El concierto

No hay muchas novelas españolas en las que la música juegue un papel notable. Pero al menos una hay y de las buenas, Las noches del Buen Retiro, de Baroja. En ella la música como espectáculo social tiene una presencia clave. La novela es peculiar, una coral de profusos personajes madrileños a fines del siglo XIX, tratados con un sarcasmo furibundo. Docenas de caracteres, algunos de la nobleza, otros del bajo pueblo, unos cuantos, de la burguesía, se dan cita en los jardines del Buen Retiro (donde luego se construyó Correos) durante los meses calurosos de Madrid. Allí disparatan, galantean, pelean o negocian. Hay incluso un duelo a espada.
Lo notable es que la excusa para acudir engalanados a esos jardines son los conciertos que se dan en ellos de continuo. Las gentes, en especial las damas de alcurnia y las cortesanas, aprovechan el escaparate para buscar la exhibición, la envidia y la cita secreta. Los caballeros, erguidos, con pecheras almidonadas y corbatas de plastrón, vigilan a sus parejas y tratan de humillar a los enemigos. Es un retablo infernal. Al fondo suenan zarzuelas, fragmentos de óperas populares, alguna música sin voz (poca) y mucha romanza. Algunos días, los más ricos y elegantes van, luego de tomar el refresco, al Teatro Real para asistir a la función.
Es un argumento de trámite y desde el comienzo se entiende que lo primordial es el escenario del cual, por cierto, forma parte el propio Baroja. Oculto en un personaje, Jaime Thierry, expone sus ideas musicales Baroja, las cuales, todo hay que decirlo, son de una simplicidad ratonil, pero es un magnífico documento sobre cómo se oía la música en aquella época. Baroja la escribió en 1933 y habla en ella “de los jardines de hace treinta años”. Estamos, por tanto, en pleno 98 y de pronto, junto a las zarzuelas, las romanzas y el asesinato de Cánovas, se cuela Wagner. El cambio, tras el estreno de Tannhäuser, es radical, prodigioso. La ópera se dio en el Real en 1890, pero la obertura la dirigió Barbieri ya en 1864. A partir de Wagner la música pasa a ser un asunto de altura. Caballeros y damas discuten sobre armonía y modernidad. Los más osados citan a Nietzsche y a Schopenhauer, de quienes es improbable que hubieran leído nada, pero que, dicen, son imprescindibles para entender a Wagner. Baroja sí conocía de modo superficial a los filósofos alemanes y sin duda las opiniones wagnerianas que aparecen en la novela son suyas, aunque cita con sorna a los nietzscheanos
Como es bien sabido, fue Baudelaire quien primero destacó a Wagner como el músico del futuro. Le iluminó hacia 1860 un concierto en el que oyó, justamente, la obertura de Tannhäuser. Escribió de inmediato una carta al compositor (que le fue contestada) y más tarde el artículo inaugural de la modernidad en Francia. No, no estoy diciendo que Baroja fuera nuestro Baudelaire cuarenta años más tarde, pero sí es cierto que fue uno de los escasísimos escritores españoles de la Generación del 98 a quien interesó la música y para quien Wagner supuso la modernidad absoluta.
La novela del Buen Retiro sigue siendo un excelente documento sobre la sociedad madrileña del muy tardío Romanticismo español y de la llegada de una música, la de vanguardia, que exigiría desde su origen el apoyo de la teoría e incluso de la filosofía para justificarse. Había dejado de ser un entretenimiento veraniego. ¶
Félix de Azúa