CÓRDOBA / Orquesta de Córdoba: dos vidas truncadas por una enfermedad infecciosa
Córdoba. Gran Teatro. 28-X-2021. Orquesta de Córdoba. Director: Manuel Hernández Silva. Obras de Schubert y Kalinnikov.
Inusual maridaje el propuesto por la Orquesta de Córdoba para el segundo concierto de su temporada de abono y que suponía el retorno al frente del que fuera su titular, el venezolano Manuel Hernández Silva. Tercera sinfonía de Schubert y la desgraciadamente infrecuente Sinfonía primera de Kalinnikov. De la Viena biedermeier a la Yalta finisecular. Un largo recorrido a priori. Y, sin embargo, una triste condición compartida por ambos compositores invitaba a entender el programa con una subterránea coherencia a pesar de la enorme distancia de los mundos estéticos: la de las vidas truncadas en plenitud por la acción funesta de una enfermedad infecciosa.
La sífilis cayó como un doble mazazo sobre el joven Schubert en 1825. Por un lado, por la ignominia que suponía la razón de su contagio, por otro, por el negro horizonte de dolor y muerte que se abría ante él. Si fue ella u otra enfermedad subsidiaria la que finalmente lo llevó a la tumba, nunca podremos saberlo. Lo que sí sabemos es que su hipersensibilidad se vería irremediablemente afectada por la premonición del fin, y que, en ese estado alucinado, mitad desesperación, mitad meditación sobre el más allá, entregaría sus obras más personales, auténticas cimas de la historia de la música.
Desde el primer acorde de la Introducción, batió Hernández Silva con fuerza para resaltar la base rítmica y los acentos de metales y percusión en los sforzandi, entregándonos una imagen de urgencia, de dinamismo, de acumulación, que se aparta de la imagen risueña, melodiosa y de aristas suaves que tenemos del compositor. Un Schubert ‘beethovenizado’, si se me permite, opción plausible por el año de la composición, 1815, con el titán aún vivo, pergeñando las que serían sus obras mayúsculas postreras y paseando por Viena a la vista de todos para fascinación del joven y prometedor Franz. Tuvo que ser una presencia ineludible, incluso a la hora de ‘imaginar’ música. Tras un enérgico primer movimiento, el Allegretto siguiente, llevado a tiempo de andante, plasmó a la perfección su carácter de interludio, breve y sereno. En el Menuetto, orquesta y director regalaron un Trio muy trabajado en la flexibilidad, con un fraseo suficientemente elástico para dar la atmósfera danzable que requiere. Menos risueño de lo acostumbrado el Presto Vivace conclusivo, que alcanzó cotas arrolladoras, no tanto por la velocidad sino por densidad sonora y esa especial acentuación resaltada que presidiera la velada.
La enfermedad también vino a alterar la vida del joven músico Vasili Kalinnikov (1866-1901). Sin más armas que su talento y una carta de recomendación del mismísimo Chaikovski, empezaba a desarrollar una interesante trayectoria musical en Moscú cuando el bacilo de la tuberculosis se le cruzó fortuitamente para alojarse en sus pulmones. Hubo de abandonarlo todo para buscar sanación en el benigno clima de Crimea, en Yalta, frente al Mar Negro. Allí compondría, en estado de reposo, sus obras mayores hasta que, a punto de cumplir treinta y cinco, su cuerpo dejara de resistir.
Idénticos criterios interpretativos encontramos, tras la pausa, en la interpretación de su Primera sinfonía (1894-1895). El primer movimiento se desplegó a partir de esa cantinela que parece venida de lejos, melancólica, como una mirada lanzada sobre el vacío de la estepa rusa, regalando durante su curso momentos de alta musicalidad como una mágica presentación del segundo tema en violas y chelos o una transición a la reexposición llevada con especial mimo.
En el Andante, Hernández Silva supo hacer titilar una rara luz lunar sobre la superficie marina y, de nuevo, en el Trio del Scherzo, adoptó un tempo muelle, con rubati bien administrados, destacando el acertado concurso de un expresivo oboe. Asombrosa la manera de mantener las tensiones en un jubiloso Finale, a cuyos acordes finales, triunfantes y plenos, respondió el público puesto en pie con aplausos y vítores. La orquesta retornó al rendimiento óptimo que en ella ha sido habitual en los últimos tiempos, y en la que se lucieron, por fin, unos metales seguros y rotundos.
C. Crespo García
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