Cuatro cantantes que mejoraron (II): Raina Kabaivanska
En esta serie no está Mirella Freni, que debutó con todas las cartas en regla y su evolución fue medida e inteligente; por eso apenas perdió lozanía. Lo que sí perdió, hace ya lustros, fue la voz, pero como consecuencia perceptible de problemas psíquicos y afectivos, relacionados en parte con la muerte del bajo Nicolai Ghiaurov, su segundo marido. Sí debe estar, en cambio, la soprano Raina Kabaivanska que, empezando con menos, con una voz no tan canónica y más peculiar, llegaría con el tiempo a superarla, si no en calidad pulquérrima, sí en expresividad e incluso en técnica.
En una entrevista que concedió a Miguel Ángel Gancedo y a mí, para Melómano (él quizá sea el primer kabaivanscólogo de España, aunque no todos los españoles, claro está, conozcan a la búlgara). La propia artista era consciente de que, tanto en su periodo de estudios, en su propio debut en Sofia como Tatiana de Eugene Onegin, e incluso en los primeros escenarios, su principal brújula era la intuición.
Aunque su maestra fuera Rita Fumagalli-Riva, posteriormente, en busca de consejo, las excéntricas hermanas Cook le presentaron en Nueva York a la legendaria Rosa Ponselle, quien le dijo lo que se aquí se transcribe:
-Rosa Ponselle: “Hay un material, probablemente”.
-Raina Kawaivanska (a nosotros): “De veras no sabía cómo cantaba, pero cantaba, porque el instrumento y el material sí lo sabían”.
Tras una prueba al piano, la eximia habló:
-Rosa Ponselle: “Tienes material, pero cantas a la manera eslava”.
Cierto, aún quedaba por limar alguna aspereza. Pero en el viejo Met del 62, durante unos Payasos, desde el recitativo previo a la Ballata ya exhibe sus luego famosísimos reguladores, además de una voz asustada. El delicado trino del aria, de forma intuitiva o no, es emitido con total justeza, y en la dramática escena final le aguanta el tipo a todo un Bergonzi, otro gran técnico que lograba gracias a ello un squillo que la naturaleza no le dio del todo. A cambio, la dicción de Raina era entonces menos nítida y tampoco los aplausos fueron aún un premio de diva.
Su perfil evolucionará en adelante hasta alcanzar cotas de excelsitud. Tres actuaciones están clavadas en la memoria del firmante, como tres cruces eslavas de San Francisco. Vamos a ellas, sin aburrir mucho con fechas. Una está vinculada a Tosca, con Pavarotti y en la Staatsoper de Viena; ambientazo, ambos en estado de gracia. La frase del I acto, ante Scarpia y referida a Dios, “Egli vedi ch´io piango!”, fue crecida a través un reglador milagroso, a lo Magda Olivero, que entregó al público a manos llenas el más perseguido deleite en la ópera, es decir, el escalofrío de emoción.
20 años después, en la voluptuosa Manon, con Kraus, hizo la mejor entrada en escena posible. Mostró con sutileza el inicial embarazo del personaje, disolviendo cada agudo, tras un breve rubato, en una nube más ligera que la anterior, gracias al magisterio de la emisión. Tras la escena de San Sulpicio, con una Raina volcánica pero de afinado control, Mikel Viar, responsable artístico del Coliseo Albia de Bilbao, se volvió hacia mí y, en medio de aplausos atronadores, me dijo al oído: “Esto ya no lo oiremos jamás”.
Pero lo mejor fue una Suor Angelica que sí quiero consignar con lugar y fecha: Teatro Real, 1993. Ese lo mejor fue, mira tú, el ensayo general de esta ópera breve y terciada. Aún mejor fue el ensayo que la función caída en suerte, que fue mejor que la que dio Radio 2 y, dado que había creado unas altas expectativas, que nunca defraudó, mejor incluso que ir a la Luna… En abierta decadencia, en fin, sólo la oí una vez en Teatro Español.