MADRID / Sarah Connolly: Antigua y lozana maestría
Madrid. Teatro de la Zarzuela. 11-III-2019. XXV Ciclo de Lied. Sarah Connolly, mezzosoprano. Julius Drake, piano. Obras de Brahms, Wolf, Roussel, Debussy y Zemlinski.
Magistral es el mejor adjetivo que cabe aplicar a este recital. Maestro, en efecto, es quien enseña, quien señala, y Connolly puede enseñarnos a escuchar la canción de cámara, incluso a quienes recibimos nuestras lecciones hace mucho tiempo. Una voz resuelta, con la tesitura ideal para una liederista —contralto lírica—, una musicalidad destilada, un completo dominio de lenguas y de estilos, todo envuelto en cierto señorío en el decir y una expresividad honda a la vez que controlada. Elegancia, si por tal se entiende una forma de inteligencia.
Connolly discurrió por un repertorio muy variado. El tardío romanticismo de Brahms precede al fino expresionismo de Wolf cuya recaída es Zemlinski, en tanto Roussel como el Debussy de Tres canciones de Bilitis son climáticos y apelan a una armonización impresionista. A todo ello se suma la diversidad de metros en la versificación, generalmente más breve en el alemán que en el francés, incluida la prosa de Pierre Louys en el caso debussyano. Esto obliga a un distinto fraseo que Connolly resuelve con —lo hemos dicho— magistral destreza. Hasta monta pequeñas escenas dramáticas como Amor eterno de Brahms y ¿Conoces el país? de Wolf. En Zemlinski nos propuso una historia en viñetas. Por fin, en las propinas, añadió dos Falla, la Nana y El paño murciano, asomándose a un mundo finamente castizo y de límpida dicción.
Drake, antiguo conocido nuestro, resultó ser el acompañante ideal. Pasó diestramente de un mundo a otro y excelente sonido, a la vez que estuvo siempre alerta a la matización expresiva de su señorial compañera.
Blas Matamoro