Cuarenta años de la JONDE
Este año se cumplen cuarenta de la creación de la Joven Orquesta Nacional de España (JONDE), una de las invenciones más brillantes, prácticas y trascendentes de la política cultural de nuestro país a lo largo de la democracia. Desde su inicio, la idea se planteó como una posibilidad de aunar la formación teórica con la práctica en aras de ofrecer a los jóvenes músicos españoles un impulso verdaderamente útil en el momento en el que inician su vida profesional. Lejos de organizarlo todo desde una estructura rígida, se optó porque fueran los encuentros anuales bajo la responsabilidad de directores que ofrecieran a la vez un buen criterio pedagógico y un ejemplo artístico los que marcaran el devenir de su actividad. Como consecuencia y prueba del éxito inmediato, ahí estuvo desde el primer momento esa sensación que siempre ha dado esta orquesta, de rostros necesariamente renovados, de entrega plenamente feliz a su trabajo. No hay espectador de un concierto de la JONDE que no se pregunte por qué tantas veces esa muestra de plenitud se convierte en rutina a la hora de llegar a la orquesta profesional. Pero eso es otro asunto.
Hoy es necesario recordar el trabajo impagable de Edmon Colomer como primer titular de la orquesta, con la que se ha reencontrado cuarenta años después. Tras él llegarían Llorenç Caballero, José Luis Turina —durante dieciocho años, entre 2001 y 2019— y Ana Comesaña, su responsable actual y a quien le toca continuar un trabajo ciertamente admirable. Cada uno de ellos ha contado con la colaboración puntual para los citados encuentros de nombres señeros de la dirección de orquesta de nuestro tiempo, así Carlo Maria Giulini, Vasily Petrenko, Gianandrea Noseda, Jakov Kreizberg, Christian Zacharias, Víctor Pablo Pérez, Juanjo Mena, Josep Pons, Antoni Ros-Marbà, Christopher Hogwood, Pablo González, Eliahu Inbal o Nuno Coelho, por citar solo una parte de quienes han construido esta historia. No podemos citar a todos, pero no queremos olvidar a un maestro que no hizo una carrera de especial relumbrón pero cuya capacidad formadora fue decisiva para el desarrollo de la JONDE: Lutz Köhler.
Decía Federico Sopeña que el músico español tenía tres salidas: por tierra, por mar o por aire. Pues bien, la JONDE ayudó —y ayuda— decisivamente a conseguir que muchas de esas salidas sean con billete de vuelta y que, cuando no es así, esos mismos jóvenes profesionales puedan aducir como un mérito en su currículo haberse formado con aquella. Sin olvidar que la propia JONDE ha sabido ser, también, el destino lógico de quienes comenzaron su aprendizaje en otras orquestas juveniles españolas que durante estos años han desarrollado una actividad paralela a la de sus formaciones nodriza —Orquesta Sinfónica de Galicia, Orquesta de la Comunidad de Madrid, Orquesta de Castilla y León, Orquesta Barroca de Sevilla— o creadas de nueva planta como las de Canarias, Cantabria o Andalucía. Esos frutos se recogen ahora en forma de aparición de tantos y tantos nombres españoles en plantillas orquestales de todo el mundo y, muy especialmente, en esa Mahler Chamber Orchestra que es una especie de selección europea de los mejores músicos jóvenes. Hace cuarenta años lo impensable dio paso a lo posible.
La JONDE —como recordarán nuestros lectores, hasta fue protagonista de una película de Fernando Colomo en un país en el que la música clásica da, si acaso, para algún documental en forma de obituario programado a desgana— es un ejemplo de dinero bien gastado en la cultura, de afirmación evidente de que la importancia de la música no es menor que la del arte, el cine o el teatro y que la responsabilidad de la gestión de los bienes públicos le afecta de la misma manera que a cualquier otra manifestación cultural. Conviene señalarlo frente a la por fortuna ya un tanto obsoleta costumbre de las administraciones de juzgar la importancia de sus actividades por las colas que generan frente a las taquillas.
Lo hemos dicho muchas veces en esta página editorial: una orquesta pública debe ser tan viva como un museo o una biblioteca públicos y su importancia para el desarrollo de una sociedad que quiere ser libre a la hora de decidir su camino propio es transcendental. Los años por venir deben ser para la JONDE los de la continuidad, por un lado, y el permanente crecimiento artístico como camino paralelo y horizonte irrenunciable. La primera asegura, pero lo segundo engrandece. Y una vez cumplidos cuarenta años no hay por qué renunciar a nada. ¶