CÓRDOBA / Luces, sombras y silencios conmovedores

Córdoba. Gran Teatro. 13-I-2022. Artaches Kazarian y Hoang Linh Chi, violines. Orquesta de Córdoba. Directora: Virginia Martínez. Obras de Schnittke, Mozart y Haydn.
No es habitual encontrar en la programación concertística actual obras de Alfred Schnittke (1934-1998). Pasada una época más propicia, coincidente con el último tramo de su vida, donde la presencia del compositor soviético estaba vinculada a los grandes nombres que campeaban su música (Rostropovich, Abbado, Kremer…), su singularísima obra parece desgraciadamente haberse esfumado sin justificación alguna. Por eso la propuesta de la Orquesta de Córdoba de unir dos de sus obras más ‘accesibles’, como son la Suite en estilo antiguo (1972/1982) y el divertimento Moz-Art à la Haydn (1977) junto a dos sinfonías de Mozart y Haydn, las coincidentes en numeración ‘31’ de ambos autores, era, a priori, un aliciente para el melómano curioso. También un programa acertado, tejido en torno a la relación de deuda reconocida por el propio Schnittke con los grandes clásicos austríacos en su etapa de formación musical en Viena.
Sustituyó al inicialmente previsto David Reiland la joven directora Virginia Martínez, que volvió a deslumbrar por segunda vez ante la Orquesta de Córdoba por su gran musicalidad, su manejo no forzado del flujo sonoro, que adquiría bajo su batuta una gran naturalidad, su propuesta estilística informada para con los autores clásicos (Mozart, Haydn) incorporando decisiones de carácter estilístico (violines antifonales, baquetas duras) sin imponer tempi inejecutables, para desahogo de la sección de cuerda. Loable labor la de la directora murciana que compareció a la cita con muletas y dirigió el concierto sin poder apoyar el talón derecho del pie en toda la velada.
Podríamos decir que el concierto mismo comenzó desde el minuto de silencio guardado por la memoria de la concejal y consejera de la orquesta Amparo Pernichi, repentinamente fallecida esta semana. Y es que, con un pórtico así, tan sentido como luctuoso, la música, el divertimento, la sonrisa o el experimento que íbamos a escuchar surgieron bajo la sombra inexorable de lo fugaz que existe en todo lo humano. La Suite en estilo antiguo mostró, desde el inicio, la capacidad camaleónica de Schnittke de transformar materiales procedentes de sus bandas sonoras en un homenaje neoclásico al género barroco. La Sinfonía nº 31 “París” mozartiana se desplegó ante nuestros ojos y oídos de manera ordenada, encantadora, fluida, con un primer movimiento bien construido y un segundo con un juego elegante y expresivo de acentos de las cuerdas en la parte fuerte del compás. En la Sinfonía n 31 “Llamada de Trompa” de Haydn, presentada bajo los mismos parámetros interpretativos, las trompas pasearon por toda la obra mostrando seguridad y capacidad melódica. La bien construida secuencia de variaciones en el Finale culminó con plenitud la obra y todo el concierto.
Dejo intencionadamente para el final esa humoresque que es Moz-Art à la Haydn, una parodia-homenaje de Schnittke a otras bromas musicales de Mozart y Haydn —en todo el espíritu socarrón de la pieza o en el simulacro final de los Adioses, con los músicos abandonando el escenario—. La bruma tímbrica inicial se desarrolló en la oscuridad de la sala, que no se iluminó hasta la irrupción de la cita mozartiana de la Pantomima KV 466. Artaches Kazarian y Hoang Linh Chi, primeros violines de la orquesta, se emplearon a fondo en su diálogo central, entre ellos y con el resto de instrumentos. Llegados al final, bajo una iluminación menguante hasta, de nuevo, la oscuridad absoluta, asistimos, atónitos, a una inesperada experiencia multirreferencial: se estaba despidiendo la obra citando otra despedida —el acongojante final de la Quince de Shostakovich— mientras se iban los músicos —los Adioses haydnianos— en un concierto convertido, terriblemente, en una despedida institucional y cultural de una persona querida y admirada. Después de aquello solo podía advenir la conmoción.
C. Crespo García
(Foto: Paco Casado)