De parte de los García, gracias, Teresa
Fueron los García los que establecieron el lazo indisoluble de amistad y cariño que me unió a Teresa Berganza. A través de su hija Cecilia, con quien ya había coincidido en algunas ocasiones con motivo de la recuperación de obras de Manuel García, junto a Juan de Udaeta, en unos inolvidables días en el Festival de las Naciones de Cità di Castello, supe del interés de Teresa, desde sus tiempos de estudiante, por la música de aquel sevillano tan arriesgado y andariego como lo fue la propia Teresa. Posteriormente y una vez que había yo terminado de redactar mi libro sobre los García, le mandé el manuscrito y le solicité un prólogo. No podía haber mejor presentadora y avalista y aceptó con entusiasmo. Ya en persona, me contó que, en sus tiempos de estudiante, Lola Rodríguez Aragón (cuya foto siempre estuvo presente en el altar de sus recuerdos que era la mesa de su salón cercana a la ventana que daba a la Basílica de El Escorial) le hacía prepararse los ejercicios de Manuel García, esos Exercices pour la voix que el tenor sevillano publicó simultáneamente en inglés y francés en 1824. “Me los ponía a mí solamente, porque son muy difíciles y yo era la única que podía seguirlos”, comentaba. Y esos ejercicios, según propia confidencia, le acompañaron durante toda su carrera, porque, como la propia Pauline Viardot decía, en ellos se podían encontrar soluciones para cualquier problema técnico que pudiera surgir a un cantante a la hora de abordar un pasaje complicado.
No es de extrañar, pues, que de esa familiaridad con la faceta pedagógica de Manuel García padre naciese el interés por abordar su música, sobre todo sus canciones españolas. Pronto aparecieron en los programas de sus conciertos los títulos de algunas de ellas, con arreglos de gran calidad de su entonces marido, Félix Lavilla. Y de ahí, lógicamente, a la grabación de un repertorio que le iba como anillo al dedo a su personalidad como cantante que siempre defendió el repertorio español y que lo llevó por todo el mundo. Con su gracia de elegante casticismo en el fraseo, su capacidad de matización del sonido y la sensualidad picarona que sabía dosificar con gusto, escuchar canciones como Caramba, Yo que no sé callar, Fortunilla o El riqui-riqui es como asistir en primera fila a una lección magistral de canto, del saber decir, del saber insinuar. Fue en 1995 cuando se grabó un disco con una selección de canciones de García del que la propia Teresa lamentaba que hubiese desaparecido del mercado y que no se hubiese reeditado, porque era una de las grabaciones de las que más orgullosa se sentía.
Diez años más tarde, a la sombra de las conmemoraciones del cuarto centenario de la primera edición del Quijote, Juan de Udaeta, Gustavo Tambascio y Susana Lozano recuperaron la ópera Don Chisciotte de Manuel García. A modo de presentación del espectáculo se proyectaba antes de iniciar la representación un breve vídeo, en el que Teresa, en su casa escurialense, se enfundaba en la personalidad de Pauline Viardot y recordaba los tiempos de convivencia con su padre. La propia Susana Lozano, el también llorado Rafael Banús y Raúl Asenjo figuraban como los criados de la Viardot que se embelesaban escuchando a Teresa/Pauline cantar Bajelito nuevo mientras limpiaban la cubertería de plata.
Ya por entonces y durante años sucesivos, Teresa se involucró activamente en la conservación de la Villa Viardot que en Bougival, a las afueras de París, amenazaba ruina. Con la colaboración de quien fuese su primer alumno, el barítono Jorge Chaminé, dio conciertos e impartió clases magistrales (pueden consultarse algunas en YouTube, afortunadamente) con la finalidad de recaudar fondos y de llamar la atención de las autoridades para evitar el derribo de la bella villa paladiana en la que vivieron sus últimos años de pasión a tres Pauline, Louis Viardot e Iván Tourgueniev. Afortunadamente Teresa llegó a conocer la feliz noticia de la implicación de la Presidencia de la República Francesa en la restauración de la casa y en la creación a su amparo del Centro Europeo de la Música bajo la dirección de Chaminé.
La última ocasión en que nos vimos fue durante la presentación de mi libro en la sede madrileña de la SGAE, en junio de 2018. No estábamos seguros de si iba a poder asistir, pero, cuando menos lo esperábamos hizo su aparición como sólo lo saben hacer las más grandes: de forma sencilla, pero concitando a su alrededor todas las miradas y oídos. No quería sentarse en la mesa del estrado, pero aceptó hacerlo y, de forma maravillosa, como sin quererlo, se adueñó del acto y sonrió todo el tiempo recordando sus vivencias con la música de los García. Incluso se arrancó con El riqui-riqui con aquello de “las muchachas de La Habana son negras como morcillas”. Me pidió que le diera el pie y la cantamos a dúo. Fue la mía la carrera de cantante más breve de la historia, pero pocos podrán presumir de haberla empezado y terminado cantando con Teresa Berganza. ¡Ahí es nada!
Andrés Moreno Mengíbar