70 años.
El fin de semana pasado, el compositor estadounidense George Crumb llegó en avión a Inglaterra para tocar la percusión en un concierto en el Wigmore Hall con motivo de su 70 cumpleaños. El concierto había sido organizado por una revista de guitarra y contó con la presencia de unos cuantos iniciados. Ni una sola palabra en la prensa; fue una fiesta tan privada como una reunión del G7.
Al día siguiente recibí una llamada de una PR orquestal diciendo que mi reunión con Boulez en París la semana siguiente había sido cancelada. Cuando le pregunté por el motivo, me dijo que al maestro no le había sentado nada bien que le hubiese comparado con un compositor americano, y especialmente con uno tan oscuro como Monsieur Crumb.
Dis-donc!
Tal vez fueron los siguientes dos párrafos los que enfurecieron a Boulez.
Sin pretender entrar en comparaciones, Boulez es una reliquia de un movimiento empíricamente desacreditado. No ha compuesto una obra importante desde hace 18 años. Sus teorías pseudo-científicas acerca del progreso musical son una y otra vez ridiculizadas por los compositores de hoy. Ninguna de sus obras ha logrado imponerse en el repertorio estándar. Boulez está empezando a parecerse a Arthur Scargill y a Egon Krenz, verdaderos creyentes cuyo credo colapsó.
Por su parte, Crumb es uno de los pocos compositores que ha logrado cambiar la percepción y la función de la nueva música en el último tercio del siglo XX. Su cuarteto de cuerda con electrónica Black Angels abrió los oídos a la generación estadounidense de Vietnam, sugiriendo que el género artístico encumbrado por Haydn y Beethoven podría lidiar con el conflicto post-nuclear. Su escucha inspiró la formación de Kronos Quartet y de otros conjuntos de primera línea; ha sido grabado en cuatro ocasiones y se ha tocado, sospecho, más que cualquier otro cuarteto de cuerdas moderno.
Quand-meme… a los 75 años y todavía vituperando sobre cualquier compositor que no siguiera la ruta indicada, esperaba al menos que Boulez fuese capaz de tomarse con deportividad una cierta aspereza crítica. Mais, non. Con una piel tan fina como el cráneo de un recién nacido, el gran maestro me desterró de su presencia durante unos años, después de los cuales yo había perdido todo interés por recuperar nuestra relación. Tant-pis. No creo que volvamos a vernos.
Norman Lebrecht