Discos de Altamira
La noche, amplificadora de sensaciones, trae con fuerza a la memoria la cuestión de cuál fue el primer disco de la historia, y la progenie motivada por aquellos registros rudimentarios, de laca, de la Edad de Piedra, en los que lo musical entró ya en juego.
Refresquemos algún dato sabido, sin perdernos en ellos. Antes que nada fue la máquina, reproductora del sonido grabado, patentada en 1877 por su inventor Thomas A. Edison. Era el periodo más fértil de su larga vida, pues durante el mismo, alumbró también la luz eléctrica, que identificamos con la familiar bombilla, o los usos en el primitivo cine, con la iluminación a través de arcos voltaicos. El gramófono era en sus comienzos una máquina parlante y la música no la principal atracción pensada por Edison, sino el registro hablado de hombres célebres, o las clases de dicción.
Es difícil precisar si fue antes la marcha o la banda, pero el hecho es que Verdi tuvo muy pronto nombre, a través de una misérrima reducción para banda del sublime Miserere de El trovador; también Sousa, con sus populares bandas. Si bien tocado, Verdi es un grande, obvio es que aún la gran música no había comparecido en condiciones ante la ‘máquina parlante’.
¿Cuándo lo hizo? Claramente, al menos para mí, en 1889, pues para la entonces flamante Columbia, Brahms impresionó una pequeña muestra de su inmenso genio en un cilindro, tocando la Rapsodia húngara nº 1. Es una pena que sea un disco decepcionante, pues contiene más ruido de fondo que música. Se reconoce, eso sí, el tema melódico y el cabroncete está en estilo, pero la sección central es omitida, dada la poca duración permitida entonces a este testimonio de Altamira, aunque de mira alta. Existe en CD, gracias a su edición en el álbum Pearl Alumnas de Clara Schumann. Es muy buena, pues no grabó en la ancianidad, Ilona Eibenschütz; en la Balada Op 118-3 de Brahms, muestra un hondo calado de las notas y esos raptos viriles típicos de su autor.
Algunos críticos, como William Weaver, afirman la existencia de un cilindro de Hans von Bülow. Y existió, aunque no se comercializara. Era una mazurca de Chopin, grabada hacia 1892 en los Laboratorios Edison y Büllow, al oírla, de puro horror se desmayó en redondo.
El difunto Antonio Massísimo, que en cronologías no daba puntada sin hilo, me regaló una copia del 97 con la que afirmaba es la primera muestra, en este caso vocal, y con bastante buen sonido. Es el Solo profugo de Martha, la exitosa ópera de Flotow, con papá Giannini, al que él llamaba así por ser padre de la célebre soprano Dusolina, y Bassini; se aprecia que la voz de Giannini era bonita y la otra de barítono claro, algo pálido.
Según cataloga Roberto Bauer, en 1900 un tenor poco conocido, pero de nombre altanero, Dante del Papa, grabó Vesti la giubba, etc. Sin ser pruebas memorables, se admite su estimable calidad, teniendo en cuenta que si hacían el ridículo ante la bocina los osados perdían parte de su crédito.
También Gianni Bettini, gran aficionado al canto, enriqueció esta novísima parcela, grabando por todo el orbe cantantes maravillosos, como Medea Mei o Nicolaj Figner, en primerizos G & T, que luego sería La Voz de su Amo. El prestigio de Bettini se vio afectado por el rumor de que había falsificado cilindros de Jean de Rezské, el tenor más famoso de su generación.
En el desarrollo del gramófono serían claves varias personas llenas de entusiasmo e iniciativa. Una fue Emil Berliner, que quiso saltar el charco y extender su radio de acción a las capitales europeas, muy en concreto Londres. Con Berliner había trabajado el pianista en horas libres Fred Gaisberg, un cazatalentos encargado después de la división europea. La primera grabación oficial, el Ave María de Bach-Gounod, la hizo en 1902 la contralto Edith Clegg, conocida apenas por eso.
Pero Gaisberg inculcó el interés como documento que tenía grabar a artistas en verdad grandes, como la ya gastada Adelina Patti, que con todo conmueve en Bellini e Iradier, Chaliapin, captado en 1901, o Caruso, al comienzo reputado caro, con la prohibición de grabarlo. Gaisberg desoyó las órdenes de Londres y grabó su voz densa y campanuda, que parecía nacida para el nuevo invento. En el campo orquestal, en 1913-14 el legendario director Nikisch grabó Liszt con la OSL o la primera sinfonía completa, una Quinta de Beethoven con resultados no muy decepcionantes dada la magnitud del empeño.
Por ser en vivo me emociona que un diletante cualificado, el archivero Mapleson, grabara por su cuenta a varios grandes cantantes en ensayos del Met. El aria de La africana con el genuino Rezské, que dejó tan pocas piezas, la considero un escalofriante agujero en el túnel del tiempo, pero un agujero que, ya que no lo demás, permite oír sus agudos. U oímos como De Marchi, primer Cavaradossi, en Vittoria! alargaba la o, y nada la a. O en Payasos a Scotti, que sí grabó en estudio, pero era mucho más fiero en escena.
Otra buena pregunta. ¿Es verdad o leyenda que hay 3 cilindros con Albéniz al piano? Es verdad. Mi amigo Mariano Montejano los cedió para completar un CD de su querido arte flamenco. Son 3 improvisaciones, de las que la 3ª es la más desarrollada y la que suena mejor. ¶
Joaquín Martín de Sagarmínaga