Eduardo Torrico, el largo adiós

Ante la muerte de cualquier ser humano, es una obviedad afirmar que nadie nos deja de una día para otro, sino que permanece vivo en el recuerdo de todas las personas que le conocieron y le quisieron. Esto es aún más cierto en el caso de nuestro Eduardo Torrico, quien cultivó como pocos el arte de la cercanía y la amistad. Tras el anuncio de su fallecimiento, muchos músicos y amigos nos han escrito para dejar un testimonio personal sobre Eduardo. Hemos decidido recogerlos en esta página, que seguiremos ampliando conforme lleguen más textos. Será nuestra manera de que Eduardo siga vivo con nosotros.
[Foto superior: Eduardo, feliz, en el Teatro del Margrave de Bayreuth.
Fotos: Javier Ulises Illán]
Fahmi Alqhai (Accademia del Piacere)
Miguel Ángel Aguilar Rancel
Iris Azquinezer
Nacho Castellanos
Cuarteto Quiroga
Flavio Ferri-Benedetti
Miguel Ángel González Barrio
Javier Ulises Illán (Nereydas)
Manuel de Lara
Juan Lucas
Yago Mahúgo
Santiago Martín Bermúdez
Manuel M. Martín Galán
Alberto Martínez Molina (Hippocampus)
Filippo Mineccia
Emilio Moreno (La Real Cámara)
Rafael Ortega Basagoiti
Javier Pérez Senz
Daniel Pinteño (Concerto 1700)
Ignacio Prego (Tiento Nuovo)
Nacho Rodríguez (Los Afectos Diversos)
Stefano Russomanno
Roger Salas
Urko Sangroniz
Javier Sarría Pueyo
Luis Suñén
Imanol Temprano
Roberto Ugarte
Paco Yáñez
(Los nombres son enlaces para ir al texto correspondiente)
Fahmi Alqhai
Accademia del Piacere
Se nos ha ido Eduardo Torrico. Eduardo era muchas cosas para mucha gente, porque no solo era una persona de muchas facetas, sino que ponía una enorme pasión en todas ellas. Para lo nuestro, para la música, fue un amante infatigable que no dejó que su entusiasmo fuera apagado por la profesión, un coleccionista fonográfico casi infinito que atesoraba todas las grabaciones imaginables, un conocedor cuya memoria abarcaba décadas y continentes de cantantes, instrumentistas y directores, el núcleo duro de Scherzo, un redactor que reseñaba certeramente docenas de discos y conciertos cada mes… y, sobre todo, un referente del periodismo musical en España en las últimas décadas y una persona que hizo mucho por la música antigua y por sus músicos en España.
Pero para nosotros fue ante todo un gran amigo, ese con el que compartir una conversación inteligente y mil confidencias en la placentera relajación tras un concierto. Así te queremos recordar.
Allá donde estés seguro que Bach te acompaña.

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Miguel Ángel Aguilar Rancel
Zueignung [Dedicatoria]
Como era previsible, no lo conocí en un recital de lieder de R. Strauss, sino que me lo presentó Eduardo López Banzo cuando fuimos a París a ver un Giulio Cesare en el Théâtre des Champs Élysées con Andreas Scholl. El «flechazo» amistoso-musical fue instantáneo y duraría hasta su partida. El primer regalo fue su amistad, su sabiduría y sus conocimientos, pero era tan superlativamente generoso como para aderezarlos con idas e invitaciones a conciertos, música, discos, aperitivos… Y compartiendo amistades que ahora son también mías como Ana García Urcola, su marido Imanol Temprano y José Carlos Cabello. El sentimiento de irrealidad y vacío es vertiginoso, pero a tanta calidad humana confío reencontrar entre coros angélicos cantando música aún más bella que la que él tanto amó y nos hizo amar.
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Iris Azquinezer
Querido Eduardo,
Te imagino paseando a los perros a las tres de la mañana después de un concierto y sus obligadas y divertidas copas, y lo que es más, te imagino levantándote al día siguiente temprano a leer y a ampliar esa enciclopedia de saberes múltiples que eras. Ni en tres vidas me daría tiempo a saber y a disfrutar tanto de la vida como hiciste tú. Eso sí, te chincho llenando el párrafo de gerundios y quiero creer que te ríes.
Único, auténtico, culto, divertido.
Escucho música y me espanto sola. La interpretación te habría horrorizado.
Tendremos que empeñarnos mucho para suplir una pequeña parte del vacío que dejas en esa tremenda labor por y para la música que has realizado durante años. Has elevado el nivel.
Grande, gigante.
Eternamente agradecida.

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Nacho Castellanos
Desde el mundo de los mortales hasta el paraíso de los excepcionales
Vivir es pertenecer a otro.
Morir es pertenecer a otro.
Vivir y morir son la misma cosa.
Pero vivir es pertenecer a otro por fuera,
y morir es pertenecer a otro por dentro.
Fernando Pessoa: Sobre literatura y arte
Guerrero del lenguaje, espadachín de la sátira. Le fascinaban las comillas españolas, los gentilicios más extravagantes, prefería el guión en vez de el paréntesis y qué decir de los nombres rusos, todos con sus «i latina», “Porque Tchaikovsky en español siempre será Chaikovski”.
Su picardía y sus ganas de travesura hacían que cada 28 de diciembre, en la redacción de Scherzo se respirase un fervor sin igual. “¿Qué inocentada se le habrá ocurrido a Eduardo este año?”, nos preguntábamos. Consiguió que durante días muchos creyeran que Beethoven había nacido en 1771, que Kylian Mbappé iba a ser solista con la ORCAM, que el CNDM, en un arrebato de locura, iba a adaptar su «Bach Vermut» a los diferentes espirituosos de la orografía española con el «Bach Rebujito», el «Bach Tintorro»…, ¿o qué decir del cierre del Auditorio Nacional por un fuerte caso de aluminosis? Se le quedó en el tintero aquella utópica colaboración entre el Teatro Real y el Atlético de Madrid que concedía a cada abonado del club rojiblanco una entrada para disfrutar de algunas de las mejores óperas de repertorio en el coliseo madrileño. Pedrerol tendría programa para una semana entera y tanto el Teatro Real como el Atlético de Madrid habrían interpuesto tamaña denuncia que nos habría obligado a cerrar Scherzo. Pero esas eran algunas las fantásticas locuras que surgían de su cráneo privilegiado.
La muerte de Eduardo deja al sector huérfano. Un sector: el de la música antigua y, en concreto, el de la prensa musical, que, en su amplia mayoría, se han unido en mensajes de admiración y respeto hacia una de las figuras indispensables para entender por qué el barroco es tendencia en gran parte de los teatros y auditorios nacionales. Luchó a capa y espada por los intérpretes españoles, por el barroco de Nebra, Durón, Torres, Nasarre o Iribarren…, conseguía unir a músicos veteranos con nuevos talentos, te descubría autores de los que no habías oído hablar o te animaba a estudiar con los mejores maestros de cada especialidad. Y aunque, para cualquier intérprete, verlo sentado en el patio de butacas sugería cierto respeto y atención, detrás de la coraza del crítico, de ese podio inquebrantable del que opina con acidez e ironía, vivía un hombre entrañable, cariñoso, con ganas de ayudar aunque fuera desde la distancia. Porque nos quería mejores y, por muy dura que fuera la realidad, nos la soltaba con tal de ayudarnos a crecer. Era un sabio cascarrabias, pero era nuestro sabio cascarrabias.
Desde hoy, todos los que compartimos vida con él estamos impregnados del tatuaje del recuerdo. Una marca que, acrecentada por el duelo, nos lleva de la sonrisa al llanto en milésimas de segundo. Por eso mismo, celebremos su vida como a él más le habría gustado: escuchando música, yendo a conciertos, descubriendo nuevos repertorios, tomándonos unas cervezas después de cada recital… La muerte de Eduardo solo existe en un mundo sometido a las leyes del tiempo. Pero él siempre estará ahí, entre pecho y esternón, recordándonos que solo la fervorosa pasión hacia aquello que realmente amamos nos hará libres.
