CÓRDOBA / Requiem con elegíaco sentido lírico
Córdoba. Mezquita-Catedral. 1-XI-2019. Mozart, Requiem Kv 626. Solistas: Gala Redondo, soprano. María José Cantos, contralto. Vicente Bujalance, tenor. Domingo Ramos, barítono. Coro de Ópera de Córdoba. Orquesta de Córdoba. Director: Carlos Domínguez-Nieto.
Desde hace años el Cabildo de la Catedral de Córdoba organiza el famoso Requiem de Mozart en el Día de Todos los Santos, víspera del Día de Difuntos, que ha devenido en uno de los acontecimientos musicales más importantes de la ciudad califal. La Orquesta de Córdoba ha colaborado en esta ocasión con verdadero acierto artístico por la orientación interpretativa dada por su director titular, Carlos Domínguez-Nieto, a esta obra cumbre del arte en la que canto y música, fundidos, se erigen en sublimes elementos estéticos evocando a la muerte, entendida como el drama supremo de la existencia del hombre que, desde una particular fe cristiana, significa el umbral de la verdadera vida.
Entrar a desgranar lo que esto significa desde los sonidos supone un reto de enorme magnitud, máxime, si se integra la ejecución de la obra dentro del eucarístico acto litúrgico que fue presidido por el ordinario de la diócesis cordobesa, dándole un sentido lírico-dramático que no interfiriera la solemne intención religiosa que había que destacar musicalmente con la intensidad que requiere cada parte de la misa de difuntos, perfectamente interiorizadas por Mozart, curiosamente alejado de las tenebrosas tradiciones recibidas hasta 1791, año de la composición del Requiem que no llegó terminar por su fallecimiento.
Como si quisiera transmitir tal complejidad de planteamiento, Carlos Domínguez-Nieto ha convertido cada parte del Requiem en un mensaje musical que iba directamente dirigido al ser sintiente del espectador, más allá del significado de los textos a los que servía, alcanzando ese perfecto equilibrio de razón y emoción, y sin el más mínimo decaimiento. Así supo contraer y distender a la vez el contenido de su discurso hasta ese punto de apaciguamiento que revela el paradójico pensamiento musical de Mozart sobre la muerte. Era como si la meditación previa que refleja la presentación de la obra sonara en las conciencias de los asistentes a modo de reclamo espiritual. La ampliada reverberación acústica no hacía sino reforzar tal efecto, predisponiendo al espectador a una singular experiencia.
El tratamiento del doble contrapunto del Kyrie sirvió para materializar el sentido implorante de piedad al Señor, como punto de partida esencial que justifica la subsiguiente liturgia. El maestro lo dirigió con tensa fluidez sin dar lugar al más mínimo reposo reflejando su ethos suplicante como si se tratara de un torbellino agitado en perfecto control. Orquesta y coro alcanzaron uno de los momentos cumbre de la interpretación asumiendo esa especie de aire escatológico que quiso dar el director al Dies irae. Su vena de operista experimentado aparecía en toda su plenitud llevando a que expresaran las voces la evocación de ese cataclismo cósmico que terminará con los días terrenales, que llevó a recordar el trágico final de Don Giovanni.
Cargó de convocante serenidad el sonido del trombón en Tuba mirum que, con la sonoridad irradiada desde el coro catedralicio, parecía resonar más allá de los muros del templo. Domínguez-Nieto convirtió este pasaje en una verdadera escena de ópera en el más auténtico sentido mozartiano, con el cuarteto solista dando lo mejor de sí, favoreciendo la profundidad expresiva que requiere este pasaje que describe de manera magistral la presencia de toda conciencia ante el trono de Juez Supremo.
Al grito de los coralistas, situados en la sillería de Pedro Duque Cornejo, en el pasaje Rex tremendae quiso darle en sus tres repeticiones ese carácter de desolación con el que Mozart manifiesta tan humano sentimiento ante la inminencia de la muerte, acentuando su sereno final. Como continuación del aire de confiada resignación de la secuencia anterior, el director dirigió magistralmente al cuarteto solista en Recordare, resaltando con gran expresividad el persistente y casi imperceptible contrapunto que subyace en ella. Encontró ese secreto de saber transmitir la emoción contenida desde la perfecta lógica constructiva que indica el compositor. Antes de abordar el Lacrimosa, que condujo con manifiesta resolución y creciente emocionalidad, supo destacar los contrastes de Confutatis hasta matizar al detalle la conclusión de este episodio en un abismo armónico de impactante efecto sensitivo.
La primera parte del ofertorio, Domine Jesu, fue tratada con un pulso firme y esa barroca febril tensión que Mozart desea, logrando uno de los momentos más esplendorosos de su interpretación, como también alcanzó en las tres preces centrales y la coda de Hostias, antes de dar paso a la parte final de rito eucarístico con la que Franz Xaver Süssmayr concluyó este universal Requiem.
Carlos Domínguez-Nieto ha sabido sacar el máximo partido de sus profesores, solistas y coros demostrando, con elegíaco sentido lírico, el conocimiento y el funcionamiento de la obra interpretada dentro de la celebración de la misa que presidió Demetrio Fernández, obispo de la diócesis que, con agradecido reconocimiento, valoró en su homilía la nobleza de la música y la bondad de su interpretación que, en máxima justificación de fe, piedad y esperanza, elevaron el grado de espiritualidad del rito cerrando así de manera enaltecida el círculo de su significado religioso.
José Antonio Cantón