CÓRDOBA / Miniaturas, minimalismos, melodismos y aires de danza
Córdoba. Gran Teatro. 02-XI-2023. XXI Festival de Piano Rafael Orozco. Katia y Marielle Labèque, piano. Obras de Ravel, Glass, Dessner y Bernstein.
Arrancó la vigesimoprimera edición del Festival de piano Rafael Orozco de manera inmejorable con un recital a dúo de las hermanas Labèque, Marielle y Katia. Las conocidas hermanas francesas forman parte, por derecho propio, del star system actual del mundo del teclado, ese que sigue contando en estos tiempos que corren con el privilegio de poder grabar discos, como sucede con nuestro Javier Perianes, que será quien clausure la presente edición, o los Sokolov y Leonskaja que jalonaron la edición pasada. Poco a poco, se va relevando la senda trazada por Moreno Calderón, la mente rectora, para esta cita anual ineludible del panorama clásico andaluz: nombres de postín para atraer al gran público flanqueando conciertos, digamos, “de galeras” destinados al connaisseur más pertinaz y curioso donde descubrir el pianismo más fresco y emergente del futuro. Entre unos y otros, sorprendentes propuestas paralelas como es el caso de esta edición con el ciclo completo de las obras para piano y orquesta de Rachmaninov con cinco pianistas distintos que se ofrecerá en una tanda de conciertos consecutivos. Como puede verse, un festival más que consolidado y en gozosa expansión.
Sea en piano a cuatro manos o con dos pianos a dúo, las Labèque asombran por el nivel de compenetración que exhiben. Detrás de ello hay, desde luego, una larga trayectoria concertística común, pero también habrá algo más que aporte la biología a tal derroche de simbiosis. El programa fue puro Labèque: miniaturas, minimalismos, melodismos y aires de danza en un viaje ecléctico, desde lo contemporáneo hasta lo clásico, bien articulado entre sí, con compositores que son caballo de batalla de las hermanas francesas —Glass, Dessner— que les permiten desplegar ese desarrollado sentido del ritmo, marca de la casa, que termina ejerciendo de pegamento entre las diferentes obras del programa.
El recital comenzó por todo lo alto, realmente por la cúspide artística de toda la velada, con una interpretación reposada, cristalina, de Ma mère l’oye de Ravel. Sin tiempo para aclimatarse, el público pasó del aplauso inicial a sumergirse en la lenta meditación de la Pavana de la Bella Durmiente. Despojadas de sus ropajes orquestales, en su versión original para piano a cuatro manos, las cinco miniaturas se mostraron aún más íntimas, aún más cercanas al silencio y al misterio. La interpretación fue un prodigio de precisión, de levedad, de calma, de atmósfera. Para el recuerdo esa chinoiserie de la Emperatriz de las Pagodas o un Jardín encantado final realmente transfigurado y transfigurador en sus compases culminantes.
El ambiente irreal y fantástico de la obra de Ravel encontró perfecta continuidad en la suite para dos pianos sobre el Orphée de Philip Glass, que junto a La Bella y la Bestia y Les Enfants Terribles, conforma su trilogía de reinterpretaciones operísticas de las películas de Jean Cocteau. Se trata del Glass de los noventa, en transición de la vanguardia experimental de juventud hacia ese lenguaje propio inconfundible: ostinati, escalas repetidas, trinos y glissandi… El abuso de las repeticiones, sin embargo, tiende a hacer monótona una música de evidente inspiración francesa —Glass estudió con Boulanger—, tan centrada en el timbre y la textura, que, escuchada después de Ravel, revela su condición mortal e imperfecta. En coordenadas cinematográficas similares también se mueve El Chan, obra escrita expresamente para las Labèque por el rockero y guitarrista Bryce Dessner (1976) inspirada en una leyenda mejicana y dedicada a Alejandro González Iñárritu, para el que Dessner ha compuesto música para el cine. Obra meritoria, descriptiva, fácil para el oyente habituado a los códigos musicales de las películas y series contemporáneas. De ambas obras las Labèque ofrecieron interpretaciones de enorme empaque, superando con holgura las demandas técnicas y expresivas. En Glass nunca se perdió la sensación de cuento, como en Dessner la imagen de ese desierto mejicano.
El colofón de la velada lo puso el arreglo para dos pianos de Irwin Kostal de pasajes del celebérrimo West Side Story de Leonard Bernstein. La shakesperiana historia del musical de Broadway y de la posterior película de Robert Wise es bien conocida. La música de Bernstein es pura descarga eléctrica. Un torrente de inspiración, energía, aires latinos, jazz y swing en el que se zambulleron las Labèque, dejándose arrastrar por él, y con ellas, el público, que vibró con un electrizante Something’s coming, una anhelante y enamorada Maria o una arrebatada America.
C. Crespo García
(foto: María Cariñanos)