El capón tenía novia
Pocos personajes en la música han suscitado tanto interés (y, también, tanto morbo) como Carlo Maria Michelangelo Nicola Broschi, conocido como Farinelli. Del castrato más célebre de la historia (nacido en Andria en 1705, fallecido en Bolonia en 1782 y residente durante veinticinco años en la corte de Madrid) se conoce prácticamente todo, aunque solo sea por las numerosas novelas que se le han dedicado y por la película Farinelli, il Castrato, realizada en 1994 por el cineasta belga Gérard Corbiau, que no solo avivó la curiosidad de la sociedad por el personaje, sino que convirtió a los contratenores en un auténtico fenómeno de masas (sirva como ejemplo el dato de que se vendieron 800.000 ejemplares del CD con la banda sonora del film). Todavía en tiempos recientes —año 2006—, Farinelli ha sido motivo de investigación científica: la antropóloga Maria Giovanna Belcastro (Universidad de Bolonia), el paleoantropólogo Gino Fornaciari (Universidad de Pisa) y el ingeniero David Howard (Universidad de York) abrieron su tumba y examinaron sus restos mortales para comprobar si estos pudiesen arrojar algo de luz que hiciera entender por qué este capón fue el cantante más importante de su tiempo.
Sin embargo, todavía hay huecos en la biografía de Farinelli que no han sido rellenados. Sin ir más lejos, su vida sentimental, pésimamente esbozada (se limitaba solo a su capacidad —o más, bien, a su supuesta incapacidad— sexual) por Corbiau en la antes mencionada película. Como bien expone Patrick Barbier en el libro Historia de los castrati, entre estos había de todo. Es decir, heterosexuales y homosexuales. La emasculación de que eran objeto en la infancia no marcaba su sexualidad, aunque sí condicionaba su actividad sexual. Paradójicamente, para algunos castrados la carencia de atributos masculinos fue una ventaja, pues contaban sus amantes por decenas y hasta por centenares: las mujeres de la alta sociedad les perseguían para tener encuentros amorosos con ellos, en la convicción de que no correrían el riesgo de quedar embarazadas. Claro, que alguna se llevó un disgusto porque cierto capón la dejó preñada: la operación que había sufrido de niño para extirparle los testículos fue un fracaso, ya que uno de ellos seguía funcionando. Lo sorprendente es que, pese a la operatividad del testículo, la falta de testosterona era evidente, pues su voz no había mudado.
Un reciente encuentro con un famoso contratenor, especialista en la música escénica del siglo XVIII y conocedor de la vida de los grandes castrati, me ponía en la pista de un jugoso dato: más allá de las amantes que pudieron acabar en el lecho de Farinelli, el capón tuvo una novia en Madrid durante largos años. No pasó de ser eso, su novia o amante, porque la Iglesia jamás habría autorizado el matrimonio de un hombre ‘incompleta’, máxime teniendo en cuenta la notoriedad del cantante. La novia era, además, un personaje destacado en la vida musical de la corte española, pues participaba en buena parte de los estrenos operísticos que se celebraban en el Teatro del Buen Retiro o en el Palacio Real de Aranjuez. Se llamaba Teresa Castellini y había sido alumna del propio Farinelli. Poco se sabe de su vida, salvo que es uno de cinco personajes que aparecen en el famoso cuadro pintado hacia 1750 por el veneciano Jacopo Amigoni, actualmente expuesto en Australia, en la National Gallery of Victoria (Melbourne).
En el cuadro aparecen el poeta Pietro Metastasio (íntimo amigo de Farinelli, al punto de que, en su permanente y extensa correspondencia epistolar, se llamaban el uno al otro “caro gemello”), la soprano Teresa Castellini, Farinelli, el propio Amigoni y el paje de Farinelli, además de su perro, que, por el tamaño, parece ser un galgo whippet inglés). Tal imagen nunca se produjo en la realidad, solo en la imaginación de Amigoni. Metastasio no estuvo nunca en Aranjuez ni en Madrid, aunque sí tuvo estrechos vínculos con España: a comienzos del verano de 1730, se había instalado en Viena —donde moriría en 1782—, en la residencia de un español de Nápoles llamado Nicolás Martínez, porque se había enamorado perdidamente de la hija de este, la célebre cantante y compositora Mariana Martínez.
La presencia de Castellini en el retrato da fe de su proximidad con Farinelli. Domenico Scarlatti, otra figura fundamental en la vida musical de la corte de Madrid, sabía de la relación afectiva de los dos cantantes, y por eso compuso doce cantatas de cámara para que fueran interpretadas por ellos en las veladas vespertinas que tenían lugar durante la primavera en el Palacio de Aranjuez. Son obras en las que establece un diálogo entre dos amantes, que lo eran en lo artístico y en la propia vida. Tanto debieron de gustarle a Farinelli estas cantatas, que ordenó agruparlas en un álbum, bellamente editado, y enviárselas a Viena a su amigo Metastasio. Esa es la razón por la que se hayan conservadas en la Biblioteca Nacional de Austria.
Poco o nada sabemos de Castellini, salvo que representó el papel protagonista en la ópera La Nitteti de Nicola Conforto (Nápoles, 1718-Aranjuez, 1793). La Nitteti fue un encargo expreso de Farinelli a Metastasio, quien lo escribió exclusivamente para la corte de Madrid. Fue estrenada en el Teatro del Buen, el 23 de septiembre de 1753. Se trataba del regalo de cumpleaños de María Bárbara de Braganza a su esposo, el rey Fernando VI. Metastasio, poeta oficial de la corte de Viena, tuvo que requerir una autorización expresa a la emperatriz María Teresa I de Austria para escribir el libreto. Conforto, por su parte, viajó expresamente desde Nápoles a España para presentar su ópera, y ya nunca regresaría a su país de origen. Fallecido en Aranjuez, no ni el menor rastro de dónde pudo ser enterrado.
Viene al pelo la historia, porque La Nitetti sonará por primera vez en tiempos modernos (si la Covid no lo impide) el próximo mes de mayo en el Auditorio Nacional de Madrid. Forma parte del proyecto de recuperación patrimonial que está realizando el Instituto Complutense de Ciencias Musicales (ICCMU), bajo la dirección del musicólogo Álvaro Torrente. El rol de Nitteti será cantado en esta ocasión por la soprano Núria Rial, quien estará junto a la orquesta Nereydas, de la que es director Javier Ulises Illán, y un reparto vocal de lujo en el que figuran Zachary Wilder (Amasi), María Espada (Sammete), Ana Quintans (Beroe), Lucía Caihuela (Amenofi), Paloma Friedhoff (Bubaste) y Víctor Cruz (Noble egipcio).
Eduardo Torrico
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