CÓRDOBA / Lugansky o la precisión poética
Córdoba. Teatro Góngora. 17-XI-2021. XIX Festival de Piano Rafael Orozco. Nikolai Lugansky. Obras de Beethoven, Franck, Bach/Rachmaninov y Rachmaninov.
El gran Isidoro Valcárcel Medina, en su libro de conversaciones con Eugenio Castro, propone juguetonamente definir lo poético a partir del acto de cruzar una calle. “(…) Poneos a mirar el cruzar de la gente, el paso y el gesto, el trazado y la velocidad. Combinadlo todo y cuando os dé cero, ahí está el poeta (…) Cruzar la calle sigue en pleno vigor, ya que no hay que prepararse para ello, no hace falta estar inspirado, basta con la necesidad de hacerlo”. Recordaba estas palabras tras finalizar Lugansky la ejecución de La tempestad de Beethoven, porque así había sido así. Exacto. Ni más, ni menos. Cero. Como ver cruzar a alguien la calle. Únicamente la pura necesidad de hacerlo. La poesía.
Pero intentemos un nuevo comienzo. Interesante programa el planteado por Nikolai Lugansky en el marco del Festival de Piano Rafael Orozco. Beethoven y Franck en la primera parte, y Bach por Rachmaninov y el propio Rachmaninov para la segunda. En vivo, lo primero que llama la atención es el sonido poco ‘ruso’ de Lugansky. Esperábamos más potencia, más despliegue técnico. Lo que encontramos fue un pianista que huyó intencionadamente de sobrecargar las explosiones sonoras, que tendieron a sonar contenidas, prudentes, y que, sin embargo, se solazaba en los remansos líricos, donde hacía alarde de un control extremo en el peso de la pulsión de la tecla y en la elasticidad del tempo.
La Sonata “La tempestad” comenzó mágicamente, con un arpegio suave que parecía una brisa entrando por la ventana. A partir de ahí, el Allegro inicial se desplegó con mimo y cuidado, sin cargar las tintas, con una visión profundamente clásica. El Adagio se benefició de esa combinación de solidez y ligereza, alcanzando cotas de gran belleza y naturalidad. El Allegretto final tuvo el carácter atribulado y melancólico, mas no agitado, deseado, dejándonos, al finalizar, con la impresión de haber sido testigos de una confesión íntima.
Menos cercano al mundo sonoro del pianista, el Preludio, Coral y Fuga de Cesar Franck pide una turbulencia y una exuberancia que Lugansky no supo o no quiso dar. Así, el Preludio sonó más austero de la cuenta, el Coral, sin embargo, sí se ajustó como un guante a los medios del pianista, y en la Fuga, las partes más severas se beneficiaron de la limpieza y precisión del mecanismo del pianista. En la segunda parte ya, las piezas de la Partita n° 3 de Bach arregladas por Rachmaninov nos devolvieron al mejor Lugansky, tamizando la música bachiana, orlada de sutiles toques expresivos románticos añadidos por Rachmaninov, con un toque aéreo y perlado.
La selección final de los Etudes-Tableaux de Rachmaninov sonaron musicales, rigurosos, liberados de cualquier sobreañadido expresivo extra del artista. Destaquemos la marcha obsesiva del n° 1 y el juego cambiante y sutil de la figura rítmica, a modo de idée fixe, del n° 2 del Op. 33, o la magia del n° 4 del Op. 39. Correspondió Lugansky el cariño del público con dos propinas apropiadas, Lilacs de Rachmaninov, y un Estudio revolucionario de Chopin inusual por sobriedad, sentido del canto y la expansión lírica y elegancia.
C. Crespo García
(Foto: Jean-Baptiste Millot)