MADRID / Dorothea Röschman: Romanticismos
Madrid. Teatro de la Zarzuela. XXV Ciclo de Lied. 25-II-2019. Dorothea Röschmann, soprano, y Malcolm Martineau, piano. Obras de Schubert, Mahler, Schumann y Wagner.
Una reunión casi familiar de músicos pertenecientes al espacio romántico fue la concitada esta vez con gran tino. Röschmann, eximia en la tradición del cancionero decimonónico, volvió a lucir a gran altura su dominio y ductilidad en este repertorio. Su voz, lírica con cierta solidez adquirida por los años, es capaz de una gradación exquisita de volúmenes sin alterar su homogeneidad tímbrica, aún en Wagner, lo menos apropiado a sus medios del menú. Su dicción intencionada, imaginativa e imbricada perfectamente en versos y estrofas, se volvió el instrumento idóneo para recorrer la variedad de las obras programadas.
Sin duda, tanto en Schubert, con la Mignon del goetheano Wilhelm Meister, como en Schumann, con los poemas escritos por María Estuardo mientras esperaba su ejecución, Röschmann asumió los personajes: la niña enigmática e inquietante y la desolada resignación de la reina. También, acaso, en Wagner fue la voz de Mathilde Wesendonck, motivo, excusa y poesía para jugar en la vida real de Isolda junto a Tristán.
Otro planeta de este sistema astral es Mahler, síntesis, en las canciones sobre Rückert, de un sensualismo fronterizo con la muerte y una melancolía corporal hermana del erotismo. Desde luego, aquí Röschmann adecuó su registro y, por ejemplo en A medianoche, montó una estremecida escena. Examinada en panorama, la tarea de la soprano exhibió una serie de sesgos vocales, cada cual en su autor, que se añadió a sus cualidades ya enumeradas.
Martineau insistió en mostrarnos que es uno de los mayores acompañantes de la actualidad. Versátil en los distintos pianismos –desde el escueto de Schubert y Schumann hasta el suntuoso de Mahler y el casi sinfónico de Wagner– también lo fue en cada canción, arropando a la cantante con la atmósfera indispensable a la recitación poética de cada pieza.
De propinas hubo un Liszt (Debe ser un maravilloso sueño) y otro Schumann (La flor del loto), ambos sobre versos de Heine. Huelga el comentario.
Blas Matamoro
Foto: Ben Vive / CNDM