Cuatro cañones (II)

Pese a contar con el aval del Tristán e Isolda dirigido en 1951 por Victor de Sabata, donde reina sobre un reparto prestigioso, algunos descubrimos a la soprano Gertrude Grob-Prandl, otro de los cañones vocales del siglo XX, no en esos CD de Myto, sino de un vinilo de Cetra de los conciertos del Festival Martini-Rossi. Su propio rostro, redondeado y papulón, de anchura nada común, un poco a la manera de Eileen Farrell, mostraba unos singulares centros de resonancia nasales y supranasales, multiplicadores del gran efecto que causaba en los teatros. Como era usual en esos recitales, la austriaca sólo cantaba un par de cosas, pero en ellas exhibía una voz clara, de volumen colosal, vibrada de natura, vibrante en la expresión, y casi única en los pujantes staccati.
De ahí que en el aria más potente de Reiza en Oberon se muestre como una amante fiel, dispuesta a arrostrar los peligros que supone el océano concebido como ente monstruoso. Un rol cuya dificultad une a la anchura el necesario dominio de las agilidades, que la soprano descuelga como si fuese un pájaro canoro, amén de los picados, y no menos del implacable agudo de clausura, que emite con la naturalidad de quien destapa un corcho. La otra es de Fidelio, personaje aún más leal por no asistirle la magia, pues su amor por Florestan lo forja el heroísmo. Grob-Prandl desata un vendaval ya en el recitativo acompañado previo a su primera gran aparición, Komm, Hoffnung.
También ayuda a retratarla un compacto que, precisamente, es uno de los Myto que le dedicó, con el genérico de Recital. En el aria de Isabelle del IV acto de Roberto el diablo apuesta por el lirismo. Por ello, además del volumen y la intensidad sonora descomunal, no sorprende menos al degustador la forma de plegar sus medios. Mas si en origen había ya un instrumento caudaloso, la técnica amplificó su eco de manera ejemplar, con reguladores elongados de bella calidad, y graves que no suenan demasiado extraños al resto de la gama. Las mismas virtudes pueden predicarse en La hebrea, por la espontaneidad y sencillez con que afronta Er kommt züruk.
Aún aportan más pinceladas sobre su organización técnico-vocal las contribuciones a Wagner de este disco, y también la de Strauss. Una gran salida a escena en La valkiria: en los cuatro agudos gemelos y lapidarios de Brunnhïlde, Grob-Prandl no necesita exagerar su fiereza guerrera, y mucho menos precisaría una amplificación en disco. Le basta con un portamento levísimo para dilatar los espacios vocales que confieren a su zona alta tanta resonancia y vigor, de modo que, si es raro que suene tensa, no lo es tanto que parezca sobrada. El propio vibrato que, para algunos, si se generaliza, puede infectar toda la voz, en esta artista es genético, y contribuye a la amplificación del mazazo sonoro.
A veces el impacto es tal, que tras la nota extra-potente parece oírse el cierre repentino de las válvulas respiratorias. En Elektra es vital su instrumento claro, pero esa base tímbrica no impide la variedad de la paleta cromática, como cuando explicita su deseo de venganza en las personas de su madre y Aegisth, largo soliloquio contenido en una gran escena de apertura. Y en el reconocimiento de Orest, en fin, pone los pelos de punta con el tintineo de las genuinamente grandes.
Otro valioso testimonio, reeditado en su momento por Melodram, es su encarnación de la princesa Turandot, en otra escena inicial e iniciática. En el plano vocal vuelve a impresionar. En verdad, parece que la voz proviniera de lugares exóticos, con largos alientos impulsados por una alfombra mágica, de tan alto como vuelan. Su expresión distante, gélida incluso, no es extraña al papel. Eso sí, en repertorio italiano, como tantos colegas centroeuropeos, opta por muy a menudo la erre fuerte.
Al menos es una década posterior la candidata Gwynet Jones, señora de una soberbia materia prima, pero, por diversas causas, más irregular que algunas carreteras comarcales. Quien escribe la oyó en Viena en Fidelio en un día asombroso, aupada desde el podio nada menos que por Vaclav Neumann.
(Nota: Erré en la primera entrega al decir que Juanita Capella fue llamada “Caruso con faldas”, no “Tamagno con faldas”. Por asociación, pensando en Caruso, advertí a destiempo que era el mote de Rosa Ponselle, cronológicamente más comprensible).
Joaquín Martín de Sagarmínaga
2 comentarios para “Cuatro cañones (II)”
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