CÓRDOBA / ¿Quién teme a la contemporánea feroz?
Córdoba. Conservatorio Superior de Música. XXVI Festival de Música Contemporánea. 14-III-2024. Cuarteto Emispherio. Obras de Torres, Asenjo-Marrodán, Sánchez-Verdú, Sancho y Luc. 15-III-2024. OCAZEnigma. Obras de Luc, Vivier y Matamoro.
Más allá de los interesantísimos conciertos —sobre los que abundaremos a continuación—, lo noticioso de la segunda y última semana de la vigesimosexta edición del Festival de Música Contemporánea de Córdoba ha sido el público. Para ser precisos, la presencia de público, mucho más numeroso que en la primera semana. No es cuestión baladí porque, a pesar de la condición minoritaria que tienen y tendrán estas citas tan singulares y especializadas, el público sigue siendo, a la vez, destino del implicado esfuerzo de estos atrevidos intérpretes y desvelo de quienes están detrás de la organización de estos maravillosos tinglados. Y es que, como señala nuestra compositora “en residencia” de esta edición, María Eugenia Luc, el arte, la música, es, inevitablemente, un hecho comunicativo, y necesita de la presencia de un receptor para cerrar y dar sentido al proceso de transmisión del mensaje estético nacido de la mente de la persona creadora. Tras unos primeros días de asistencia tremolante, lluvia y frío mediante, estos dos conciertos se han visto acompañados por un aforo bastante respetable, respetuoso y curioso, abierto a la diversidad de propuestas sonoras que las ensembles traían. Allí, sin mucha pompa, ese público, que demostraba no temer a la contemporánea feroz, provocaba, calladamente, llamativos instantes de escucha atenta, algo que, de raro hoy en día, podríamos tachar de revolucionario. Estos dos días — también los otros, pero estos dos en especial—, todo fue consonante.
Emispherio, protagonista del concierto del jueves 14 de marzo, recalaba en Córdoba con su inusual formación de oboe, violín, viola y violonchelo. Si el clasicismo del siglo XVIII, donde tanto se innovó en la combinatoria de instrumentos de cámara, fue una época fructífera para este tipo de agrupación, habría que esperar hasta la segunda mitad del siglo XX para encontrar un interés similar por una formación tan específica. La misma Emispherio está implicada en ampliar la literatura disponible a través de estimulantes proyectos como “Interconexiones”, serie de cinco encargos a la que pertenece Uncertain paths, de Maricarmen Asenjo-Marrodán (1978). La obra de la compositora sevillana, estructurada en dos movimientos enlazados por un interludio electrónico, lleva la experiencia de la escucha hasta el extremo en una de las propuestas artísticas más singulares y radicales de esta edición. Poco a poco, las sonoridades balbucientes del arranque, en el límite de la enunciación de lo musical, y la catarata de sonidos disonantes van dejando paso a un sorprendente trabajo con las texturas y los timbres. La irrupción de la electrónica enriqueció aún más ese tapiz cambiante y tenso generado por sonidos y efectos, entre los cuales se insertaban, incluso, timbres manuales accionados rítmicamente por los propios músicos con la suela de sus zapatos. El particular interludio electrónico, compuesto a base de latidos o zumbidos amortiguados se vivió como una inmersión sonora en los sonidos de un cuerpo humano, redondeando una propuesta tan fascinante como singular. Contrastó a la fuerza con el Cuarteto para oboe de Jesús Torres (1965), escuchado antes, que sonó confortable en su fluir de resonancias acuáticas y descriptivas, incluidos momentos de bella intimidad basados en el hábil uso del timbre melancólico del oboe, muy exigido de fiato a lo largo de la obra.
La segunda parte del programa trajo una interesante obra de juventud de José María Sánchez Verdú (1968), Diez paisajes mecánicos, composición de juventud, expresionista —ecos de la Segunda Escuela de Viena—, variada, de fácil escucha que se interpretaba en Córdoba por segunda vez tras el día de su estreno. Tras un cordial y civilizado Oboe Quartet de Jesús Sánchez (1962), divagación un punto retórica inspirada en la música inglesa del siglo XX, el concierto se cerró con Luma galdu bat bezala de María Eugenia Luc (1958), o sea, “recorrido de una pluma hechizada por el viento”, un retrato acústico de lo ventoso que muestra una vez más el interés estético de la compositora ítalo-argentina por la experiencia de lo aéreo, bien sea como fenómeno natural —viento— o como vivencia biológica —respiración—.
Con el concierto de OCAZEnigma, ensemble de música contemporánea de la Orquesta de Cámara del Auditorio de Zaragoza, se cerró el festival el viernes 15 de marzo. La mayor variedad de instrumentos y el nivel técnico exhibido por sus intérpretes convirtió la velada en una fiesta tímbrica de principio a fin. Un programa bien confeccionado brindó la oportunidad de adentrarnos en la fascinante obra del compositor canadiense Claude Vivier (1948-1983), personalidad desbordante y torturada, saludado por György Ligeti como uno de los genios de su generación. Piece for violin and clarinet funcionó a modo de presentación de su particular lenguaje musical basado en la escritura horizontal monódica. Paramirabo, compuesta tras un transformador viaje a oriente que se convirtió en un parteaguas vital, fusiona esa misma querencia por la monodia con una mayor libertad dada a los instrumentos que puntualmente introducían momentos de fraseo libérrimo. Obra de gran libertad y mundo propio, repleta de poesía. Igual de atractivo y sugerente fue Sottogrido, encargo de OCAZ al joven compositor gallego Miguel Matamoro (1991), evocación nacida a partir de la vivencia del sonido de la sirena de un barco en el mar en la lejanía donde secciones más descriptivas, de mayor calma, se suceden a otras más frenéticas y abstractas.
Como no podía ser de otra forma, el resto del programa se dedicaba a María Eugenia Luc, con una selección de obras que conformaban una suerte de retrato sentimental parcial de nuestra artista. Desde la lejana Los personajes, de 1984, para clarinete solo inspirada en la película Las hermanas alemanas de Margarethe von Trotta —amor por el arte y la cultura—, pasando por Dao I, pieza electrónica escrita en Radio France que corrobora la facilidad de Luc para imaginar atmósferas repletas de sutiles juegos tímbricos que aparecen y desaparecen como lo harían las manchas de pintura en un lienzo abstracto de formas difusas —amor por el pensamiento oriental—. Tras la delicada Eta Hostoz Hosto, “pétalo a pétalo”, homenaje al cantautor Mikel Laboa que toma como material de base su canción Lili bat, con unos instantes finales de sorprendente transfiguración sonora—amor por el País Vasco—, con Mian, de su ciclo De aire y luz sobre los ocho modos de respiración del Chi Kung, se clausuró el concierto y se puso broche al festival con una sala repleta de un sonido flotante y enigmático —amor por el hálito fundante de vida—. Pura Luc.
C. Crespo García
(foto: FdMC)