El Auditorio Nacional nunca sufrió ningún caso de aluminosis. Pero hoy todos hemos sentido nuestros cimientos temblar.
Desde el mundo de los mortales hasta el paraíso de los excepcionales, ¡gracias Torri!
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Cuarteto Quiroga
“¡Pero qué bueno era este tipo!”
Que tenemos música como resultado del ingenio humano, la tradición popular y la ciencia de la composición musical, y que quienes la amamos podemos disfrutarla, materializada en realidad sonora, gracias al trabajo de intérpretes e instrumentistas, es una verdad de perogrullo tan indiscutible que a veces nos hace olvidar que nuestro bello oficio —como el acto de comunicación más auténtica y genuinamente humano, primigenio y universal— no tendría ningún sentido sin un auditorio de oyentes al que emocionar, y que ese público no existiría sin el concurso de quienes dedican su vida a informar al mundo, con altas dosis de idealismo y generosa entrega, de lo hermoso y necesario de este arte que practicamos. Eduardo lo hizo con un entusiasmo y una pasión inigualables, volcándose militantemente en el apoyo a la interpretación históricamente informada, a la recuperación de nuestro patrimonio musical como país y a quienes hacemos música desde aquí, con la ambición cosmopolita de dignificar nuestro lugar en Europa y el mundo. Sin él, es difícil entender la consolidación de una forma de hacer música que hoy es ya una seña de identidad de nuestro mapa musical. Por ello le deberemos estar siempre agradecidos. En nuestro caso, cada vez que nuestro cuarteto lleve a Brunetti a Estocolmo, Berlín, Amsterdam o Nueva York, pensará en Eduardo esperándonos a la salida del concierto para brindar diciendo: “¡pero qué bueno era este tipo!”.
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Flavio Ferri-Benedetti
Querido Eduardo,
Gracias por hablar conmigo de barroco, de contratenores, de discos y de nuestro querido Handel ya desde que éramos amigos en esos míticos foros de música antigua, allá por 1999 (!) y luego por seguir todo mi trayecto desde contratenor adolescente a estudiante y luego a profesional, escribiendo siempre las criticas más bonitas a mis discos y conciertos, por apoyarme siempre y recordarme que era buen contratenor. Y las charlas y las risas y los cafés en Madrid, las presentaciones de discos, las entrevistas… ¡Casi 25 años amigos!
Descansa en paz, amigo. Ojalá hubieras podido escuchar mi Passione di Gesù Cristo, estoy seguro de que te hubiera gustado.
Un abrazote.

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Miguel Ángel González Barrio
¡Al Walhalla no!
Conocí a Eduardo Torrico “de oídas”, allá por los tiempos del apogeo de los foros de internet. Torrico fue el factótum de un foro de música antigua, que llevaba con mano de hierro. Era la época de la rivalidad entre besugos (amantes del Romanticismo que no hacían ascos a las interpretaciones “románticas” de piezas del Barroco, ajenas el rigor organológico y musicológico) y caniches (los intransigentes barrokari, bautizados así por un buen amigo mío en honor a las lustrosas pelucas cardadas que llevaban los compositores barrocos); una disputa, a veces enconada, siempre absurda y con un punto surrealista. A Swift le hubiera encantado. Entonces sólo conocía a Eduardo por su nom de web, y alguien que le conocía mejor debió filtrar su relación con el periodismo y el balompié. Cosa rara: Eduardo Torrico, mano derecha de José María García, acabó convertido en un caniche.
Años después coincidí con él en las páginas del Boletín de Diverdi, la querida “Hoja parroquial”. Empecé a leer sus críticas, muy bien escritas, con ocasionales humoradas, que derrochaban un conocimiento enciclopédico y un amor infinito por la música barroca y sus (buenos) intérpretes. Creo recordar que le conocí en persona en la tienda de Diverdi, y que me fue presentado por otro barrokari. Le traté algo en los años de la única, insustituible, añorada Quinta de Mahler (la auténtica, la de Juan Lucas, Blanca Gutiérrez y José Velasco). Allí ejerció como el agitador máximo de la Kale Barroka. Entrevistó con maestría y cercanía a multitud de intérpretes, a la mayoría de los cuales conocía personalmente. Ejerció de maestro de ceremonias en presentaciones de discos y libros. Su presencia allí era frecuente. Entonces tuve ocasión de conocerle mejor, de charlar con él, de pedirle recomendaciones discográficas de obras del Barroco. En alguna ocasión, después de recitales de Lina Tur Bonet, me sumé a su grupo para la tercera parte, compartiendo cervezas y conversación con él, Lina e Isabel, la esposa de Eduardo.
Un buen día apareció en La Quinta de Mahler… para presenciar una conferencia mía sobre Tristán e Isolda. “¿Qué se te ha perdido por aquí, si hoy no hay pelucas?”, le pregunté con sorna. “Vengo a verte”, respondíó, añadiendo a continuación: “y a aprender algo de Wagner, pero dudo que me guste aunque me lo cuentes tú”. Al finalizar la conferencia se acercó, me felicitó afectuosamente, y sentenció: “Me ha gustado más tu charla que la música que has puesto. Decididamente esta música no es para mi”.
En los últimos años nuestra relación fue básicamente por correo electrónico. Me consiguió alguna grabación, aunque no fuera barroca. A él, redactor jefe, le enviaba mis colaboraciones para Scherzo (siempre acusaba recibo, aunque fuera con un escueto correo de agradecimiento), siempre tarde y a menudo más extensas de lo estipulado con anterioridad. Invariablemente recibía una llamada de Juan Lucas: “¡MAG, otra vez te has pasado de caracteres. ¿Lo revisas tú o se lo damos a Eduardo Manostijeras?”. “Que lo corte Eduardo, que yo llevo mucho tiempo ya dándole vueltas y además tengo mucho trabajo”. Como si ellos no lo tuvieran también. Pero ahí estaba Eduardo, siempre al quite, leyendo mi escrito sobre Wagner, o Bruckner, o Strauss (¡qué malos ratos debió pasar!) y metiendo tijera con tino. Imagino que, en esos momentos, se acordaría mucho de mí.
Se ha ido una persona entrañable (entrañable, sí), que ganaba mucho en las distancias cortas y al segundo o tercer encuentro. Un profesional admirable y de fiar, trabajador incansable. Le voy a echar de menos. A él, a sus críticas, a sus tijeras… Quiero creer que no ha ido al Walhalla. Allí seguro que ponen música de Wagner, y eso sería para Eduardo peor que el infierno.
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Javier Ulises Illán
Nereydas
Eduardo Torrico, alma de música
Escribo con la emoción a flor de corazón y húmeda en lágrima, pero con el afecto cercano de quien abraza a un amigo con quien comparte lo que nos une: la pasión por la música. Eduardo Torrico, que amaba y adoraba la vida y, sobre todo, la belleza de la vida ha tomado la senda que ya no hace camino al andar y nos deja el recuerdo, los recuerdos, que no son nostalgias, sino semillas que siembra en nosotros para que sigamos viviendo con pasión por la vida, por la belleza, por la música, incluso por el fútbol, por la amistad y por decirnos con sinceridad, de frente y sin cortapisas, lo que pensamos.
Hoy estoy ensayando unas recuperaciones musicales históricas de la Catedral de Toledo. Mañana tendría que haber estado Eduardo en el estreno en la propia Catedral toledana. Le encantaba la música antigua, era una enciclopedia del saber, gozaba como un niño con los nuevos descubrimientos y sabía apreciar y decir si esto era bueno; o si no lo era, pues también lo decía. Esa objetividad independiente para decir lo que pensaba es lo que me gustaba de Eduardo, estuviera yo de acuerdo o no. Periodista que no se quedaba en lo aparente, sino que buscaba los porqués. Opinión con argumento. Y nunca un mal gesto o una intencionalidad malsana. Era la felicidad amable de los postconciertos. Ser auténtico fue su natural y por eso se ganó el respeto siempre y la amistad muchas veces, como es mi caso.
