“El arte del futuro” de Féliz de Azúa
FÉLIX DE AZÚA:
El arte del futuro – Ensayos sobre música. Edición de Andreu Jaume. DEBATE (Barcelona, 2022). 302 págs.
Unas cuantas obras de Félix de Azúa dan la impresión de formar parte de un ‘Arte poética’. Su autobiografía ficta la forman cuatro libros que tratan de estética y, poco a poco, desembocan en una novela de aprendizaje titulada Tercer acto (Random House), en la que se trata mucho del primero, el de la formación, bastante del tercero y apenas nada del segundo, si acaso modulaciones de mayor a menor. Me gusta cómo escribe Azúa de la muerte, telón final del tercer acto, tanto aquí como, por ejemplo, en su Diccionario de las artes, sin duda sabe aquello de Borges que me gusta recordar: “Morirse es una costumbre / que sabe tener la gente”. Pero, sobre todo: “Las artes, desde este punto de vista general, como las religiones y las ciencias, parecen más bien un desesperado intento por imponer un sentido a nuestra vida, tan efímera como insensata” (Autobiografía sin vida, Mondadori). Disculpen, ya sé que todo el mundo cita a Borges, en especial quienes escriben discursos para ministros: seamos originales, imitemos al gentío (¿no hace algo así el ‘hombre humillado’ de aquella temprana novela de Félix que se guiñaba con las Memorias del subsuelo?).
Su Autobiografía sin vida, primer volumen, es un recorrido por la plástica como elemento de vida recordada, porque al ser somos el signo, aunque nos desenvolvimos en palabras. “Los signos nos permiten soportar lo insoportable” (Ibid.) Mas también: la cruz como amuleto de Constantino, entre otros hallazgos. Déjame ver tus signos y te diré quién eres. Por eso, ese libro es autobiografía, como lo es el Diccionario, como me temo que lo es El arte del futuro.
Me gusta lo que dice el autor sobre la pretensión de modernidad, sobre la vanguardia y las artes de vanguardia en su Diccionario, así que no me extraña que haya tenido que entrar en polémica con los soi-disants, los mandarines o los filisteos de la postura. Si en el Diccionario leemos ya esto: “La modernidad musical señalada por el filósofo Theodor W. Adorno, por poner un caso ilustre, se ha mostrado de un efímero lamentable”, ¿qué le deja a El arte del futuro? Muchas cosas: por qué asombra Bruckner, en qué obras, en qué sinfonías; cuál es el itinerario de Orfeo y por qué su tragedia es tragedia ajena a los atenienses; y, así, , qué es una tragedia, cuál su origen religioso y político, irreproducibles después del siglo V a.C.; por qué son tragedias Wozzeck de Berg y Woyzeck de Büchner (el malogrado); los cambios de máscara y carácter en la ópera, la dificultad de aplicar el concepto de reaccionario y la imposibilidad de aplicar el de progresista (ah, las generaciones que picaron el anzuelo de Adorno, que atacó a Stravinsky, que incensó a Schoenberg para enfado de este, que ofendió a Sibelius aunque nadie se enteró, que criticó al auténtico santo de la música del siglo, Béla Bartók…)
Hay en este libro tanto estímulo que temo haberme estimulado en exceso. Me produce especial placer volver a leer el epílogo al libro Alban Berg y sus ídolos, de Soma Morgensten (Pre-Textos), y no solo porque ambos me sean muy queridos: lean este nuevo apremio. Las figuras de Debussy y Wagner se pasean por este escenario, se evocan sus palabras y su obra, son personajes no protagonistas, pero sí special guest stars. En el buen sentido, ambos tuvieron la culpa de todo lo que vino después. El libro contiene estudios más breves publicados en prensa y en esta hermosa revista, Scherzo. Hay que agradecer que Félix de Azúa colabore con nosotros, pero estas líneas no agradecen al colaborador, sino a esa sabiduría que estimula al lector; insisto en la palabreja. Ahora bien: por qué la música sea el arte del futuro… eso búsquenlo en el libro.
Santiago Martín Bermúdez