DRESDE / Gran triunfo de Thielemann con ‘La mujer sin sombra’
Dresde. Semperoper. 23/III/2024. Richard Strauss: Die Frau ohne Schatten. Eric Cutler, Camilla Nylund, Evelyn Herlitzius, Oleksandr Pushniak, Miina-Liisa Värela, Andreas Bauer Kanabas. Dirección musical: Christian Thielemann. Dirección escénica: David Bösch.
Christian Thielemann se despidió por todo lo alto del público de la Semperoper con una nueva producción de La mujer sin sombra de Richard Strauss. El director berlinés exhibió su incomparable magisterio sobre estos pentagramas obteniendo un equilibrio perfecto entre el escenario —con el Staatsopernchor, el Coro Infantil de la Semperoper y casi una veintena de solistas— y el foso, con la Staatskapelle al completo, creando al mismo tiempo una auténtica maravilla sonora. Cautivador y emocionante resultó el contraste entre los momentos de extrema, casi dolorosa, acumulación sonora y las sublimes escenas camerísticas. Los pasajes puramente orquestales, como los extraordinarios interludios, desplegaron un esplendor sonoro sin igual, una embriaguez casi narcótica. Así, el director llevó al culmen la dimensión dramática de la música, creando, no obstante, un cuidadoso acompañamiento para los cantantes, que no tuvieron que forzar la voz en ningún momento.
El papel protagonista lo encarnó Camilla Nylund, quien, aun teniendo experiencia previa en el rol de la Emperatriz, sorprendió por su comedido comienzo. Con una emisión estrecha y oprimida, la soprano tuvo problemas en el staccato agudo de su entrada, sólo relajando su sonido a partir del segundo acto. Su mejor momento se vivió en el gran monólogo del tercer acto donde, además de exhibir un hermoso lirismo, desplegó un amplio y seguro rango vocal. A su lado, Eric Cutler brilló vocalmente como el Emperador, vestido de blanco, con una voz emitida bellamente y sin esfuerzo. Sus páginas solistas destacaron por un brillante registro agudo teñido de su espléndido color baritonal. Igual de impactante fue la actuación de Oleksandr Pushniak como Barak. Con amplia y cálida voz y apariencia proletaria, el barítono ucraniano resultó ser un intérprete ideal para el papel del tintorero, suscitando la simpatía del público con su conmovedora actuación. La Semperoper también presenció el debut de Miina-Liisa Värelä en su escenario, encarnando a la Tintorera. Aunque al principio la soprano dramática impresionó por el metálico rigor y el penetrante poder de su voz, así como por la variedad de su paleta expresiva, su emisión fue haciéndose más estridente conforme avanzaba la representación. Como la Nodriza, Evelyn Herlitzius entró a escena con un afilado y cortante registro agudo, para desplegar, más adelante, un abundante y bello espectro vocal. Como siempre, la cantante fascinó al público por la intensidad de su actuación, ofreciendo una apasionada lectura del personaje, alejada de toda actitud demoníaca.
Por desgracia, la propuesta escénica estuvo muy por debajo de la excepcional ejecución musical. El director de escena David Bösch diferencia claramente los mundos de ambas parejas. La ópera se abre presentando a la Emperatriz en una cama blanca, oculta tras una traslúcida cortina ondulante. Un montacargas conduce directamente a la casa del Tintorero, cuyo deprimente mobiliario se ve reducido a una lavadora, varias cajas de cartón y un viejo televisor. La exuberante mujer del Tintorero, fumadora empedernida, luce un corto y desteñido vestido violeta y un delantal estampado. Poco después, la vemos rodeada de joyas, adornos, pedrería y atavíos rosas que las jóvenes —la Emperatriz y la Nodriza— le ofrecen a cambio de su sombra. Entonces, la Mujer se transforma en Lady Pink, tal y como describen las letras proyectadas en la pared, de estética arriesgadamente hollywoodiense. Jóvenes semidesnudos, ataviados con doradas coronas de laurel y en ropa interior, aparecen con un afán seductor. Las excesivas proyecciones perturban el aspecto de la producción, ya que casi ninguna escena transcurre sin las parpadeantes imágenes proyectadas. Con los actores sobre el escenario y sus siluetas en vídeo al fondo, se crean escenas duplicadas que resultan por completo innecesarias. Además, la sombra ausente, finalmente recuperada, no se distingue, lo que siempre ha supuesto un desafío para el diseño de iluminación. El equipo técnico tuvo que idear soluciones alternativas para algunas escenas. En lugar de la esperada petrificación del Emperador, aparece en el aire una gran ave de presa, de fantasmales ojos luminosos, que sostiene entre sus garras el cuerpo aparentemente sin vida del personaje. En su última escena, la Nodriza se acerca braceando a la cama de la Emperatriz e intenta en vano matar al Mensajero con un cuchillo. La producción concede inesperadamente la última palabra a la Nodriza, que descompone la casa, dispuesta a crear nuevas parejas. Si el Emperador y la Tintorera o la Emperatriz y Barak son más adecuados el uno para el otro es cosa, por supuesto, de otra ópera.
Bernd Hoppe