Cuando Bernstein se marcó un Pilatos

Los encuentros director-solista, como los encuentros director-cantante, no siempre son una balsa de aceite ni un océano de entendimiento mutuo. Al fin y al cabo, cada uno tiene su personalidad y su visión particular de la obra a interpretar. Y cuanto más acusadas son esas personalidades, más probable es que se produzca un choque de trenes. En la actualidad, y por la premura con la que se ensayan los conciertos con solista, la probabilidad de que las cosas no terminen de encajar es significativa, especialmente si al solista le da por salirse un poco (o un mucho) del esquema más habitual con inflexiones más o menos acusadas de tempo y/o matiz, porque en tal caso puede pillar a director y orquesta con el paso cambiado, y el desencuentro está servido.
En ocasiones, salta alguna chispa durante los ensayos, que se resuelve con diálogo… o sin él. La anécdota del concierto del 6 de abril de 1962 en el Carnegie Hall es bien conocida, pero quizá apreciarla en detalle no es algo que todo el mundo haya tenido ocasión de hacer. Aquel día, Glenn Gould se disponía a ofrecer el Primer concierto de Brahms junto a la Filarmónica de Nueva York, bajo la dirección de Leonard Bernstein. Pero Gould, el gran pero iconoclasta intérprete canadiense, se descolgó con una lectura que, a los ojos de Bernstein, resultaba heterodoxa, y (sus palabras) “significativamente diferente de cualquiera que haya escuchado antes, o incluso imaginado, por sus tempi extremadamente lentos y su distancia respecto a las indicaciones dinámicas de Brahms”.
Así que el gran Lenny, también inefable, tomó una decisión atípica (y discutida por muchos): acompañaría a Gould, pero se desmarcaría del planteamiento del canadiense con una charla previa a la audiencia que era como marcarse un Pilatos. Pero no se marcó un Pilatos cualquiera. Se marcó un Pilatos magistral. Ya el mero comienzo de la charla tiene su ácida gracia: “No tengan miedo, el Sr. Gould está aquí y hará su aparición dentro de un momento”.
Luego Bernstein-Pilatos ya se anuncia en sus palabras iniciales, tras la frase antes citada: “No puedo decir que esté completamente de acuerdo con el Sr. Gould en cuanto a su planteamiento. Y esto nos genera una interesante cuestión: ¿Qué hago dirigiendo este concierto?”.
Con fino humor llevó al público a su particular huerto, a base de preguntarse repetidamente por qué estaba dirigiendo este concierto, para a continuación resaltar que, pese a la discrepancia, Gould era un artista sensacional del que siempre se podía aprender. Y después, para plantear, entre las risas de la audiencia, la cuestión “principal”: “En un concierto ¿quién manda? ¿Solista o director? La mayor parte de las veces acaban entendiéndose, a base de persuasión, de encanto… o hasta de amenazas (risas)”.
Cuatro minutos magistrales de cómo desmarcarse de una interpretación envolviendo los dardos al solista en una lluvia de elogios a su categoría artística y personalidad.
Rafael Ortega Basagoiti