El creciente Javier Perianes

Sabemos desde hace tiempo que el pianista andaluz Javier Perianes es uno de los grandes. No es lugar para enumerar el complejo de sus cualidades. Me detengo apenas en lo que podemos llamar la empatía periánica. Su imagen más conseguida es la de un músico que no está en una gran sala de conciertos, lejos de la mayoría de esos espectadores apiñados en la multitud que lo rodea sino en un ámbito privado, en una sala donde toca íntima y privadamente para un puñado de amigos. Y así está cerca de cada uno de nosotros, con su delicado acercamiento al teclado donde concita la destilada minucia de su fraseo. De tal modo refina al extremo el sutil casticismo de Falla, torna hipnótica la delicuescencia más que lenta de Debussy y convierte al barroco Blasco de Nebra en un compositor sensible ante el siglo XXI.
En su más reciente recital madrileño, Perianes demostró que sigue aprendiendo. De sí mismo, sin duda, y en una deriva que se puede llamar crecimiento. Escogió unas músicas marcadas por la muerte, acaso por la penosa situación de un mundo apestado. La sonata de Beethoven que suele subtitularse Marcha fúnebre fue seguida por la segunda de Chopin, con su tiempo lento de igual connotación. En ambas, el cortejo se volvió no sólo lúgubre sino ya de una majestad robusta. Pero las sorpresas vinieron luego, con dos compositores que no considerábamos afines al pianista. El Liszt de Funerales exige una musculatura sonora que no conocíamos en el intérprete. La página se expandió monumental, de un gótico sombrío y suntuoso, muy propio del mundo centroeuropeo fin de siglo. A continuación, el pianista nos hizo entrar en otra penumbra, ese enjambre armónico de Granados en El amor y la muerte, una viñeta boscosa que propone una escena todavía erótica y ya sangrienta. Oro asomo al especioso fin de siglo. Y por si faltara poco, una enésima demostración de señorío sobre las extremas dificultades de tal partitura.
Una de las cualidades de todo gran artista es una suerte de asombro que hace de sus versiones unas partituras inéditas, absolutos estrenos, eventos inesperados. A esta vivencia que normalmente acompaña las presentaciones de Perianes se añade ahora la sensación de que está creciendo, que está haciendo lo que cualquier aprendiz hace, justamente, en la edad del crecimiento. Lo peculiar de su caso consiste enque don Javier no es sólo quien aprende. Es también quien enseña. Lo que se dice, en este fugaz retrato: un maestro. ¶
Blas Matamoro