Somos lo que sentimos y lo que compartimos. Eduardo Torrico sabía ver la emoción ajena, tanto en la música como en el fútbol o en las múltiples caras de la vida diaria, y las compartía haciéndolas también suyas. Y si estos sentires tenían que ver con el Barroco podían convertirse en una fiesta y casi siempre en un gran artículo, de esos que surgían con fluidez de la agilidad de su pluma y de su dominio del rico y preciso léxico, que siempre hacía entendible y claros sus textos.
Con estas palabras, en esta hora en la que resuena metafóricamente en mi cabeza y en los latidos de mi pecho la sinfonía de los adioses, quiero solo rendir mi afecto a una persona sincera que, desde que nos conocimos, hace ya bastantes años, supo ver en mi virtudes y defectos y siempre nos alentó, a mí y a mi grupo, a seguir por el buen camino para ir de más a mejor. Nos reconocía el talento, pero esencialmente alababa el trabajo, que es con lo que se consigue la excelencia.
Por todo, por la vida, por tu alma de música, Eduardo, te doy las gracias y te deseo que las melodías eternas te regocijen siempre. ¡Ah! y ¡que, jugando bien, gane el Madrid!

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Manuel de Lara
Te fuiste de repente, mi querido amigo
Te conocí personalmente hace unos veinte años en aquel foro de música del que salieron ilustres amigos y que bendigo por ello. Ya entonces nos descubrías de vez en cuando alguna pieza musical de esas que te hacían casi llorar, y que ahora me costaría escuchar. Hemos compartido cientos de conciertos durante más de una década, en realidad casi siempre con tu entrada de acompañante, y después entré en Scherzo para que no tuvieras que presentarme como tu amigo y el “tío” que más sabía de música antigua en España y así hacerme sentir más cómodo ante intérpretes de renombre, lo que viniendo de ti era un doble disparate, típico de tu generosidad. Pero aún mejor que los conciertos, eran nuestros “postconciertos”, tu momento preferido, compartidos con cervezas y algo de comer con docenas de músicos, o a solas, cuando charlábamos de mil cosas de la vida hasta bien entrada la noche. Y después, aun actualizabas la página de la revista, escribías tu crónica y tenías algo a primera hora.
Me impresionaba siempre el aluvión de abrazos efusivos antes y después de los conciertos, no había músico que no te profesara una devoción bien merecida porque tú les dabas todo tu cariño y amistad. E igual les ayudabas a encontrar un lugar de grabación, que sugerías un cantante adecuado o encontrabas a un instrumentista para reemplazar a otro que había fallado, tal era tu grado de conocimiento; o ponías tu granito de arena para que los programadores contasen con quien lo merecía y te desvivías por todos, mientras escribías con la mayor justicia y respeto a su trabajo. Tras esa cierta apariencia tosca inicial, nunca he conocido a una persona más espléndida, porque, Eduardo, tenías un corazón de oro y eras un ejemplo de generosidad y lealtad, y trasmitías toda tu riqueza existencial. Y en cuanto al trabajo, creo que no he visto a nadie con tu capacidad, riguroso e inagotable hasta lo inimaginable: un profesional espectacular y un hombre con tanta integridad como ya casi no hay.
Hablé contigo la víspera de tu ingreso repentino en el hospital, bromeamos sobre una de tus jugarretas de tu época deportiva, que también las hacías, y de unos nuevos discos duros chinos para transportar las toneladas de la música que amamos. Unos pocos días antes, compartimos tu último concierto, Monteverdi, y hablamos de esos cólicos recurrentes y pensamos que se irían como siempre, pero no, te fuiste tú, lentamente pero demasiado rápido en esta Passacaglia della Vita. Ahora me cuesta todavía ir a conciertos, porque has dejado un gran vacío y te echo de menos, aunque sé que donde estés ahora, la música estará contigo y aún más hermosa.
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Juan Lucas
Destino final, los Campos Elíseos
A la muerte le ha costado lo suyo arrebatárnoslo. Pero así era Eduardo; resiliente, terco, obstinado, berroqueño, tenaz y, por encima de todo, de una inquebrantable lealtad a todo aquello que amaba. Y Eduardo amaba muchas cosas —el Real Madrid, la música barroca, la amistad, la buena mesa, el buen periodismo, España…— pero sobre todo amaba la vida. Y mi único consuelo en estas horas terribles, devastadoras, que ponen una siniestra rúbrica a unas semanas negras para todos los que le queríamos (que somos legión) es que la muerte, sí, nos lo ha arrebatado al fin, pero sin que la vida le hubiese cedido en ningún momento a la parca un palmo de terreno. Eduardo ha muerto con las botas puestas, al pie del cañón, sin enterarse ni poder imaginar siquiera que su proyectado viaje a París en Semana Santa para asistir en Versalles a un fastuoso festival barroco tendría que cambiarse a última hora por un viaje final a unos Campos Elíseos mucho más literales, aquellos adonde van a morar eternamente los mejores, los elegidos, los virtuosos. Quiero imaginarlo allí, sentado en primera fila en un rutilante salón estilo Luis XIV erigido sobre un cúmulo de nubes, a punto de zambullirse en un banquete musical celeste oficiado por un pequeño pero selecto grupo de músicos: Vivaldi al violín, Telemann al oboe, Weiss al laúd y Marin Marais a la viola da gamba, con Haendel y Bach al clave y al órgano positivo, respectivamente. Y mientras suene esa música divina, nosotros, pobres diablos, seguiremos aquí abajo preguntándonos perplejos cómo podrá continuar la vida, la música antigua en España, la Champions League y, sobre todo, Scherzo, sin Eduardo Torrico.
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Yago Mahúgo
Eterna gratitud, en memoria de Eduardo Torrico
Difícilmente estas palabras que siguen servirán para mitigar la tristeza de la familia y los amigos de Eduardo Torrico porque la pérdida es inesperada e infinitamente sensible. Me invita la revista Scherzo a que escriba unas líneas y acepto con tristeza y agradecimiento, pues fue precisamente gracias a esta revista que tuve la fortuna de conocer a Eduardo.
En abril de 2013 apareció aquí una recensión suya muy elogiosa de mi primer disco para clave, dedicado a las obras completas del compositor barroco francés Pancrace Royer. Esto supuso un espaldarazo definitivo a mi carrera como intérprete de clave. Pero fue más que eso: yo salía en ese momento de un gravísimo ictus isquémico que me había llevado a cuestionar el sentido de mi vida y me obligó a reaprender a tocar el clave, por lo que satisfacer el gusto de alguien con criterios tan propios y exquisitos, mejoró la confianza en mis capacidades y fue un gran aliento para continuar trabajando.
Tras su amabilísima reseña, invité a Eduardo a la presentación del disco que se celebró en junio de ese mismo año en la Fundación Carlos Amberes de Madrid, aceptó y este fue el inicio de una gran amistad. Luego se sucedieron otras muchas columnas suyas sobre mis sucesivos discos e interpretaciones en directo que me han servido de acicate para seguir mejorando: antes de empezar siempre pensaba cómo conseguir que le gustara al exigente Torrico lo que yo estaba a punto de interpretar. De hecho, me di cuenta de que uno de mis conciertos no había sido del todo de su gusto cuando, después de haber acudido a escucharlo, no escribió su habitual reseña: un silencio muy elocuente, una muestra de su elegancia irreductible.
Por encima de la tristeza desoladora de este momento quiero celebrar lo mejor: pude disfrutar una y otra vez de su compañía en ese grupo de amigos que te acompañan tras un concierto, gozar de su siempre afilada conversación, de su prodigiosa memoria, de su gusto por cada detalle en sus pasiones futboleras y melómanas… Te echaré mucho de menos, amigo queridísimo. Eterna gratitud. Descansa en paz.

