CÓRDOBA / Leonel Morales: Sentido y Objetividad

CÓRDOBA / Auditorio del Conservatorio Superior de Música. 21-XI-2019. XVIII Festival de Piano ‘Rafael Orozco’. Recital de Leonel Morales. Obras de Beethoven, Liszt y Ravel.
Después de veinte años volvía a Córdoba a dar un concierto el pianista hispano-cubano Leonel Morales, interpretando obras de gran enjundia del más destacado y admirado repertorio pianístico. La primera parte la dedicó a dos obras señeras del catálogo de Beethoven; más conocidas por su sobrenombre que por otros datos de su identificación: las sonatas Apassionata y Aurora.
Nada más iniciar su actuación, se pudo apreciar el planteamiento didáctico que iba a imprimir al recital, destacando dos ideas fundamentales: la búsqueda del sentido musical que tiene cada pasaje, cada tiempo y cada obra en su conjunto, y transmitir con expositiva objetividad su contenido. Estas dos fundamentales condiciones se las impone Leonel Morales desde el enriquecimiento que le supone ser maestro de varias generaciones de alumnos, sabiendo ver en ellos cómo reaccionan y responden ante el reto de aspirar a ser pianistas. Como complemento de tal función didáctica, cabe destacar que Morales ha sido fundador de concursos de piano y a su vez ha participado en multitud de ocasiones como jurado en muchos certámenes de esta clase. Por tanto, su visión interpretativa va más encaminada a mostrar la realidad de la música en toda su magnitud que a buscar un ensimismado lucimiento con equívoca aportación recreativa.
Bajo estas premisas abordó el Allegro que abre la Sonata Op. 57, “Apassionata”, dando un carácter expansivo a su interpretación partiendo de su misterioso inicio y revistiendo sus sonidos de un incandescente carácter dramático. Este aspecto se acrecentó a lo largo de su exposición, desde la diversa dinámica que apunta la escritura de cada uno de sus episodios, manteniendo una constante, contrastada y hasta áspera tensión, y así asumir el apremiante mensaje que ofrece el compositor. Fue muy interesante cómo quiso resaltar la función del bajo en el Andante y el tratamiento de los silencios como elementos configuradores de la esencia de este movimiento, sin caer nunca en el más mínimo manierismo. La pasión la desencadenó en el tercer tiempo manteniendo siempre embridado su discurso. Se produjo así el primer gran momento del recital, como manifiesta revelación explosiva del pathos de la obra sin llegar nunca a ese alarde innecesario y superfluo de gesticulación en el que suelen caer algunos intérpretes.
La igualdad de mecanismo fue uno de los aspectos llamativos del primer tiempo de la Sonata, Op. 53, “Waldstein” así como la claridad en su exposición bitemática, sabiendo encadenar las tensiones de ambas ideas con resolutiva eficacia musical. Se notaba la existencia de un sólido análisis previo para llegar a ese equilibrio donde reside la belleza de este tiempo poseedor de un endiablado contrapunto al final, del que hizo exhibición técnica. Su entendimiento del pedal se manifestó en el meditativo segundo movimiento, dando razón de ser a su función de reposo al conjunto de la obra y predisponer a la riqueza expresiva del rondó que la culmina. Fue aquí donde Leonel Morales supo quitar el pedal en esos momentos que justifican paradójicamente su necesidad, que en todo este episodio de la sonata funciona como mecanismo esencial de expresión. Terminaba así su visión del piano de Beethoven de manera determinante y axiomática, sustanciada en los contundentes cinco acordes con los que termina la sonata.
Con su interpretación de Gaspard de la nuit de Maurice Ravel, que abría la segunda parte del recital, se incrementaba la admiración por su forma de accionar el pedal, alcanzando palmaria demostración en el crescendo central de Ondine realizado con paroxística emocionalidad y contundencia extrema, para seguidamente hacer y mantener su diminuendo con preciso control de pulsación. Consiguió un tejido sonoro equilibrado en su expresión, merced a una técnica de regulación dinámica realmente admirable que predisponía al oyente a percibir su enigmático y seco final. El aire obsesivo de Le Gibet lo mantuvo con naturalidad metronómica sin menoscabo del carácter dramático de las combinaciones del obstinado y desalentado canto que se produce en este genial pasaje. El pedal nuevamente jugó un protagonismo esencial en crear su “languidecente” final. Scarbo lo forzó hasta el límite de la expresividad sonora, como si estuviera más pendiente del efecto que de la necesaria limpieza que requiere este asombroso pianismo con el que Ravel se sitúa en la constelación de los grandes maestros de la historia de la música para teclado.
Para cerrar, entró en el campo de exhibición que brinda la Rapsodia Española de Franz Liszt. Con esta obra quedó demostrado su instinto musical, su capacidad de adentrarse de manera culta en el folclore español y su poderío técnico debido, entre otras cosas, a la portentosa anatomía de sus manos que le posibilitan llegar a los imposibles intervalos lisztianos con natural facilidad. Todo ello estuvo enriquecido por la experiencia de toda una vida dedicada al piano en la doble disciplina de la interpretación y la alta docencia, que le están situando, en la madurez de su carrera y con autoridad, en un afianzado sentido artístico y un irrenunciable enfoque objetivo en su aproximación a cada obra y al pensamiento musical de cada compositor.
Una gran respuesta del público con un cerrado aplauso llevó a Leonel Morales a ofrecer dos piezas de su paisano el maestro Ernesto Lecuona, Malagueña y Gitanería. Interpretó estas dos obras con ese grado de autenticidad que sólo se aprende en las etapas primarias de la existencia humana manteniéndose para toda la vida como irrenunciable experiencias de autóctona conformación cultural. Fueron verdaderos regalos de sentimiento musical patrio.
José Antonio Cantón