Cuatro cañones (I)
Indagar quienes son las cuatro sopranos de voz más potente y voluminosa del siglo XX es una tarea difícil, incluso una entelequia. Sin haber un sinfín de deudoras de tal merecimiento existen, desde luego, una docena de candidatas. Acaso ni la propia santa Cecilia, con su reconocida agudeza auditiva, sea capaz de responder con justeza a la demanda planteada en tal justa, y con mucha más razón el terrenal melómano deberá afinar mucho el gusto para definir sus más firmes preferencias. Ahora bien, suponer —pongamos— que Lina Pagliughi [en la foto], Graziella Sciutti, Maria Stader y Alda Noni, con ser admirables, sean las tallistas del diamante Estrella rosa, sería tanto como errar disparando de cerca con un Winchester de repetición. La candidatura de Vera Amerighi Rutili, soprano ancha del gusto de Giorgio Gualerzi, gran experto como fue en voces ancestrales, cabría desecharla por la imagen algo pálida de sus pocas grabaciones. Tiene buenas maneras, y en el terceto de Norma Deh, non volerli vittime, de 1927, hacia el final de su solo logra un sonido imperial, cuando afronta el pasaje al agudo, y son de nivel casi parejo los unísonos posteriores.
Conviene aclarar que, por su antigüedad, la primera elección recae sobre la imponente Juanita Capella. Es casi imposible que alguien vivo y con criterio la haya oído cantar. Para colmo no grabó nada, como documenta un libro de Roberto Bauer que anota con exhaustividad cilindros de cantantes de cronología análoga. A esta opinión se adhiere un coleccionista tan prestigioso como Juan Dzazópulos, quien, en carta fechada en Chile, el 18 de agosto de 1998, preguntado por el ya entonces escéptico firmante, respondió: “Todo indica que esta prematuramente desaparecida soprano argentina no grabó nada”. Como en el caso de la rumana Hariclea Darclée, salvo un presunto documento de su ancianidad, citado insistentemente por uno en su día, debe creerse a la crítica de su tiempo que, en general, consideró que la primera y Tosca tuvo el timbre más radiante de su cuerda durante la Belle époque.
Sí analiza a Capella Lauri-Volpi, en Voces paralelas, con la autoridad de ser gran un cantante él mismo y una riqueza verbal fruto de su excepcional cultura. Admirada por Puccini, de la llamada Caruso con faldas, dice el tenor sobre Norma, “no ha habido en esta ópera, ni puede suponerse que habrá nunca, otra voz que pueda igualarla”. La define como “amplia, cilíndrica, densa, desde la base hasta el vértice”, lo que la hizo sobresalir entre las más poderosas hasta su desaparición temprana, el 5 de noviembre de 1915, atacada por un mal degenerativo, dos enigmas resueltos por Gabriel Juliá Seguí.
En España, algunos reivindicamos otra figura de aquel tiempo, la soprano spinto-dramática valenciana María Llácer, que sólo grabó el dúo de Valentine y Raoul de Los hugonotes, con el tenor ilustre O’Sullivan. Es fama que en los Viveros Municipales capitalinos sobrepujaba al aire libre a todos sus colegas en el concertante de Aida, coro incluido. Tal disco, de 1923, no desdice las aristas de una voz diamantina; pero si fue Capella todo lo que de ella se cuenta, y con más años de vida por delante, quizá la enorme ché habría sido alguna vez su cover. Sin duda todo esto suena muy legendario, pero como la verdad plena no la sabremos nunca, sigamos el dictamen del film indiscutible de John Ford El hombre que mató a Liberty sin balas (pues la mortífera no fue de Ransom), y plasmemos en la red una hermosa leyenda.
Joaquín Martín de Sagarmínaga