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Santiago Martín Bermúdez
Eduardo, lo abrumador de la ausencia
Querido Eduardo: qué poco has estado con nosotros. ¿Ha llegado a siete años? En ese tiempo has sido tú quien ha transformado la dinámica de Scherzo y de scherzo.es. Juan Lucas te trajo a nosotros, y esperábamos mucho de ti. Mucho, pero creo que no esperábamos tanto. En cantidad, porque siempre estabas al pie del cañón como algo más que redactor jefe. Iba por delante tu experiencia en el mundo del periodismo y, además, en la forma de hacer periódicos, de hacer publicaciones que tienen que estar ahí, renovadas, todos los días. Hiciste que la página de Scherzo se convirtiera en la rica exposición de motivos, reseñas críticas, noticias que es hoy. ¿Podremos mantenerlo, resistirlo sin ti? Y en calidad, porque, además, tú eres un experto en esa amplia época que llamamos el Barroco, y que abarca siglo y medio. Conocías los instrumentos, sus sonoridades, la especialidad de las voces para tan rico repertorio, un repertorio que cada día que pasa se enriquece con un nuevo descubrimiento. Y a ti te gustaba ver recuperarse un título olvidado, te gustaba detenerte en el resurgir de lo que fue un grupo antaño importante, una escuela que faltaba para encajar el rompecabezas infinito del periodo.
Dicen que en España se entierra bien. Es decir, se sugiere que la muerte nos lleva a elogios que no se harían en vida o, simplemente, que son inventados. No es éste el caso, ni mucho menos. Nuestros colaboradores tenían confianza en ti, sabían que podían enviarte un original en cualquier momento del día y que iban a ser atendidos. No me permito días libres desde hace… No sé cuánto tiempo, decías, y te creía a pies juntillas. Estuvieras en la redacción o en tu casa, incluso en estos instantes anteriores al comienzo de un concierto, siempre atendías al pesado de turno (yo lo he sido a menudo) y te hacías cargo de su texto en cuanto te era posible.
Seguíamos, día a día, el informe clínico que Isabel resumía para Arantza, y que Arantza compartía con todos y cada uno de nosotros. Ahora ya no hay… ya no habrá informes. Ahora queda el vacío para tu familia, primero. Y para nosotros, después. Como se suele decir: descansa en paz. Es un brindis al sol, ya lo sé. Y mientras, no sé si egoísta o repentinamente lúcido, me pregunto: ¿qué va a ser de nosotros?
Como suelo decir, como si yo fuera un obispo y para regocijo de la parroquia: Eduardo, mi bendición. Ya sabes todo lo que esto quiere decir.
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Manuel M. Martín Galán
“Y yo me iré y se quedarán los pájaros cantando” (J.R. Jiménez)
Eduardo se ha ido y se queda la música sonando, sí, pero quienes le queríamos percibiremos entre las notas un eco de tristeza, de añoranza que antes no tenía. Sobre todo, cuando pueblen el aire los acordes de Haendel. Y Haendel, sin duda, le habrá recibido en el más allá a los sones de Eternal source of light divine.
Hasta siempre, Eduardo. Jamás olvidaré tu bonhomía, tu sabiduría, tu enorme generosidad.
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Alberto Martínez Molina
Hippocampus
Gracias, Eduardo
Gracias, Eduardo, por tu generosidad desbordante, por tu infinito amor por la música, por tu bondad y tu nobleza, por habernos querido, cuidado y ayudado tanto a tantos, a todos… No hay espacio ni palabras de gratitud suficientes, y sí hay un vacío, una tristeza muy profunda. Quiero pensar que a partir de ahora vas a estar presente, con todos tus amigos músicos, en cada nota que cantemos o toquemos, en cada concierto que ofrezcamos, esos conciertos a los que jamás faltabas: ahora estarás en todos ellos, aunque coincidan en el tiempo, estoy seguro de que todos te sentiremos muy presente, y aunque nos falte verte en esas primeras filas, la música sonará para ti, que la amabas tanto. Eduardo, amigo, ojalá nos veamos de nuevo, nos quedaron muchas armonías y risas por compartir. La música antigua, el Real Madrid y España te añoran. Abrazo con cariño y calidez a tu familia: ¡qué afortunados son por haberte tenido tan cerca! Pero qué pronto te has marchado. Estarás siempre aquí con nosotros, ve organizando una cena allá donde estés.
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Filippo Mineccia
Querido Eduardo,
Es difícil imaginar una persona más entusiasta y dedicada a este mundo de la música antigua que tu. Te agradezco el tiempo pasado juntos, las cenas y las risas, el apoyo incondicionado, los consejos y tu amistad, sencilla y preciosa. Ya me suben a la memoria tantos recuerdos bonitos, imposible nombrarlos todos. Será muy difícil seguir sin ti pero vamos a por adelante, orgullosos de haberte conocido y tenido en nuestra vida. ¿Sabes? por fin voy a publicar el disco de Berenstadt. Hacía como diez años que iba hablándote de eso. Te lo dedicaré. Gracias por todo. Hasta siempre Eduardo.

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Emilio Moreno
La Real Cámara
Hace ya muchos años recibí una llamada de una voz que reconocí inmediatamente por haberla escuchado en famosos programas deportivos de la radio: ¡era el grandísimo Eduardo Torrico que quería hablar conmigo de música antigua! Descubrí con sorpresa su profundo amor, su verdadera pasión por la música “antigua” y también sus reparos a la posterior (me costó dios y ayuda convencerle de las virtudes de “modernos” como Boccherini o Beethoven, incluso Brahms con criterios históricos, a los que luego se rindió), pero también su oceánico conocimiento de nuestro mundo acrecentado con el tiempo a grados inverosímiles, su enorme inteligencia cuando opinaba, su honestidad al juzgar y su inmensa bondad y tolerancia disimulada tras la distancia de una ironía de las más finas. Eduardo, el gran amigo que me llevaste algunas veces al Bernabeu a compartir nuestro madridismo crítico, Eduardo, querido y admirado por todos y amigo de todo el mundo: te has ido demasiado pronto sin darnos tiempo a agradecerte como merecías todo lo que has hecho por nosotros, la música y los músicos antiguos de este país. ¡Cuánto te vamos a echar de menos!
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Rafael Ortega Basagoiti
Un amigo, un maestro
Se nos ha ido Eduardo Torrico. Como dije poco después, me encuentro aún en esa fase inicial del duelo que sigue a toda pérdida de un ser querido: la negación. Da igual que durante el último mes y medio hayamos seguido, día a día, la evolución de Eduardo, y hasta barruntado en más de una ocasión, la última ayer mismo, este desgraciado final. No lo terminamos de creer. Ya ingresado, aún crucé algún mensaje con él el 17 de marzo, dándole ánimos. Poco después entró en la UCI y ya no salió de ella con vida. La vida es así de cruel. Se empeña en recordarnos continuamente lo transitorio de nuestra presencia aquí, y su fragilidad. En un santiamén pasas de estar como una rosa… a no estar.
Conocí a Eduardo, como muchos otros, antes por las ondas que en persona. Porque, como él, soy futbolero y del Real Madrid, y en tiempos escuchaba a García, en cuyo equipo periodístico estaba Eduardo. Luego me sorprendió descubrir su vena melómana y su pasión por la música antigua y barroca. Y después, cuando llegó a Scherzo, descubrí, como relataba Luis Suñén en su necrológica, otras dos cosas más, a cuál más admirable: la buena gente, la buena persona que era, y el formidable profesional que asombraba con una dedicación, un rigor y una pasión por lo que hacía difícilmente igualables. Eduardo era infatigable. Su sentido de la urgencia era contagioso. Debo confesar que a veces me sentía impelido a escribir con urgencia mis reseñas porque sabía que él las colgaría de inmediato en la web. Siempre estaba ahí, 24/7 como dicen ahora. Y detrás de todo eso, un hombre de grandísima cultura, de socarrón sentido del humor (lo que me he reído con él cruzando mensajes sobre la situación del país y del gobierno) y completamente entregado a su amor por la música y sus intérpretes. También tozudo, sí. Y alguna vez hemos discutido por eso. Pero nos deja un agujero emocional y profesional tremendo.
Sigo sin hacerme a la idea. Esta mañana la noticia de su muerte me sorprendió mientras estudiaba la Toccata BuxWV 155 de Buxtehude. Stylus phantasticus, en su máxima expresión. Ese que tanto degustaba Eduardo y que tanto echaba de menos cuando debía encontrarlo en una interpretación y no lo hallaba. Aún recuerdo cuando en una crítica, el año pasado, citó al respecto la frase de Ton Koopman: “El stylus phantasticus quiere mantener despierto el interés del oyente con efectos especiales, sorpresas, conducción irregular de las voces, disonancias, variaciones de ritmo y pasajes imitativos. Es un estilo de improvisación completamente libre, que lleva a la audiencia, llena de asombro, a preguntarse: ¿cómo es esto posible?”. No pude seguir estudiando. Me quedé con esa última pregunta: ¿Cómo es posible que te nos hayas ido, Eduardo?
