CÓRDOBA / Liturgia para un tiempo nuevo
Córdoba. Gran Teatro. 13-IV-2023. María Ogueta, mezzosoprano. Joven Coro de Andalucía. Orquesta de Córdoba. Director: Salvador Vázquez. Obras de Debussy.
El octavo concierto de abono de la Orquesta de Córdoba se convirtió, a la vez, en trance y parteaguas de la historia reciente de la orquesta a cuenta de la traumática salida de su titular, Carlos Domínguez-Nieto, en los días previos. Pero intentemos ensayar algo por escrito a modo de contexto.
En 2021, el contrato de Domínguez-Nieto fue renovado dos años más por unanimidad del Consejo Rector a la vista de los excelentes resultados artísticos conseguidos, desoyendo de esta manera las reclamaciones del comité de empresa de la orquesta. Una encuesta interna entre los músicos rechazaba mayoritariamente al director y le suspendía en valoración. Se alegaba “incompatibilidad ambiental”. La decisión, por fuerza, tuvo que tensar aún más el clima interno. En medio de este espinoso escenario, el año pasado se produjo un relevo importante en la Gerencia con idea de introducir aires nuevos y el propósito firme, inevitable para cualquier institución cultural pública de hoy en día, de ampliar y diversificar públicos «rompiendo la liturgia» de la música clásica. Mientras, los habituales del Gran Teatro, desatentos a estas cuestiones internas, vivían su particular luna de miel con el titular al que identificaban como responsable último de una cadena de conciertos memorables, donde la Orquesta, con inusual regularidad, daba lo mejor de sí. Este comentarista, que no es ni periodista ni musicólogo, señalaba entonces a la Orquesta como la primera institución cultural de la ciudad por la calidad de sus logros.
Es entonces cuando, en el marco de un concierto didáctico para escolares a mediados de marzo, la invitación hecha a unos niños con necesidades especiales a abandonar la sala para que no molestaran con sus ruidos —¡ay, la liturgia!— desató la caja de los truenos. La indignación de los responsables y las familias del centro escolar permeó hasta las instancias políticas superiores, que, ante la magnitud del escándalo y la difusa respuesta de Domínguez-Nieto, optó por cesar al director. Antes, la institución hizo movimientos en vano para conciliar las partes y apuntalar el prestigio amenazado. Las conversaciones que se produjeran esos días antes del cese quedarán ignotas y reservadas al ámbito de lo privado de las partes implicadas. La decisión, a la vista de los hechos, fue lógicamente saludada con alegría por algunos miembros de la Orquesta.
Existía, por tanto, una cierta electricidad ambiental previa en el reencuentro del público con la Orquesta. Un sector del público señaló directamente a la formación como responsable última de la caída del titular, y así lo manifestó con algún abucheo aislado. Para más inri, este era uno de esos programas especiales reservados para Domínguez-Nieto, un monográfico de Debussy donde la expectación era máxima… En el rápido proceso de la búsqueda de sustitutos para lo que resta de temporada, la Orquesta se puso en manos del joven Salvador Vázquez, para quien no habrá sido fácil lidiar con la convergencia de tanta circunstancia.
El programa era de órdago: Preludio a la siesta de un fauno, Nocturnos, la juvenil e infrecuente cantata La Damoiselle élue (1888) y El Mar. Las interpretaciones fueron correctas pero sin nada especial que destacar de ellas, lo que en Debussy significa que no aconteció la magia sonora. La flauta al comiendo del Fauno sonó lejana y algo alicorta en el aliento de la dulce melodía inicial. Las arpas, que adquirían un relieve inusual y tapaban puntualmente al resto de instrumentos, fueron, luego, incomprensiblemente inaudibles en El Mar. Nubes comenzó de forma rutinaria, con unos clarinetes monótonos en la melancólica idée fixe que abre la pieza. En Fiestas, con una marcha sin el relieve que pide el arco de intensidades, no se llegaba a hacer justicia al espíritu orgiástico de su propio título. En esa línea transcurrió Sirenas, con una intervención solvente y algo apurada en el agudo del Joven Coro de Andalucía, o, ya en la segunda parte, El Mar, con momentos límpidamente expuestos o de enorme contundencia, como los finales de los movimientos extremos, pero al que se echó en falta una visión global más unitaria y un mayor sentido del flujo sonoro. Para el que esto firma, la expectativa inicial devino finalmente en aburrimiento. Salvemos de la velada esa curiosidad que fue escuchar la cantata La Damoiselle élue, obra primeriza escrita bajo el influjo del sol parsifaliano, donde volvió a participar el Coro Joven de Andalucía y el acertado desempeño de la mezzo María Ogueta en una parte que primó el recitado sobre el canto.
Para añadir más complejidad a la velada, en la segunda parte el alumnado del Colegio Los Califas, que había permanecido en el patio de butacas hasta entonces, un poco aburrido e inquieto, dicho sea de paso, hizo de telonero de la marina debussyana interpretando su propia adaptación de la obra pertrechados de tambores oceánicos, tubos que suenan a viento, flautas y conchas. Era la culminación de un proyecto educativo de tres meses desarrollado con la Orquesta que dio como fruto un paisaje sonoro refrescante y transparente, una cesura de autenticidad musical hecha de sugerencias y resonancias que templó los ánimos y sirvió de evasión puntual de los acontecimientos. Éxito de una propuesta tan inteligente como innovadora en Córdoba que, paradojas de la vida, tuvo que presentarse el día donde seguían resonando con fuerza los ecos de aquel concierto didáctico de marras que todo lo enturbió. La velada se dilató de esta forma en demasía, con una primera parte de una hora y cuarto donde hubiera cabido con holgura, por ejemplo, la Séptima de Bruckner (¡!)
Tocan tiempos de repliegue para la Orquesta de Córdoba. De templar las revoluciones y mimar todo lo humano y lo artístico que la rodea. Es tiempo de pedagogía y de restauración de los lazos entre la institución, el público y la crítica, y de promover la comprensión de que todas conforman un ecosistema interdependiente entre sí de gran fragilidad. Minimicemos los daños. Miremos de reojo lo que está ocurriendo con la ROSS. Alcanzar esta comprensión se convierte en el horizonte deseable de una nueva manera de hacer, una nueva, ahora sí, liturgia, tan necesaria para equilibrar las tensiones existentes en el nuevo tiempo que inauguramos.
C. Crespo García
Foto: Rafa Alcaide