El detalle divergente
Giuseppe Sinopoli y Uto Ughi, en el Concierto para violín de Beethoven con la Orquesta de la Academia de Santa Cecilia. El vídeo mezcla fragmentos de los ensayos y del concierto con reflexiones de los intérpretes sobre la obra. Un detalle llama la atención. En el “Larghetto” (0’28”), Sinopoli marca la corchea y no la negra. Es una elección poco frecuente y de hecho, aunque el director lo avisa antes (“En ocho”), la orquesta no lo entiende a la primera. Escoger la corchea como unidad de base es, por así decirlo, observar la partitura con lupa, subdividirla en segmentos más pequeños para analizarla y articularla más en detalle. Visualmente, se produce un curioso contraste entre el sobrio lirismo de las frases y la danza de las manos de Sinopoli, que en cada compás realizan ocho movimientos cortos en lugar de los cuatro más habituales y amplios (2’43”, 3’57”).
En esta imagen veo sintetizados algunos aspectos característicos de Sinopoli. En primer lugar, su primorosa atención a los detalles, a las voces internas, que el director italiano gustaba de realzar con analítica precisión. El elemento diferencial, con respecto a otras batutas enamoradas de la transparencia orquestal, es el papel que desempeña el detalle. En Solti, por ejemplo, el detalle se subordina a un eje central, fortalece la totalidad al mismo tiempo que ilumina con nitidez sus componentes. En Sinopoli, por el contrario, el detalle ejerce una función crítica y dialéctica: más que insertarse de manera orgánica en el conjunto y fortalecerlo, deja aflorar un punto de vista divergente, alternativo, no coincidente con lo que podríamos llamar el “plano general de la obra”.
Sinopoli fue un director controvertido. Para algunos, era una batuta de gran preparación intelectual, capaz de aportar nuevas y singulares perspectivas en repertorios trillados. Para otros (incluidos compañeros de profesión u orquestas que trabajaron con él), era un músico sobrevalorado, con planteamientos excéntricos y ciertas carencias técnicas. Hace unos meses, nuestro compañero Luis Suñén reivindicó en estas mismas páginas la figura del maestro italiano en un artículo donde, con argumentos irreprochables, daba al César lo que es del César. Creo que la heterodoxia que transmiten muchas lecturas de Sinopoli tiene su origen precisamente en esta peculiar forma de sentir el detalle con respecto al todo: como un elemento enriquecedor y a la vez perturbador, cuyo afloramiento trastoca por un instante el plano general y abre escenarios inéditos. Además, la iluminación del detalle solía acompañarse en Sinopoli de un estiramiento de los tempi, seguido por un movimiento inverso de contracción en una alternancia imprevisible y nerviosa.
Con este tipo de aproximación, Sinopoli consiguió resultados muy notables en músicas densas y llenas de recovecos: en Bruckner, en Richard Strauss, en la Segunda Escuela de Viena, pero también –y no tan sorprendentemente– en autores como Respighi o Puccini. Su Tosca discográfica ofrece muchos ejemplos al respecto.
Al final del segundo acto, mientras Scarpia prepara el salvoconducto, Sinopoli concede un inopinado relieve solista al fagot, casi un canto oculto que sale al descubierto (0’39”). En los compases conclusivos, tras el acorde en forte (7’00”) los directores amortiguan rápidamente el redoble de los tambores y se sumergen en los tintes opacos. Sinopoli, por el contrario, saca a relucir la percusión y la convierte en el elemento dominante: en este destello expresionista, se materializa por última vez la violencia recién acontecida, que todavía flota en el aire y tarda en extinguirse.
Stefano Russomanno