Descansa en paz, y en la alegría de ese Stylus Phantasticus que tanto te gustaba. Descansa con Handel y Bach, con Monteverdi, con Morales, con Victoria. Y disfruta de las trompetas de aquella época. Incluso de las de los famosos, como tú les llamabas, “agujeritos tramposos”. Y lo más importante, querido Eduardo: gracias por tu bondad, por tu trabajo y por tu generosidad de espíritu. Quienes me conocen saben bien que llevo mucho tiempo diciendo que eras el alma de Scherzo, así que no me voy a frenar de reiterarlo ahora. Esto no va a ser lo mismo sin ti. Seguro.

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Javier Pérez Senz
Grande en el deporte, grande en la música
Eduardo Torrico era de esas personas que dejan huella. En el ámbito profesional reunía todas las virtudes de un periodista de raza, con una capacidad de trabajo tan desbordante como su pasión por el deporte y la música antigua y barroca, los dos pilares de su carrera profesional. Riguroso y siempre fiable en la información y en la crítica, con conocimiento y humildad ante la grandeza de los compositores y entusiasmo inagotable a la hora de descubrir repertorios e intérpretes. Y también generoso, leal y servicial con los colaboradores, siempre dispuesto a editar los textos que le enviabas con pasmosa celeridad, a cualquier hora del día.
Coincidimos en los tiempos de la revista CD Compact que dirigía el añorado Jaime Rosal; con su entusiasmo, la presencia y el protagonismo del repertorio barroco fue ganando espacio, haciendo descubrir obras e intérpretes a los lectores con entusiasmo contagioso. Su entrada en Scherzo como jefe de redacción, de la mano de Juan Lucas, dio nuevas alas a la revista y en ella encontraron siempre un apoyo decisivo todos los solistas, directores y grupos españoles consagrados a la música antigua y barroca; los conocidos y los recién llegados, porque Eduardo apoyaba sin reservas el talento de los intérpretes en cuando los conocía, contaran o no con el apoyo publicitario de los sellos discográficos, de los que siempre se fiaba lo justo.
Con el paso del tiempo descubrí que, tras los méritos profesionales, habitaba una bellísima persona, cercana en el trato, con sentido del humor y, repito, de una generosidad sin tasa. ¡Cómo te vamos a echar de menos, querido Eduardo!
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Daniel Pinteño
Concerto 1700
Querido amigo. Hoy te he acompañado en tu último viaje y el trayecto me ha quebrado el corazón en mil pedazos. Una parte de los que te queremos, que son legión, estábamos allí reunidos para darte un último adiós. Te has ido demasiado pronto y todavía no lo quiero asumir. Ya extraño tu compañía y se me hace impensable plantear mi vida sin tenerte cerca.
El mundo de la música antigua en España tiene tanto que agradecerte que nunca seremos capaces de devolverte todo lo que tú hiciste por nosotros. Estoy seguro que desde el Parnaso seguirás, como siempre hiciste, velando por mí. Espero no defraudarte nunca.
Eduardo, nos vemos al otro lado para seguir compartiendo todo lo que este manotazo duro e invisible ha parado en seco. Adiós, amigo mío. Adiós.
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Ignacio Prego
Tiento Nuovo
Un hombre bueno
A veces uno no es plenamente consciente de lo que se quiere a una persona hasta que tristemente desaparece. Y Eduardo es de esos amigos que parecía que había estado desde siempre, y que no se iba a ir nunca.
Tras esa primera capa de aparente cascarrabias, había tanta calidez, tanta bondad, nobleza, compromiso, valentía, tenacidad, lealtad… Es imposible quedarse con solamente una de todas esas virtudes, pero si tuviera que definirle con una sola palabra, es que era bueno. El vacío que deja es literalmente imposible de rellenar, y eso no se puede decir de casi nadie. Sin Eduardo, ni la música antigua en España sería lo que es hoy, ni sería igual la carrera de muchos de los que siempre encontramos en él un verdadero apoyo incondicional que traspasó con creces la mera crítica musical y que rápidamente se convirtió en amistad.
Cuánto vamos a echarte de menos, amigo.
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Nacho Rodríguez
Los Afectos Diversos
Querido Eduardo:
Permíteme lo primero que te escriba en presente. Algo en mí se niega a aceptar la falta, y en más de un momento tengo aún la tentación de echar la mano al móvil para comentarte tal o cual descubrimiento musical.
Y perdóname, segundo lugar, si me niego a hacer referencia, como tantas veces se ha hecho, a tu capacidad de trabajo. Y no porque no sea verdaderamente destacable. Sino porque lo que prefiero recordar es tu capacidad de disfrute. Si bien últimamente éramos más de uno los que te veíamos un tanto estresado, y nos encontrábamos más veces de lo habitual con un “ya me gustaría ir (o quedarme), pero tengo que acabar no sé qué entrevista”, no puedo dejar de pensar en ti como ese infatigable conversador que no era capaz de resistirse a compartir con una caña delante la impresión de ese último concierto, de una grabación que acababa de salir (de las que ya lo hubieran hecho, nada que decir, no había una que no conocieras), o incluso de un proyecto nuevo apasionante que estaba a punto de ponerse en marcha, y que si no eras tú, ¿quién podía conocer ya?
No puedo dejar de recordar también tu queja por lo poco que se hace en este país el barroco francés (cuánta razón), y lo que disfrutabas cuando oías algo de este estilo que realmente te convencía. O con un aria bien cantada de una ópera de Händel. O, por supuesto, de alguna pieza barroca española rescatada y que te hacía insistir en cómo no tenía nada que envidiar a otras extranjeras, porque tanto a nuestro repertorio como a los intérpretes nacionales los defiendes (sigo en presente, donde estés seguro que no dejas de hacerlo) siempre a capa y espada. Pero también, y eso se olvida a veces, por tu pasión por la polifonía. De hecho tengo una espina clavada. En una ocasión me dijiste algo así como “si me quieres hacer feliz, haz el Stabat Mater de Josquin”, que era una debilidad tuya, por lo que se ve. Reconozco que no me había fijado apenas en esa pieza en concreto, y no te lo llegué a decir, pero de inmediato la busqué, hice mi propia transcripción desde una de las fuentes, y a punto estuvo de entrar en un programa, aunque al final no encajó. Pero en algún momento la haré, y no dudes que te la dedicaré, porque cada vez que pienso en ella, desde entonces, siempre la asocio a aquel comentario que me la descubrió.
Otra imagen que no me abandona es cómo te brillaban los ojos cuando recordabas alguna de tus “trastadas” en la época de periodista deportivo, como aquella vez que te escondiste debajo de la mesa en no sé qué importante reunión para enterarte antes que nadie de las decisiones de cierto club de fútbol. Porque pocas cosas se te pueden escapar cuando te da la gana de enterarte de algo. Periodista de los de verdad, de los que ya no se estilan. Que se preparen por allí arriba como empieces a destapar secretos. Aunque hay otras ocasiones en las que ese brillo también aparecía, aunque con un aire mucho más tierno: cuando hablabas de tus perros. No quiero pensar cuánto te echan de menos esos animales, con el cariño que te he visto mostrarles.
Pero no me engañas. Ese mismo cariño, si bien con frecuencia lo disimulabas o lo escondías con alguna frase de aparente “tipo duro e insensible”, seguramente fruto de ambientes en los que te ha tocado pelearte, es el que mostrabas hacia todo aquel que se te acercaba con alguna necesidad. Como cuando nos montamos en mi coche un sábado por la mañana, seguro que te acuerdas, a recorrer media comunidad de Madrid a la caza de un lugar para una grabación para la que me quedé súbitamente sin espacio. Pero si nos habían dado las 5 de la tarde sin haber parado ni a comer, y aún seguías diciendo “pues aquí al lado hay un pueblo con una iglesia que recuerdo que parecía silenciosa y casi no tiene misas”… Ni el hambre te hacía detenerte si sentías que podías echar una mano. Y muchos somos los que te debemos más de una. Y con decir muchos, me quedo corto.
