CÓRDOBA / Orquesta de Córdoba: tormentoso y animado
Córdoba. Gran Teatro. 18-I-2024. Orquesta de Córdoba. Pablo Rus, director. Obras de Cruixent y Mahler.
Día tormentoso —sturmisch— que, gracias a la música, finalizó venturosamente animado —bewegt—. El cielo plomizo, la lluvia intensa todo el día y el frío no invitaban a priori a salir de casa y acudir al Gran Teatro, pero la ocasión lo pedía: una Orquesta de Córdoba reforzada con jóvenes del Conservatorio tenía en atriles, nada menos, la Quinta de Mahler y, como si no fuera plato sinfónico suficiente, el estreno de Metaverso III, obra de encargo de la Orquesta al interesantísimo compositor catalán Ferrán Cruixent (1976). El maestro invitado era Pablo Rus, de quien teníamos buenos recuerdos de una disfrutable velada de la temporada pasada con obras de Ives, Berg y Schubert, un maestro que ya dio cuenta entonces de su especial afinidad con el idioma de la música moderna, a la que se aplica riguroso, y un punto distanciado, diseccionando timbres y ritmos. Velada, por tanto, de gran aliento en la que antes de que empezara a sonar la primera nota ya era un gusto visual ver el despliegue de medios sobre el escenario.
La Quinta sinfonía de Mahler es un auténtico maelstrom orquestal, no tanto por su duración, que siendo larga no llega al extremo de otras composiciones suyas anteriores y posteriores, sino por su fantasía libérrima en el contrapunto y los detalles que se traduce en mil y un requerimientos instrumentales condensados en cinco movimientos de gran exigencia técnica: obra especialmente despiadada con la cuerda, que tiene que atravesar una particular “etapa de montaña” en la secuencia Scherzo—Adagietto—Rondo-finale. Como le pasaría al mismo Bruckner también con su Quinta, Mahler alcanza aquí su madurez musical, deshaciéndose de toda referencia exterior —naturaleza, niños, ángeles… en sus sinfonías precedentes— para ascender a un lenguaje de mayor modernidad y abstracción donde los paisajes son todos interiores y del alma.
La fanfarria inicial, esos segundos críticos que determinan la suerte de la ejecución, fue segura y acertada en el toque de Arturo García a la trompeta, sobria y afinada, dando paso a una Marcha Fúnebre seria, concentrada, un tanto adusta y nada emotiva en la expresión pero muy trabajada en la secuencia de las diferentes secciones, el sentido del pulso rítmico —verdadero corsé para un sentimentalismo al borde del desparrame— y la riqueza de efectos instrumentales. La ejecución sorprendió por su limpieza y los clímax se alcanzaron de forma fluida y nada forzada.
Sugestivo el segundo movimiento, Tormentoso y animado, que arrancó de manera excitante, en donde la batuta de nuevo se dedicó a ordenar entradas y clarificar el contrapunto. Los instrumentos, los timbres se desgranaban, se superponían entre sí, dando como resultado un salvaje y gigantesco concierto para orquesta. Irregular Scherzo, por el contrario, ayuno de esa ternura y jovialidad que anida entre las notas, esos pasajes de ensoñación… No se desplegaba, ni se buscaba, ese espíritu vienés danzable y hedonista que anida en la partitura. Por contra, en su elongada duración, hubo pequeños momentos de caída de tensión y zozobra de los violines—los gefahrvolle augenblicke de esta particular tournée alpina para la sección de cuerda—, que hasta el momento estaban rindiendo extraordinariamente, y que no es sino reflejo de la tremenda dificultad de la partitura. Buena prestación de Francisco García a la trompa solista.
El Adagietto sorprendió por el cuidado aéreo de las texturas en su arranque, apoyado en los timbres carnosos de la cuerda. Fue un momento mágico, resuelto con notable acierto, en el punto más crítico de la composición por la excesiva fama que ha adquirido por cuestiones extramusicales. La sección intermedia, sin embargo, no fue todo lo ardoroso que prometían los primeros compases, quedando, a la postre, ligeramente pálida. Orden y concierto para un Rondó-Finale donde, como sucediera en el tercer movimiento, echamos en falta algo más de empuje y desmelene en la cuerda. El exceso de orden determinó el buen acabado ejecutivo de la fuga, aunque prevaleciera la sensación de didáctica y de dictado. Pese a ello, el discurrir de la música iba poco a poco imponiendo su lógica jovial hasta llegar, en los compases finales, a una stretta plena de júbilo y exaltación.
Metaverso III, obra que abrió el concierto, es una obra donde Ferran Cruixent cruza el interés por los mundos virtuales y la experimentación con la forma sonora. Metáfora musical articulada principalmente en torno dos movimientos, uno contemplativo y bello, que refiere la beatitud prometida del mundo virtual, y otro tempestuoso y amenazante, su reverso oscuro, asociado a realidad de las patologías psíquicas que provoca, el extractivismo del capitalismo de vigilancia subyacente o la amenaza de la disolución del cuerpo colectivo y social. Una breve introducción a cappella recitada por los músicos y un epílogo donde se insertaban los timbres de dispositivos móviles accionados por los propios músicos de la Orquesta, remataban una obra que, en lo sonoro, se escucha con gran placer sin mermas de atención, y que, dada la edad del compositor, no oculta su marco referencial cultural para el abordaje de la metáfora, desde las fuentes musicales ineludibles —Debussy, Ligeti, Adams— hasta referencias más mundanas —la música de John Williams por ejemplo— que todos compartimos y que nos hizo la experiencia de la escucha algo familiar.
C. Crespo García
(foto: Rafael Alcaide)