CÓRDOBA / Orquesta de Córdoba: el medio y los recursos

Córdoba. Gran Teatro. 7-X-2021. Bruckner, Sinfonía nº 5. Orquesta de Córdoba. Dirección: Carlos Domínguez-Nieto.
Levantar el edificio sonoro de la Quinta sinfonía de Anton Bruckner no es tarea fácil para una orquesta. Se trata de una obra ‘salvaje’ o, mejor dicho, poco civilizada, por lo insólito del tratamiento del material musical, puede que afectado por el proceso de autoexigencia al que se sometió su propio autor, que, reconozcámoslo, consiguió en sus siguientes obras un fluir más natural del devenir sonoro. No sucede lo mismo en la Quinta, obra muy larga —80 minutos—, muy trabajada en materia de contrapunto y ornamentaciones, y llena de fuertes contrastes entre episodios que exigen lo mejor de cada instrumentista: figuras repetidas obsesivamente, notas largas sostenidas, peculiares combinaciones tímbricas. En la Quinta se acentúa la sensación de estática y de extática.
¿Por qué este breve exordio sobre la obra? Porque, de entrada, sabíamos que iba a llevar a la Orquesta de Córdoba y su titular, Domínguez Nieto, al límite de sus posibilidades. Ni la plantilla que pide la obra es la habitual de la Orquesta de Córdoba, que tuvo que salir reforzada, ni las condiciones acústicas del Gran Teatro ayudan a inyectar el aire necesario para diferenciar los planos sonoros. Por tanto, ni el medio ni los recursos. Y, sin embargo, a esta Quinta llegamos tras notables interpretaciones de la Tercera, Cuarta y Sexta en temporadas recientes, así que tomamos asiento en las butacas con una mezcla de expectación y confianza.
Desde el leve arranque del primer movimiento, nada misterioso y más suave de la cuenta, se fue levantando el edificio de manera ordenada, a un tempo cómodo, apto para enunciar la obra con limpieza mas no para inyectarle la tensión requerida. Domínguez-Nieto se fajó, en un alarde hiperactivo, para ordenar todas las entradas, todas las intensidades, aplicando peligrosamente lo que Ángel Fernando Mayo, al hilo de una grabación de Celibidache, ya alertaba como riesgo en una obra tan corpórea y pétrea: el análisis microscópico. El arco de tensiones no se lograba y la atención a los detalles no obtenía, encima, la respuesta adecuada de la orquesta, que no terminaba de brillar: cuerdas sin empastar, metales que lo sepultaban todo, maderas en piloto automático. Afortunadamente el segundo tema del Adagio, dicho con intensidad y lirismo, nos trajo a la memoria el recuerdo de eventos brucknerianos más felices del pasado reciente. El Scherzo estuvo llevado con ánimo. El director intentó dotarlo de carácter danzable, ma non troppo, por lo que no terminó de aflorar el humor rústico que atesora, que es su mayor secreto.
Hasta el inicio del cuarto movimiento, la sensación general de la interpretación oscilaba entre el exceso de dictado y un equilibrio no conseguido entre planos sonoros. Pero entró el tema burlesco, que interrumpe por dos veces las citas de los temas del primer y segundo movimiento, y con su posterior fugato el panorama cambió por completo. La música empezó a discurrir con sentido, la cuerda se empastó, los planos sonoros se balancearon, y el caudal sonoro volvió a fluir liberado —ahora sí— de la preocupación de su resolución técnica. Por fin la música y no la ejecución. La doble fuga se expuso y se desarrolló con tensión y se consiguió llegar a la recapitulación, finalmente, con el impulso suficiente para alcanzar, en el remate, los acordes triunfantes de los últimos compases, recibidos a continuación con ovación y vítores.
Salimos del concierto satisfechos con la culminación, pero consternados por el desarrollo. Noticias poco halagüeñas sobre la relación del titular con la orquesta llegaron de tapadillo a la melomanía cordobesa a través de la prensa local este verano. No sabemos si tienen algo que ver con los últimos resultados artísticos obtenidos. En cualquier caso, los nubarrones siguen sin despejarse del horizonte y la Quinta que escuchamos fue resultado directo del medio y los recursos.
(Foto: Paco Casado)
C. Crespo García