Pero claro, no solo éramos los extraños. Eras reservado en estas cosas, y no solías hablar en público del cariño hacia tu familia, e incluso lo disimulabas. Pero quienes te conocíamos y sabíamos leer detrás de esa fachada, sabíamos de sobra lo que para ti suponía y significaba.
Y son muchas más las cosas que podría recordarte de cómo te gusta disfrutar de la vida, cosa que espero que sigas haciendo en esos lugares donde llega la gente de buen corazón cuando nuestro mundo se les queda pequeño. La foto que me llegaba de golpe al whatsapp con la foto de una nueva ginebra, en aquella época en a que estábamos a la caza de novedades al respecto: “pruébala, es cojonuda”. O las ocasiones en que te oí canturrear en momentos de felicidad tras un buen concierto. La alegría con la que relatabas que alguien te había consultado para sustituir un cantante que le había fallado, y tú le habías dirigido hacia uno que había resultado un descubrimiento. La satisfacción, en general, que te producía sentir que, gracias a tus aportaciones, algún músico había conseguido llegar un poco más lejos, pero no por vanagloriarte tú de ello, sino por verdadera alegría por el triunfo ajeno.
No quedan tantos como tú. Y por eso no te acabo de disculpar que te hayas ido así, con tantas cosas que se nos han quedado a medias. Nos debemos, como poco, una ronda más. Y en algún sitio, en algún momento, de algún modo, habremos de compartirla. Hasta entonces, querido amigo, guárdame un sitio.
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Stefano Russomanno
La música y los músicos
Conocí por primera vez a Eduardo en la añorada Quinta de Mahler. Desconocía en aquel momento su anterior trayectoria como periodista deportivo, pero tardé muy poco en descubrirla porque en Eduardo la pasión por la música barroca y el fútbol eran vasos comunicantes. No recuerdo una conversación con él en la que estos dos temas se mezclasen de las formas más gustosas e imprevisibles. Empezabas hablando de Bach y terminabas comentando el último partido del Real Madrid. O al revés, empezabas por Zidane y a continuación –sin saber cómo– estabas hablando de Gardiner.
Eduardo tenía un conocimiento enciclopédico de la música barroca, pero se trataba de un conocimiento vivo, ajeno a la erudición y a la frialdad. Creo incluso que en su caso el amor a la música era por encima de todo un amor a los músicos, es decir: a las personas que hacen la música. Estas mismas personas con las que, después de los conciertos, solía reunirse en un bar hasta las tantas de la madrugada para compartir opiniones, impresiones, anécdotas y vivencias. Esas personas que, al poco de conocerle, tenían en él a un amigo para siempre, un cómplice de tertulias interminables y placenteras. Si algo hacía único a Eduardo era precisamente la conciencia de que, detrás de la música, hay personas.

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Roger Salas
In memoriam
Ha sido comentada en estas páginas (tanto como reflejado en otros medios especializados y generalistas) la muerte del compañero Eduardo Torrico, especialista en música antigua y redactor jefe de Scherzo. Le debo estas palabras por su generosidad y su estatura profesional, vaya lo primero porque siempre estuvo atento a corregir y poner en bonito mis crónicas y a colocar las convenciones gráficas que yo había sido incapaz de atender. En lo segundo, poco puedo aportar, pero sí resalto su esmerada atención al surgimiento de nuevos intérpretes, y los valores emergentes, además de una amplísima cultura que hacía de juicio unas valoraciones a tener muy en cuenta. Era Eduardo Torrico uno de esos casos de buen periodismo donde no solamente era importante saber mucho, sino cómo transmitirlo en una escritura asequible, capaz de mantener el interés con argumentos nada ordinarios.
Alguna vez incluso, Torrico me cedió lugar, e hicimos, cuando el caso lo requería, una crónica en dos secciones, ocupándose él de la musical y de mi parte la coreográfica; fue su iniciativa, y quedamos satisfechos y emplazados a repetir el experimento cuando el objeto de recensión lo ameritara.
No es la música antigua un terreno de abundancias en España, eso está claro y lo sabemos.; ni en la teoría ni en la práctica. Y es por eso que echaremos mucho de menos a Eduardo y su palabra, su sapiencia y sus criterios. Mi más sentido pésame a su familia y a los compañeros de la revista Scherzo.
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Urko Sangroniz
Conocí a Eduardo Torrico en persona en octubre de 2002, en una reunión en Madrid entre usuarios anónimos de internet, lo que entonces se denominaba una “quedada”. Por aquellas fechas yo frecuentaba desde hacía meses los foros dedicados a la llamada música clásica, que entonces estaban en boga, y en los que, bajo seudónimo, se intercambiaban distintas impresiones. Eduardo y yo fuimos asiduos (él, con su erudición, mucho más que yo) de varios de ellos, con algunos cierres y migraciones en masa de por medio, motivadas por el boca a boca y por las recomendaciones de otros usuarios conocidos. No me duelen prendas en reconocer que tuve alguna riña virtual con él sobre tal o cual cantante, sobre esta o aquella grabación, nada que su experiencia, temple y mi bisoñez pudiesen aplacar, y nada que nuestra común afición por la buena música acertadamente interpretada pudiese apaciguar.
Así las cosas, la vida continuó, comencé a colaborar en Scherzo, y cuando Eduardo se convirtió en redactor, él pasó a ser el principal contacto regular que mantuve y he mantenido con la revista. Siempre le estaré muy agradecido por su infinita paciencia y comprensión con mi día a día, con los compromisos y con la carga de trabajo. Él, con mucho tino y empatía, supo entenderlo y gestionarlo, e hizo que siempre me sintiera cómodo y orgulloso de formar parte de la familia de Scherzo; la nuestra, aunque en la distancia, fue una relación muy cordial, y por eso su fallecimiento me ha afligido tanto.
Querido Eduardo, como se acostumbra a decir en euskera, Agur eta egun handira arte (Adiós y hasta el Gran Día), en el que nos volveremos a juntar para comentar tal o cual concierto, obra, intérprete o grabación. Descanse en paz Eduardo Torrico, un abrazo lleno de cariño para su familia y allegados, también para todo el equipo de Scherzo.
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Javier Sarría Pueyo
Un espíritu apasionado
Conocí a Eduardo en persona hace ahora exactamente 20 años —recuerdo perfectamente las deliciosas mollejas de cordero que comimos, con su correspondiente cerveza, naturalmente, en la zona de Sol—. Por entonces yo preparaba oposiciones y venía a Madrid a examinarme. Hacía un tiempo que nos conocíamos de forma virtual, pues ambos participábamos con fruición en el efímero, pero explosivo, fenómeno de los foros de música clásica en internet. Allí Eduardo comandaba las huestes historicistas en las despiadadas batallas campales que periódicamente se desarrollaban frente a los que él bautizó como “besugos”. Es decir, quienes consideraban todavía en aquellos tiempos las lecturas de inspiración “romantizante” como válidos rivales de los más recientes logros de la interpretación históricamente documentada (el modo en que Eduardo tradujo siempre el acrónimo anglosajón HIP). Caballos de batalla como la Misa en si menor de Klemperer o las Variaciones Goldberg de Gould originaban disputas épicas en las que se mezclaban las obscenidades más desagradables, el sarcasmo más despiadado y la erudición más elevada. Temible en el duelo cibernético —a veces a garrotazos—, la persona, como tantas veces ocurre, nada tenía que ver con el personaje y, sin ser este en absoluto desdeñable, aquella lo superaba con creces.
En ese humus creció rápidamente una amistad en la que su proverbial generosidad hizo que yo siempre ganase más que él. Y, como me precio de conocerle bien, esta será la última alusión que haga en tono sentimental, que él odiaba: jamás me perdonaría un texto lacrimógeno. Compartimos comidas, cenas, cervezas, copas, viajes —todo ello siempre enroscado en la más interesante conversación— y, sobre todo, toneladas de música. Y también redacción: primero en Diverdi, luego en El Arte de la Fuga y, finalmente, en estas benditas páginas, donde él lo ha sido todo. Fue a partir de su colaboración con La Quinta de Mahler cuando Eduardo reveló su faceta más fascinante, la de agitador cultural, fermento de la música antigua.
