CÓRDOBA / Orquesta de Córdoba: la resolución inesperada
Córdoba. Gran Teatro. 28-IX-2023. Orquesta de Córdoba. Pablo Barragán, clarinete. Director: Álvaro Albiach. Obras de Shostakovich y Nielsen.
Puesta de largo de la Orquesta de Córdoba en su primer concierto de abono de la temporada. Se respiraba expectación y la entrada acompañaba. Como nos recordó el gerente Daniel Broncano en una bienvenida al público antes de que empezara a sonar la música, la temporada lleva por título “Enamórate de la clásica” y plantea una programación ecléctica, capaz de despertar la curiosidad tanto del aficionado como del que no lo es tanto, con un buen ramillete de artistas invitados, sin protagonismos claros, que apunta a la dimensión coral que se pretende para la propuesta en este periodo de interregno de la formación cordobesa hasta la llegada de quien sea su próximo titular. Por el podio desfilarán maestros de la talla de Víctor Pablo, Aarón Zapico, Guillermo García Calvo o Lucas Macías, solistas como el trompetista Pacho Flores o la violonchelista Anastasia Kobekina. La programación incluye citas de gran interés como unas Estaciones vivaldianas revisitadas por Max Richter, la Quinta de Mahler, el estreno de Metaverso III de Ferrán Cruixent, encargo de la orquesta, o un interesante monográfico de música barroca infrecuente a cargo de Zapico. De momento los abonos se han incrementado un 4% respecto a la temporada pasada, según informa la Orquesta, y eso, por encima de todo, es siempre motivo de alegría.
Curioso programa para el inicio del curso: el Shostakovich más problemático, el que va de su faceta más funcionarial y servil del régimen —Obertura Festiva— a la más desconcertante —Quinta Sinfonía—, flanqueando una obra inusual y de difícil escucha, el Concierto para clarinete y orquesta op.57 de Carl Nielsen. El frenesí de la Obertura y el bombástico Finale de la sinfonía aventuraban un arco programático construido sobre lo grandilocuente en pos de la ovación final. Aunque eso fuera lo que terminó ocurriendo, al finalizar la velada prevaleció sobre otros matices el sorprendente manejo del maestro Álvaro Albiach de ese minuto de cierre de la sinfonía, sobre todo a tenor de lo escuchado hasta entonces.
Pero antes que nada, volvamos a la Orquesta de Córdoba, a quien encontramos en muy buena forma musical tras la parada estival. Con el refuerzo puntual de la Orquesta Joven de Córdoba, la formación cordobesa mostró pegada y ductilidad en todas sus familias, destacando una nutrida sección de cuerda, que ya quisiéramos escuchar así más asiduamente, y de ella, unos violines y contrabajos que sonaron empastados y con cuerpo, superando en todo momento a las duras barreras acústicas que impone la sala.
De la Obertura Festiva podemos decir que cumplió con lo que se espera de ella. Pórtico ideal del concierto y de la temporada. Como sucedería más tarde en la sinfonía, Albiach espoleó a la orquesta hasta convertirla en un torbellino de entusiasmo, haciendo que la música sonara con ese punto exhibicionista y algo vulgar del Chaikovski más de circunstancias. Solo las sardónicas intervenciones de las maderas se esmeraban en recordarnos que estábamos ante una obra del compositor soviético. El Concierto para clarinete y orquesta op.57 (1928) de Carl Nielsen es, por el contrario, una pieza extraña, árida para el oyente. Se trata de una música cambiante, desquiciada la mayor parte del tiempo, de enorme exigencia para el solista. Oxenvad, el clarinetista destinatario, observaba que solo alguien que dominara la el instrumento sabría llevarlo hasta esos límites de virtuosismo. La célula melódica con la que arranca, y que atraviesa a modo de ritornello toda la obra, se inicia en un modo campestre para devenir, pronto, en un curso repleto de fuertes contrastes con clarinete ciclotímico e inestable, capaz de pasar de la dulzura a la rabia en pocos segundos. Meritoria interpretación de orquesta y mención especial para el solista, un Pablo Barragán que sorteó con enorme entereza y compromiso la inmisericorde escritura y al que solo le hubiéramos pedido un poco más de vuelo aéreo, de colocarse “sobre” la orquesta y no tanto “en” ella. La Gymnopedie I de Satie de propina, acompañada del arpa, rebajó la tensión y ofreció al público un momento de disfrutable respiro melódico.
Las virtudes del maestro Albiach pudieron apreciarse en toda su dimensión en la segunda parte con la Quinta Sinfonía de Shostakovich. Tras un inicio claro y directo, forjado, compás a compás, con orden y poca retórica, y de un tema de la Habanera poéticamente cantado por Llorca a la flauta, Albiach imprimió al desarrollo ese carácter paroxístico necesario que lleva al tenso clímax esperado. El primer movimiento se cerró acertadamente entre brumas y una atmósfera de espectral inmaterialidad de la cuerda en sordina y la celesta. Preciso Allegretto, con detalles interesantes aquí y allá, aunque, de nuevo, sin caer en el devaneo expresivo. Por ello mismo, por no acentuar lo grotesco o lo decadente no terminó de aflorar plenamente ese aroma mahleriano que encierra la página. El Largo, piedra de toque para la cuerda, estuvo expuesto con sobriedad y sin sentimentalismo, tónica general de la interpretación, primando lo constructivo sobre lo expresivo, y sobresaliendo de nuevo la magia de una flauta inspirada en los momentos más íntimos.
Cuando arrancó el Allegro non troppo, frenético y decibélico, nos figuramos hacia dónde podía guiarnos ese torrente energético si se dejaba fluir sin control. Sin embargo, para sorpresa del firmante, el último crescendo desembocó en una coda amplia aunque controladísima, donde el exceso sonoro quedaba sujeto con firmeza, dotando a la música de una extraña apariencia mecánica y, por tanto, poco emotiva, lo que a la postre restaba triunfalismo y posibilitaba que aflorara esa condición ambigua y enigmática de la pieza. No esperábamos así esa resolución. El fuerte batir de timbales de la Llorens, protagonista absoluta, nos llevó al punto final que hizo levantar al público del asiento. Buen arranque de temporada.
C. Crespo García
(fotos: Orquesta de Córdoba)