Don Juan en Macedonia

Algo más de cincuenta años pasaron desde que don Juan Tenorio subiera por primera vez a las tablas hasta que fue adoptado por el mundo de la ópera. ya nadie acepta la fecha tradicional de 1630 de aparición de El burlador de Sevilla y convidado de piedra, pues se ha demostrado con pruebas contundente que aquella supuesta edición princeps de Barcelona era fraudulenta y que en realidad había sido impresa años atrás en Sevilla. La verdad es que ya en 1617 esta comedia formaba parte del repertorio de una compañía en Córdoba, por lo que se estima que su escritura primera debió acontecer sobre 1615. Y lo de Tirso de Molina es cada vez más indefendible a la vez que toma cuerpo con solidez la autoría de Andrés de Claramonte.
Tuvo éxito la comedia fuera de la península, pues de 1625 en adelante hay noticias de su representación en castellano en los teatros de Nápoles y no tardaron mucho en aparecer traducciones más o menos fieles al italiano. Tal era el atractivo para el público italiano de las andanzas del crápula sevillano y su desastroso final a manos de la estatua del Comendador y de su cohorte de demonios que ya desde mediados del siglo XVII las habían hecho suyas las compañías andantes de la Commedia dell’Arte, con adaptaciones y añadidos pensados para atraer la risa del respetable. La escena del catálogo de las conquistas (“Madamina, il catalogo è questo”) procede de los lazzi con los que los actores provocaban el jolgorio de los asistentes. Era, pues, un Don Juan cómico, cada vez más alejado de la intención moralista de su origen.
Dada la fama de personaje y trama, con su doble vertiente del seductor y del blasfemo que desafía a los cielos y que es devorado por los infiernos, difícil era que no fuese adoptado por el naciente género de la ópera. Pero no se produjo esta confluencia en el mundo de los teatros públicos o de corte, sino en el refinado ambiente de los palacios cardenalicios romanos. En 1669 se sentaba en la silla de San Pedro Clemente IX, un papa tan aficionado al teatro y a la ópera que no había dudado en firmar algún que otro libreto. De ahí que su pontificado supusiese una etapa de apertura hacia los espectáculos teatrales, algo en lo que pronto rivalizaron las familias aristocráticas y cardenalicias, ansiosas de mostrar Urbi et Orbi su poderío cultural y político. A ello cabe añadir la presencia en Roma de Cristina de Suecia una vez formalizada su renuncia al trono y su conversión al catolicismo. La “reina emérita” mantenía en la ciudad un fuerte programa de evergetismo cultural y para el carnaval de 1669 aceptó la propuesta de ofrecer un espectáculo teatral colosal que deslumbrase por sus cambios de escena, sus efectos de tramoya y la permanente presencia de música y canto. El padre de la idea era Filippo Acciaiuoli, un hombre de teatro versado en los trucos y las maquinaria teatral, quien se propuso elevar la trama donjuanesca a categoría superior de espectáculo cortesano. Contó para ello con Giovanni Filippo Apolloni como libretista y con Alessandro Melani (maestro de capilla de Santa maria Maggiore) para la composición musical. El argumento del Convidado de piedra era ya por entonces considerado propio de un público vulgar, por lo que Acciaiuoli y Apolloni optaron por desplazar la trama a una Macedonia clásica, otorgarle otro título más acorde con el entorno (L’empio punito) y cambiar los nombres de los personajes por otros con resonancias más arcádicas. Don Juan sería Acrimante; Catalinón, Bibi; Tisbea, Atamira; y así con todos los demás.
El estreno fue el 17 de febrero de 1669 en el Palazzo Colonna ante lo más escogido de la nobleza romana y los más importantes embajadores. Fue una velada larga y espectacular, con naufragios, tormentas, llamas y todo lo necesario. Y con lo más granado de los cantantes papales como intérpretes, empezando por el castrato Giuseppe Fede como protagonista (¿qué diría Gregorio Marañón de esta circunstancia?). A pesar de los cambios, a pocos se les escapó que se trataba del famoso Convitato di pietra y un espectador tan acreditado como el poeta Salvator Rosa calificó la velada de solennissima coglioneria.
No hagamos demasiado caso al atrabiliario poeta y pintor, porque la música de Melani para la primera de las más de cincuenta óperas de temática donjuanesca bien merecería ser interpretada con mayor asiduidad en los teatros. Valga de ejemplo este sentido lamento de Atamira en el primer acto tras ser burlada por un seductor Acrimante salvado por la pescadora de una segura muerte tras un naufragio. En octubre del año pasado el Teatro Verdi de Pisa puso en escena este L’empio punito, con Rafaella Milanesi como Atamira y Carlo Ipata al frente de la Orchestra Auser Musici.