Eduardo conocía a todo el mundo, desde el director internacional de relumbrón hasta el bedel que transportaba un clave. Y ahí su conocimiento enciclopédico y su bonhomía —a veces travestida en distancia tras sus perennes gafas (pura timidez) en un primer instante— le convirtieron en el factótum de la música antigua en España; ni más, ni menos. Estoy convencido de que este peculiar sector musical no había sido igual —sin duda habría sido peor— sin su presencia constante, su aliento y su apoyo de todas las maneras posibles. Hombre profundamente patriota, incorporó, casi como la primera de sus obligaciones cívicas la de promover la música antigua española y los intérpretes nacionales. Y a la vista está que el panorama ha cambiado de forma diametral en los últimos veinte años: del páramo al vergel, lo que le hacía muy feliz, aunque, con su proverbial modestia, no personalmente orgulloso. Esta realidad provino de un hecho que tiene algo de conjunción planetaria: logró lo que casi ningún alma consigue, la unión de su pasión (muy vivida) y su profesión; su prodigiosa inteligencia, su estajanovismo auto impuesto y su ciclo vital —apenas dormía— hicieron el resto.
No puedo dejar de mencionar en esta semblanza su profundísimo amor por los perros. Ojo, solo por los perros, como bien se encargaba de decir cuando afirmaba que él no era animalista —corriente de pensamiento (¿?) que le ponía enfermo— sino canófilo (interesante neologismo de su invención). Siempre tuvo perras adoptadas, últimamente galgas y una pobre criatura mutilada que por amor de Dios (él que era ateo) —e insistencia de su hija pequeña— se trajo a casa. Y siempre, siempre, siempre, tras un concierto vespertino tocaba sacar a las perras a pasear “—No puedo quedarme más: tengo que pasear a las perras”.
Nos quedaron dos proyectos por hacer juntos: Un viaje a Versalles para asistir a una representación de una ópera barroca de primera, con intérpretes sobresalientes y puesta en escena historicista (de ilusión también se vive) y otro al Festival Haendel de Karlsruhe. No podrá ser.
Buen viaje, querido Torri.
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Luis Suñén
Un amigo, un maestro
La muerte de Eduardo Torrico nos ha dejado a todos los que le queríamos con el alma en un puño. En poco más de un mes se nos ha ido Eduardo. El 16 de marzo, estando en la redacción, se encontró mal y al día siguiente hubo que ingresarle muy grave en el hospital. Cada día que pasaba era un vaivén entre la esperanza y el pesimismo. Eduardo, además de un profesional como la copa de un pino, de un trabajador incansable, era un extraordinario ser humano. Una vez que se traspasaba esa especie de filtro que, por si acaso, asomaba a su rostro la primera vez, uno sabía que ahí estaba eso que llamamos una bellísima persona. Duro en sus críticas, recuerdo cuando lo quise traer como crítico a Scherzo en mi época como director. Él entonces escribía en CD Compact y en Diverdi y su estilo y su coherencia me convencieron absolutamente. En el número 267 (octubre, 2011) de la revista debutaba Eduardo como crítico y cinco años después Juan Lucas, como nuevo director, lo elegía como redactor-jefe. A esas alturas Eduardo ya nos había demostrado a todos lo enorme de su corazón y enseguida haría lo propio con su capacidad de trabajo. Para él no había jornada laboral porque vivía plenamente en la música y en el periodismo. Porque era un periodista de los de antes, bregado en el periodismo deportivo anterior al bufandismo, conocedor de la piel y de la cáscara del asunto. Por razones de la vida y del corazón la música fue al fin la que ganó el partido y se llevó a Eduardo como trofeo.
Los que escribimos en esta revista sabemos lo que era Eduardo para nosotros. No tenía horario, siempre dispuesto a recibir crónicas o críticas o entrevistas con y sin prisas, cerca o lejos del cierre del número correspondiente, decidido a que la web estuviera al día sin esperas, a que fuéramos siempre los primeros. Volcado con pasión en la defensa de eso que llamamos la música interpretada con criterios historicistas, y sobre todo si era española y tocada por músicos españoles. Nunca olvidaré cuando le dije que me había escuchado todos los discos de London Baroque en una de esas curas de repertorio que hay que hacer de vez en cuando. “Cómo te habrás aburrido”, me respondió cuando se lo contaba. Días después salían las Sonatas en trío de Handel por Al Ayre Español y me decía: “eso sí que es bueno”.
No había concierto en el que no estuviera Eduardo, escuchando con esa mezcla tan suya de generosidad y de exigencia, con eso tan importante para un crítico que es saber dónde se pone el nivel a la hora de medir a quienes empiezan o a los consagrados. Los conocía a todos porque los escuchaba a todos. Me recordaba en eso a un crítico literario del extinto diario Pueblo, Dámaso Santos, cuando les decía a los escritores de su momento: “leeos los unos a los otros como yo os he leído”.
Su mujer, Isabel, a la que, como a toda la familia, le damos un abrazo enorme todos nosotros, nos informaba cada día al equipo de SCHERZO de cómo estaba Eduardo. Hoy, hace un rato, nos ha dejado. Parece imposible. Lo vamos a echar mucho de menos porque hemos perdido a un maestro de la crítica y del periodismo, pero, sobre todo, a un amigo verdadero.
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Imanol Temprano
Eduardo Torrico: generosidad, pasión y lealtad
Eduardo Torrico era quizás la única persona en el mundo que al relatar una vivencia personal hacía comparecer en una misma anécdota, con total naturalidad, a Arrigo Sacchi y Arcangelo Corelli. Le conocí, como a otros amigos, hace más de veinte años, primero de forma virtual, en Forma Antiqva, un foro que ha sido cantera de músicos, críticos y amantes de la música. Poco después personalmente, en un extraño e inolvidable fin de semana en Bilbao con doblete fallido de óperas de Haendel malogradas a causa del insípido Alan Curtis y de las bajas de la mitad de los cantantes programados, mal sustituidos a última hora. Seguro que si él hubiera podido aconsejar reemplazos aquello habría sido muy diferente. Recuerdo que, en la primera de las dos cenas que compartimos tras los conciertos, abandonó un momento la mesa para participar por teléfono en un programa radiofónico de fútbol, creo que para hablar de un partido de la selección española del que yo era testigo que no había podido ver de ninguna manera pero del que estoy seguro que opinó de forma aguda y certera. Porque Eduardo era capaz de hablar de fútbol de manera inteligente y perspicaz sin apenas ver partidos ya, con ese punto de sano escepticismo que tenía hacia el deporte desde hacía muchos años, un escepticismo que no albergaba sin embargo hacia la música, que vivía de forma mucho más ilusionada y apasionada.
Desde entonces compartimos multitud de conciertos y post-conciertos. Siempre me sorprendió y admiré el olfato que tenía para detectar nuevos valores, talentos emergentes que él mismo ha ayudado a encumbrar con su apoyo entusiasta. Y es que Eduardo era una persona muy generosa, empezando con lo más valioso que tenemos, el tiempo. Era capaz de hacerse cientos de kilómetros para acudir a un concierto de un grupo español casi desconocido y con su reseña cambiar el destino de esos intérpretes. Y al mismo tiempo, con mil obligaciones encima -que de forma inverosímil siempre sacaba adelante-, nunca renunciaba a alargar las sensaciones de un buen concierto en torno a unas cervezas. No sé si eso le ha pasado factura; de lo que estoy seguro es de que esa entrega, esa generosidad, esa lealtad y ese compromiso con la música y los músicos eran sinceros y le han granjeado, de forma merecida, muchos amigos. Amigos que ahora le vamos a echar mucho de menos, porque él era como los mejores mediocentros que, en defensa, cubren mucho campo y corrigen errores de los compañeros; y, en ataque, organizan el equipo y reparten juego.
