Dos tangos en el hipódromo

Un ruego. Permítanme hoy incluir parte de una pieza que compongo ahora, que está sin concluir, pero que creo cercana al remate. Uso en ella unos términos que se pueden considerar ajenos, puesto que no soy del país que evoco con más simpatía que drama, y con más ironía que autoridad. Oigan a este personaje, que trata de explicar ciertas cuestiones del tango a gentes que vienen de fuera. La trama es ajena, pero no del todo, a esta propuesta de discusión. Dicho esto, añadiré que temo que Blas Matamoro pueda pasear su pupila por estas líneas. Blas, ten piedad.
He aquí el fragmento:
– Verán. Hay tangos que no usan el lunfardo. Para ello hace falta cierta voluntad del bardo, no porque el lunfa sea algo natural, sino precisamente por lo contrario; no era natural y se impuso como si lo fuera. Esto es, hay quien prescinde de ello por impropio. Incluso hubo gobernante de la década aquella (la infame) que consiguió la prohibición del lunfa y del voseo, así, como lo oyen. Tarea inútil que creó sufrimiento, trabajo y burla. Pero, en fin, hay quien prescinde de ello por considerarlo vulgar o, cuando menos, localista y costumbrero. Palermo es un tango para la parroquia, por amplia que sea, y es pródigo en lo que oyeron recién. Por una cabeza es parte de un objeto de exportación destinado en buena parte al interior. De hecho, el filme está rodado en Estados Unidos, como todas las últimas películas de Gardel. Hoy empieza a suceder lo contrario: si no hay localismos o lunfa, en otros países de habla española no se lo ve como auténtico. Aquí ocurre lo mismo, no crean. Hay giles que le reprochan a Chaikovski no ser lo bastante ruso.
– El filme fue…
– Tango bar, su última cinta. La que le costó la vida, podríamos decir, porque por entonces volaba de país en país para promocionarla, y en una de esas… Medellín, Colombia. Aquel día murió el tango dos veces, aunque algunos solo recuerdan a Gardel. También murió Alfredo Le Pera en ese mismo accidente. Que no fue de aviación, sino un choque de dos aviones a punto de despegar. Eso fue en 1935, ya saben ustedes.
Quiroga se regodea, aunque comprende que se están alejando de la historia del gallego Andrade y su crimen pasional.
– Pero también hicieron ese año El día que me quieras.
Reprime Quiroga una dosis de nostalgia teórica del doctor Fagioli y cohíbe sus hipótesis sobre las diversas veces que murió el tango, que revivió el tango, que se desnaturalizó el tango, que se impuso el tango. Ese 1935, sea muerte o resurrección, es para muchos un año señero, signifique lo que signifique.
– Sí –se remata Quiroga a sí mismo-, aquello era una máquina de producir. En enero, El día que me quieras; en febrero, Tango bar. Y en junio, Medellín.
Santiago Martín Bermúdez