MADRID / ONE: Dermis y epidermis

Madrid. Auditorio Nacional. 15-II-2019. Oquesta Nacional de España. Ramón Tebar, director. Pinchas Zukerman, violín. Obras de Rodrigo, Mozart, Chaikovski, Beethoven y Rachmaninov.
Hacía tiempo, creemos, que no se situaba en los atriles de la ONE la caudalosa, fantasiosa, y no menos farragosa, Sinfonía nº 2 de Rachmaninov, buena muestra del estilo un tanto hinchado de su autor, siempre proclive a “enfatizar el discurso, el sentimentalismo fácil, el espesor sonoro, la superficialidad, y a diluir la forma en favor de un cierto poematismo”, como bien describe en sus notas al programa Alberto González Lapuente y que nos orientaron para enfrentarnos a este concierto, con el valenciano Ramón Tebar (1978) [en la foto], que ya se ha situado al frente de la ONE en otras ocasiones, encaramado en el podio.
Estamos ante un director que se mueve por el mundo hace ya muchos años y que conoce bien los intríngulis de las orquestas y de los fosos operísticos. Es en la actualidad, entre otras cosas, director musical de la Gran Ópera de Florida y, desde la pasada temporada, director titular y artístico de la Orquesta de Valencia. Revela soltura, aplomo, compone bien la figura y se maneja en el podio con agilidad no exenta de elegancia, muy atento a la partitura aunque no obsesivamente encima de ella. La batuta se mueve volandera y traza espirituosos y grandes círculos, mientras la mano izquierda dibuja sinuosas volutas e incluso marca el compás. Piernas movedizas y vaivenes constantes. Continuas indicaciones.
Una gesticulación que da la impresión de acompañar de manera muy armoniosa al discurrir sonoro y que se acopló en esta ocasión a una Nacional en buen estado de forma, lo que permitió escucha sin especiales problemas ni sobresaltos una digna interpretación de la obra de Rachmaninov, que alcanzó pronto el estado de ebullición tras las primeras oleadas hasta que el corno inglés de José María Ferrero nos envolvió en su bello sonido. Segundo tema bien delineado, airosamente expuesto el nuclear tercero. Se intentó huir del fárrago, pero no se evitaron pasajeras, y lógicas en composición tan “diluida”, borrosidades, que alcanzaron a la ruidosa coda.
Adecuadas dosis de satanismo en el proceloso Scherzo, en el que la cuerda pareció bien trabajada, y agilidad en el semifugato central. Fuerzas no siempre agrupadas en la repetición, pero feliz cierre en pianísimo. El Adagio tuvo la necesaria morosidad y el preciso e inevitable toque acaramelado. El clarinete de Pérez Piquer bordó su cálida frase inicial y la cuerda cantó con apasionamiento la extensa y algo sacarinosa melodía. Muy bien las violas en los últimos tramos. El vigoroso Allegro vivace fue atacado con decisión y relativa limpieza, pero se subrayaron los acentos con fortuna. En los juegos instrumentales postreros echamos en falta una mayor claridad de texturas y quizá una menor precipitación en los compases finales; aunque el tutti entonó con gran poderío la enésima repetición. Muchos aplausos.
Previamente, orquesta y batuta nos habían ofrecido, para abrir boca, la cinematográfica En busca del más allá de Rodrigo, bien escrita y con algún que otro lugar común. La episódica pasta raveliana fue bien resaltada. Después, Pinchas Zukerman nos deleitó, suponemos que tañendo su Guarnerius del Gesù, con tres ligerezas exquisitas: Rondó K 373 de Mozart, Serenata melancólica de Chaikovski y Romanza nº 1 de Beethoven. Poca cosa. Ni siquiera concedió un modesto bis. Esperamos verlo, como otras veces, en citas más enjundiosas.
Una nota final: la participación como concertino de otro joven violinista español, Enrique Palomares, que ocupa ese puesto en la Orquesta del Palau de la Música de Valencia. Que cunda el hábito.
Arturo Reverter