Eduardo, me tocó hacerte la cobertura en algunos partidos que tendrías que haber jugado tú. Ojalá nunca hubiera tenido que hacerlo, maldita sea. Adiós, amigo. Dejas un gran vacío.
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Roberto Ugarte
Reconocía su voz desde sus tiempos “deportivos” con José María García, con quien pasaba noches conciliando el sueño. La vida, afortunadamente, me llevó a conocerlo personalmente en Madrid, dentro de la diminuta estancia que compartimos la Revista Scherzo y la Fundación Scherzo. Entre comentarios sobre conciertos y artistas hemos ido intercalando anécdotas deportivas, en eso era, también, insuperable.
Trabajador incansable, de sol a sol, siempre disponible, siempre atento, ha sembrado en el ámbito de la música antigua, o histórica, o como se quiera llamar, un sendero de amor al arte que él admiraba, a los grupos españoles y, en definitiva, a lo que él también impulsaba.
Queda, sin duda, huérfano este espacio, que será difícil de cubrir con la intensidad, honestidad y cariño que Eduardo ofrecía para todos.
Le vamos a echar mucho de menos.
Goian Bego!
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Paco Yáñez
Sí, Eduardo, finalmente tenías razón
Después de escuchar, el pasado jueves, una nueva dedicatoria a Eduardo Torrico (esta vez, en el programa de Radio Clásica “Sinfonía de la mañana”), le comentaba a nuestro director, Juan Lucas, que quizás desde la pérdida de José Luis Pérez de Arteaga no se había producido en España una reacción de cariño y respeto tan sentida y unánime tras la muerte de un crítico de música clásica.
En muchos de estos obituarios (buena parte de los cuales han aparecido en las primeras cabeceras de España) se ha repetido lo temprano de su fallecimiento, tanto por la edad de Eduardo, 65 años, como por el relativamente poco pero fructífero tiempo que llevaba como redactor jefe de Scherzo: brevedad que, para uno mismo, ha sido más acusada, pues apenas doce meses pude disfrutar con él en la revista de su sabiduría, paciencia y buenos consejos: ésos que yo mismo iba anotando en un documento, creado ex profeso, para no atosigarlo con nuevas preguntas sobre el manual de estilo de Scherzo, ya que sabía que su trabajo era mucho y que el volumen de mensajes recibidos por Eduardo desbordaba lo humanamente asumible, pues siempre estaba ahí, a cualquier hora del día, para contestar amablemente, para publicar una crítica, para resolver todo interrogante.
No cabe duda, por tanto (y así lo han reconocido estos días desde el director hasta los colaboradores de la revista en sus emocionadas despedidas), de que Eduardo Torrico ha sido un factor decisivo en la modernización que Scherzo ha experimentado a lo largo de estos casi siete años en los que ejerció de redactor jefe, volcando en un género tan complejo como el de la música culta su larga experiencia en otros campos del periodismo. Claro que, para llegar a este grado de entendimiento, a esta forma de remar todos juntos en una misma dirección; incluso, para amar, como ahora amábamos, unos repertorios compartidos, Eduardo y yo tuvimos que partir no sólo desde posiciones ¿antagónicas?, sino desde batallas verbales que nos enfrentaron “a cara de perro” (como se suele decir) hace más de veinte años…
…fue allá por el 2001 cuando conocí a Eduardo Torrico, que entonces no era tal, sino Bellerofonte: el nick que él utilizaba en los extintos foros de Mundoclasico: aquel hervidero de conversaciones entre unos melómanos cuyos niveles de participación e ímpetu nunca se han repetido (al menos, que yo conozca) en castellano. En aquéllos que fueron los albores de la comunicación a través de internet en España, quizás volcamos, en más de una ocasión, una forma de dirigirnos al otro que, aderezada en la vida real por los lenguajes paraverbales, en la red sonaba excesivamente agresiva, lo que dio lugar a una espiral de crispación que, finalmente, dio al traste con dichos foros.
Dos de los foreros que más se destacaban en sus mutuas grescas y embestidas verbales eran, precisamente, Bellerofonte y un tal Nono que, quizás por su juventud o por intentar esconder lo mucho que entonces desconocía, adoptaba una posición entre arrogante y acusadora, marcada por su beligerancia contra quien no compartiera sus credos y apuesta por la música actual como repertorio prioritario sobre nuestros escenarios. Como se pueden imaginar, Bellerofonte no compartía las opiniones de aquel forero que con su nick homenajeaba al genial compositor veneciano; y ese Nono, claro está, era el mismo Paco Yáñez que hoy firma este obituario.
Moviendo Roma con Santiago, la primera gran quedada de aquel foro tuvo lugar, precisamente, en la capital gallega, en marzo de 2003, con la excusa de una interpretación en Compostela, por parte de Josep Pons y la Orquesta Sinfónica de Galicia, de la Turangalîla de Olivier Messiaen.
Conservo una crónica, publicada poco después de aquella reunión, en la que se decía que, finalmente, el encuentro entre Bellerofonte y Nono no había llegado a las manos, y que, para sorpresa de todos, ambos habían mostrado un buen entendimiento y talante: como no podía ser de otro modo, conociendo, como desde entonces conocí, al gran ser humano que se escondía detrás de Bellerofonte.
Para el off the record quedaron mis conversaciones con un Bellerofonte que en aquel encuentro nos dijo que su verdadero nombre era Eduardo (aunque ya antes se rumoreaba en el foro que Bellerofonte era un importante periodista deportivo); lo que quizás nos fue humanizando a todos un poco, al sustituir aquellos nicks y avatares por un nombre de carne y hueso. Recuerdo que Eduardo me insistió, entonces, en la importancia de que, si no cejaba yo en mi empeño de defender a ultranza la modernidad, al menos debía conectarla con la tradición desde donde ésta brotaba, para encontrar las raíces que la alumbraban.
Me había dicho Eduardo, también, que hacían falta años para llegar a disfrutar en profundidad ciertas músicas, como las de Tomás Luis de Victoria, Georg Friedrich Händel o Johann Sebastian Bach, y que algún día yo mismo lo haría…, como ha acabado siendo el caso; y te diré, Eduardo, que, si bien es algo que entra dentro de la lógica, por el volumen de obras y grabaciones del Kantor, hoy es de Bach de quien más discos tengo en casa, y que el progresivo descubrimiento de Victoria y, en conjunto, de la gran polifonía española que tanto amaste, se ha convertido en una de mis grandes pasiones musicales. También resultaste visionario en lo relativo a la importancia de conectar la tradición y la modernidad, hasta el punto de que hoy considero uno de los cometidos más importantes de la crítica especializada en la música de nuestro tiempo el establecer dichos puentes y rizomas, mostrando al lector cómo la historia se ha ido construyendo a través de esos vínculos que cada año hacen reverdecer lo que damos en llamar estilo.
Sí, Eduardo, finalmente tenías razón; y tú, que entonces ya habías recorrido un poco más (tampoco demasiado) el tiempo, nos iluminaste como aquéllos a los que (aunque nos enfrentasen batallas dialécticas) se les reconoce una autoridad, y esto último todos lo teníamos entonces ya claro en aquellos foros.
Me ha sabido a poco, a muy poco, el poder disfrutar tan sólo un año de tus consejos en Scherzo; pero esas lecciones, las que de ti recibí desde comienzos del 2022 hasta este fatídico 2023 que finalmente te ha llevado, quedarán aquí para siempre, como las que hace veinte años dejaron un poso que, sin duda, me fue haciendo otro.
Volviendo al principio de esta despedida y agradecimiento (que, como siempre, Eduardo, ya ves que me ha salido extenso), regreso a las ondas de “Sinfonía de la mañana”, donde el próximo miércoles, 3 de mayo, Juan Lucas compartirá con los oyentes algunos de los muchos recuerdos que de ti atesora. Allá donde estés, amigo Eduardo, no dejes de escucharlo, pues sin duda habrá alguna radio secreta que conecte a quienes aquí seguimos con quienes aquí habéis estado.
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Otros homenajes
Rubén Amón
Juan Lucas
Sinfonía de la mañana. La pasión según Juan Lucas. Radio clásica de RNE.
3 de Mayo de 2023.