CÓRDOBA / Un ‘Requiem’ desbordado de emoción
Córdoba. Gran Teatro. 26-I-2023. Verdi: Requiem. Lucía Tavira, soprano. Laura Vila, mezzosoprano. Alejandro del Cerro, tenor. David Cervera, bajo. Coro de Ópera de Córdoba. Orquesta de Córdoba. Director: Alejandro Muñoz.
Prosigue la Orquesta de Córdoba una excelente temporada artística a velocidad de crucero. Si antes de que finalizara el año se fajó en una interpretación muy notable del inmenso Oratorio de Navidad de Bach, el año nuevo traía al Gran Teatro cordobés otra piedra de toque del repertorio coral, el terrible y arrebatado Requiem verdiano. ¡Curioso el arco establecido por la programación con la escucha consecutiva de dos obras de carácter religioso tan disímiles en sus planteamientos y en sus resoluciones! Verdi compuso su Requiem entre los años 1873 y 1874 impactado por el fallecimiento del novelista Manzoni, figura esencial en la conformación del espíritu nacionalista italiano, aunque su germen venía de mucho antes, de un intento fallido de composición colectiva a la honra del difunto Rossini. Todos los atributos musicales del Verdi maduro desfilan por esta obra. El oído atento escucha, por momentos, ecos de Aida, de Don Carlo, del futuro Otello… A los cuatros solistas vocales se les exige un nivel canoro a la altura de esos títulos inmortales. Enorme el rango dinámico demandado a orquesta y coro. Del pianissimo más inaudible al fortissimo más extremo que todo lo satura. Verdi, adelantado cien años a Luigi Nono, convirtió su lamento ante la realidad absurda y amenazante de la muerte en una auténtica ‘tragedia de la escucha’.
En estas estábamos, en la antesala de la música, con una mezcla de inquietud y expectación ante el tormento que se nos avecinaba, cuando el gerente, Daniel Broncano, salió a anunciar que el titular, Carlos Domínguez Nieto, se hallaba indispuesto y que, en su lugar, se haría cargo del concierto el joven Alejandro Muñoz, violinista de la orquesta y, a la sazón, director del coro convocado para la interpretación, el Coro de Ópera de Córdoba. Muñoz, un músico con una trayectoria sólida y conocida en la ciudad, director de la agrupación camerística de la Fundación Gala y, por ocho años, titular de la Orquesta Joven de Córdoba, sorprendió por la tremenda eficacia con la que pilotó la nave.
De gesto parco, poco variado diríamos, y con una mano izquierda que se enroscaba en las entradas evitando incisividad en el mando, como hacía el recordado Abbado, o hace, actualmente, Dudamel, obtuvo una excelente respuesta del coro y de la orquesta. Marcó un tempo base cómodo y se centró en controlar las gradaciones del volumen sonoro general, con especial atención al modelado de la masa coral. El Coro de Ópera de Córdoba se mostró muy adecuado y lució equilibrio entre las voces, afinación y potencia, y una expresividad en el decir el texto que paliaban algunas tiranteces en los extremos o una claridad de líneas mejorables en la fuga final del Libera me. En cualquier caso, su prestación fue meritoria e impactante. La orquesta, por su parte, respondió conjuntada, empastadísima, sobre todo al inicio, con una entrada escalofriante de la cuerda, leve como un susurro. El viento metal se lució en el Tuba mirum por seguridad, afinación y potencia hasta culminar un crescendo que desembocó en el temblor del teatro.
A diferencia de otras obras similares, en los cuatro solistas descansa el peso de la estructura de la obra. Son su motor melódico, armónico y textual. Protagonistas de una tragedia de la que el coro hace de marco. Afortunados nos sentimos en esta ocasión por el nivel mostrado por los cantantes invitados. Laura Vila, mezzosoprano de timbre oscuro y vibrado, de gran proyección, aprovechó para convertir sus intervenciones en auténticos microdramas —Liber Scriptus, fragmentos del Recordare—, con una expresión desgarrada y transida de dolor, en la línea de los grandes personajes verdianos. Por su parte, la cordobesa Lucía Tavira, voz lírica de gran belleza, seguridad y afinación, optó por una expresión más seráfica. A dúo, ambas damas lograron los momentos musicalmente más intensos de la noche.
El tenor Alejandro del Cerro evidenció facilidad y potencia en el agudo, aunque la voz perdía fuelle y brillo tímbrico en los pasajes más íntimos, y David Cervera, sin ser un bajo de gran profundidad, lució un timbre y un canto de rara solidez y homogeneidad. Con cuatro cantantes entregados, con una orquesta en un gran momento, con un coro expresivo y con un director crecido ante el reto, este Requiem de Verdi dio con el desbordamiento de las emociones esperado que hizo salir al público muy satisfecho del teatro.
C. Crespo García
(Foto: Rafa Alcaide)