CÓRDOBA / OdC: juveniles treinta
Córdoba. Gran Teatro. 20-X-2022. Emin Kurkchyan, piano. Eva Ugarte, narradora. Orquesta de Córdoba. Alumnos del Conservatorio Superior de Música de Córdoba. Director: Carlos Domínguez-Nieto. Obras de Copland, Beethoven, Rodrigo, Gerhard y Britten.
Fue un 29 de octubre de 1992, annus mirabilis, cuando, bajo la batuta del titular de entonces, el cubano Leo Brouwer, se presentó por primera vez la Orquesta de Córdoba. La ocasión movilizó la participación del instrumentista cordobés más universal, el pianista Rafael Orozco, y para la narración de la Guía de orquesta para jóvenes de Britten, que cerraba el concierto, del gran Adolfo Marsillach. Recuerdo ver la retransmisión por el canal municipal en una tele portátil de aquella época que sonaba a rayos. Con cada golpe de timbal o cada castañazo de los metales el audio se saturaba. El Gran Teatro de Córdoba y su acústica-estropajo tampoco ayudaba mucho. Hubo pifias. Había nervios. También mucha juventud y mucha ilusión. Ahí dio comienzo un viaje apasionante que, treinta años más tarde, nos ha llevado al lugar en el que nos encontramos ahora, una institución musical asentada, vertebrada en la vida social de la ciudad, bien administrada y en un momento de dulce en lo artístico, a pesar de los sempiternos problemas de infrafinanciación.
Para celebrar esos treinta años de vida, la orquesta y el titular de ahora, Carlos Domínguez-Nieto, propusieron repasar las mismas obras de aquella histórica velada, evidenciando el salto de gigante dado por la formación en este tiempo y actualizando, de paso, el sentido de las fuerzas invitadas: si en la inauguración fueron fuerzas consagradas, aquí lo fueron juveniles y prometedoras. Joven es la actriz Eva Ugarte, que recogió con gran corrección el testigo de Marsillach en Britten. Más jóvenes aún los estudiantes del Conservatorio Superior Rafael Orozco, que reforzaron la orquesta para dotarla de músculo sonoro. E inusitadamente joven —17 años— el pianista convocado, el también cordobés Emin Kiurkchyan, que cosechó un triunfo colosal con una versión eléctrica del concierto Emperador de Beethoven.
Abrió el programa la Fanfarria para el hombre corriente (1942) de Aaron Copland interpretada con aplomo y sentido contenido de la grandeza, sin caer en esa trompetería grandilocuente al estilo Hollywood a la que, en un primer momento, la obra parece invitar. En esa clave antiespectacular se acometió a continuación el Concierto para piano nº 5 “Emperador” (1809) de Beethoven donde Domínguez-Nieto renunció a subrayar los aspectos marciales y pomposos de la obra para apostar por una versión dinámica, ágil, de gran transparencia. Donde esperábamos romanticismo exacerbado aconteció clasicismo jovial. En plena sintonía con la batuta, Kiurkchyan deslumbró con un despliegue de medios técnicos apabullantes para su edad. Los movimientos extremos se beneficiaron de su virtuosismo y velocidad. En el central, bien montado y con la orquesta a tope cantando exquisitamente las melodías, faltó inevitablemente la hondura que solo la madurez otorga. Éxito incontestable de Kiurkchyan que agradeció el cariño del público con el arreglo de Alexander Siloti de la BWV 855 de Bach.
La Zarabanda lejana para orquesta de cuerda (1927-30) de Rodrigo, que abrió la segunda parte, se inscribe en las coordenadas de esas obras de intimidad fervorosa del compositor que alcanzan su máxima expresión en el movimiento lento de su Concierto de Aranjuez. Orquesta y director hicieron una lectura ajustadísima, susurrada como una nana, de gran belleza y recogimiento. El contraste con las Alegrías de Gerhard fue revelador. Divertimento flamenco compuesto en 1942 en el exilio en el que Gerhard actualiza los códigos de la música culta española cruzándola con experimentos de orquestación y citas que oscilan entre lo burlesco y lo fúnebre. Domínguez-Nieto y la orquesta dieron buena cuenta de su especial sintonía con este tipo de músicas a nivel técnico y expresivo. De alguna manera sirvió de calentamiento para una versión rutilante de la Guía de orquesta para jóvenes (1946) que vino a continuación y donde pudimos comprobar el magnífico estado de forma de las diferentes familias de la formación cordobesa. El entusiasmo lo puso la batuta. A destacar unos violines, más exactos y empastados que nunca, y una sección de percusión reforzada que fue un deleite por el festival de sonidos que produjo. La fuga final de la obra cerró de forma rotunda como broche de oro un concierto que aún se prolongó entre vítores y un pertinente “cumpleaños feliz” cantado por el público a capella. Seguimos.
C. Crespo García
(Foto: Rafael Alcaide)
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