MADRID / Los teléfonos son para incomunicarse
Madrid. Teatro Real. 23-III-2019. Menotti, El teléfono. Dirección de escena, dramaturgia, escenografía e iluminación: Tomás Muñoz. Coreografía: Rafael Rivero. Figurines: Gabriela Salaverri.
Santiago Martín Bermúdez
Sí, resulta curioso que en su ópera El teléfono, estrenada a principios de 1947, Menotti ya bromeara sobre el carácter contrario a la comunicación de ese artefacto inventado para comunicarse. Y no es nada extraño que Tomás Muñoz haya enfocado su espectáculo con tal dosis de ironía y humor al emparentar aquel teléfono intruso con los teléfonos agresivos de hoy. Los de la auténtica incomunicación. El tema hay que tomarlo con humor, no es cuestión de dramatizar. Después de todo, la chica del teléfono y el chico nada telefónico acaban casándose. En Menotti, se van a casar. En el espectáculo de Tomás Muñoz asistimos invitados a la boda. Ahí se detiene, porque es comedia. Si fuera drama, trataría del matrimonio en sí.
Menotti ha sido la bestia negra de muchos. No solo de la vanguardia, que trató de destruir a cualquier infiel, sino de los propios críticos, que no sabían dónde agarrarse con él. Les pasaba con Janáček, no crean. En ambos casos, tan distintos y hasta opuestos, la crítica apresurada acudió al concepto de verismo o, al menos, de seguidores de Puccini. Lo malo de esos apresuramientos es que quedan ahí, escritos, y viene otro y los repite. Y luego, otro, y otro.
La médium es una ópera magnífica, sobre todo por las líneas vocales, porque la trama orquestal es escasa; no pobre, deliberadamente escasa. O forzosamente. El teléfono es obra de esos años, cuando Menotti se daba a conocer como operista. Es una operita que dura apenas veinticinco minutos y tiene dos personajes; con teléfono, lo que aumenta los personajes ausentes. El personaje ausente es importante en teatro, pero a cambio de que suponga algo especial para los presentes, al menos para uno de ellos. No es el caso de El teléfono. Aquí, el personaje ausente es base de un objeto presente que es el protagonista nominal, y ese objeto no es otro que el teléfono, uno de los objetos intrusos tan útiles y hasta imprescindibles que hemos permitido que entren en casa para invadir nuestro intimidad.
Con esta obra, Menotti ensaya la prosodia, ensaya la comedia, ensaya la teatralidad. Y desde entonces esta obrita no ha dejado de representarse. Ni su autor ni sus múltiples intérpretes durante décadas pretendieron que fuera más de lo que es. Pero ahí, con su ausencia de pretensiones viene y regresa una y otra vez. Eso sí, no siempre con la gracia de esta propuesta de Tomás Muñoz y tres intérpretes espléndidos.
Pepe Viyuela es un actor formidable. No se fíen de su vena cómica, de sus insistencias farsescas; se le encasilla, pero a menudo demuestra su versatilidad, su talento. Aquí es el Pepe Viyuela conocido, que da agilidad y vida al espectáculo alrededor de los teléfonos celulares, móviles, ya saben. La ópera se canta en inglés y en castellano. En inglés, el amplio arioso de Lucy, con una espléndida Sonia de Munck en el algo enloquecido papel. Frente a ella, Gerardo Bullón acentúa el aspecto “buenazo” de Ben, que no está tan definido en el original.
Pero aquí tiene especial interés el ambiente que ha imaginado Tomás Muñoz. Tres parejas a la mesa de un restaurante: fijos en sus teléfonos móviles, casi siempre extraños a su compañía, aunque también bailan y acuden a la boda. Las coreografías de Rafael Rivero se ven enriquecidas por el hermoso diseño de los figurines en combinados colores de Gabriela Salaverri, experimentada ya en trajes para óperas de cámara y que pronto puede darnos una sorpresa, más allá. Un pequeño conjunto dirigido por Jordi Navarro envolvía la peripecia dentro el escenario mismo. Un verdadero logro, esa es la verdad. Ponía “ópera cómica para jóvenes”. No me di por aludido, y me gustó mucho.
(Foto: Javier del Real)