El caso Domingo
Las acusaciones a Plácido Domingo de acoso sexual con el agravante de abuso de poder por parte de ocho cantantes —siete de ellas anónimas— y una bailarina, igualmente anónima, ponen de manifiesto el poder de la noticia cuando esta recae en asuntos susceptibles de ser juzgados de antemano con la coartada de que la mera sospecha implica el crimen y que los daños serán dados por buenos en cuanto contribuyan al triunfo final de una revolución imparable. Como en ningún otro aspecto de nuestra vida cotidiana, la manifestación más simple del deseo conlleva, una vez divulgada por alguien que pudo haberla parado en su momento, o que se oculta en el anonimato, al descrédito profesional, al ostracismo social y a la criminalización moral. De Domingo, como de Woody Allen o Kevin Spacey o Morgan Freeman, no se ha demostrado todavía nada y, sin embargo, las opiniones en contra surgieron desde el primer momento con motivaciones tan serias como el hecho de que, siendo hombre, eran altísimas las posibilidades de que su culpabilidad fuera un hecho, mientras las redes sociales caldeaban el ambiente y alimentaban la hoguera. Como decía John Adams en la entrevista que publicábamos con el compositor norteamericano en nuestro número de julio-agosto: “Nunca antes había sido la gente capaz de comunicar, de leer y de observar sólo aquello que quieren oír, leer u observar. Y esto es muy nocivo, porque amplifica los prejuicios”.
SCHERZO es una revista de música y desde esa condición nos sorprende la proliferación de artículos que, desde la ignorancia más absoluta, se referían al mundo de la ópera como un caladero de asuntos sucios. Igualmente podrían haberse referido a las vidas de muchos compositores no precisamente intachables en sus conductas sexuales, como lo mismo pudiera decirse de escritores, pintores o lo que ustedes quieran. Todos ellos, naturalmente, eliminables de las historias de la cultura para así, como trataban de hacer los jemeres rojos en Camboya, empezar un nuevo camino hacia el paraíso en la tierra en el que ninguna obra de arte creada por mentes y manos sucias supusiera un obstáculo moral disfrazado de belleza perversa. Quienes piden que sean los tribunales los que decidan sobre la cualidad de la mera insinuación de un hombre a una mujer —o viceversa, que todo se andará, como no puede ser de otra manera— no son sino los comisarios políticos de una conducta ni buena ni mala a la que solo la educación es capaz de guiar. La justicia actuará cuando la violencia trate de imponerse. Y por lo que sabemos a día de hoy, Plácido Domingo no es La Manada. Él mismo, en su nota de réplica a la noticia, trató de explicarlo entre la sinceridad y una ingenua confesión de que aquellos tiempos eran otros. Es decir: que a la vista de lo que ha pasado con algunos colegas, hoy se lo hubiera pensado. Demasiado personal, demasiado poco claro todo como para juzgar por unas apariencias no lo suficientemente consistentes.
Pero lo que quizá resulta más triste de esta historia y su desarrollo mediático es el daño que muchas de las opinadoras de ocasión que han proliferado a su retortero hacen al verdadero feminismo. Un feminismo que no debe ni puede olvidar la responsabilidad de unas mujeres en situación de decidir primero o de denunciar después y que se escudan en un anonimato que las diluye como acusadoras sin fundamento. También la de las mujeres de la agencia Associated Press que pudieran estar detrás de una noticia mal planteada y peor expuesta. Porque el feminismo, que hoy por hoy, y afortunadamente, es imparable, ha de ser también crítico consigo mismo y repensar la idea de que al ser tan admirable su fin debe contar, para conseguirlo, con todos los medios a su alcance, legítimos o no. Y el victimismo no es un paso previo al empoderamiento sino la trivialización de este en nombre de una debilidad, en el caso de las presuntas víctimas de Domingo, no probada. Flaco favor se le hace así a esas mujeres que están ganando batallas en el mundo de la música desde hace muchos años o a las jóvenes que empiezan a dirigir las mejores orquestas del mundo y a sentir el rechazo por su condición genérica. Contra eso es contra lo que hay que luchar, esa es la verdadera batalla, la que se libra hoy no porque alguien quiera imponer que Fanny Mendelssohn era mejor compositora que su hermano sino porque unas cuantas mujeres jóvenes —sin ir más lejos, Mirga Gražinytė-Tyla, protagonista de nuestra portada de este mes—han sabido vencer el prejuicio sin exigir cuota alguna sino, simplemente, compitiendo y demostrando que son muy buenas.
[Foto: MET / Ken Howard]
(Editorial publicado en la revista SCHERZO nº 354, de septiembre de 2019)