CÓRDOBA / La excepción polaca

Córdoba. Gran Teatro. 9-XII-2021. Orquesta de Córdoba. Dirección: Carlos Domínguez-Nieto. Obra de Kilar, Lutoslawski y Chaikovski.
Con el título de Alla polacca, planteaban la Orquesta de Córdoba y su titular, Carlos Domínguez-Nieto un interesantísimo programa conformado por músicas infrecuentes de compositores polacos del siglo XX, raramente escuchados por estos lares, como Wojciech Kilar y Witold Lutoslawski, o músicas de inspiración directa en el país báltico, como es la Sinfonía tercera de Chaikovski.
El caso de Wojciech Kilar (1932-2013) es singular. Un músico internacionalmente conocido a partir de un trabajo tan circunstancial como certero, la banda sonora de la versión fílmica del Drácula de Bram Stoker, rodada por Coppola en los 90. Y es que en la turbulenta película del cineasta estadounidense tan lujosas era la presentación visual de la historia como el ropaje musical que lucía. No obstante, su categoría musical alcanza un rango mayor, y no solo por sumar otras afortunadas colaboraciones con cineastas de la categoría de Kieslowski, Zanussi o Polanski (El pianista), sino por composiciones puramente clásicas de gran factura como es el caso de Orawa (1986), un continuo para orquesta de cuerda trepidante, propulsivo como una locomotora, que arranca de una figura melódica inicial repetida por el concertino y sobre la que se va construyendo un gran crescendo.
Kilar, como otros compañeros de generación, no renuncia al melodismo, puerta de acceso de cualquier público a la música, sino que lo cruza con procedimientos que podríamos considerar inspirados en el movimiento minimalista, con Glass, que casualmente también puso música a otro Drácula, como la referencia que viene inmediatamente a la mente. Domínguez-Nieto marcó la entrada de Orawa con suavidad, limando las aristas de la frase inicial y apostando por una interpretación atmosférica, controlada en sus subidas y bajadas de intensidad. La obra pide una unidad de entonación en la sección de cuerda que no siempre se consiguió en los diez minutos escasos que dura la obra. El júbilo con que fue saludada por público al concluir al final merece ser anotado en la conversación interminable acerca de nuestra difícil relación con la música de nuestro tiempo, y que, de alguna manera, apunta directamente a la problemática del arte del bien programar.
El gran Witold Lutoslawski (1913-1994), una de las glorias del siglo XX, no precisa presentación. En su Pequeña Suite de Danzas (1951) supo conjurar el control formal impuesto por el régimen soviético con el humor y el homenaje a su música más querida. Así, tras un feérico inicio de la primera danza, Fujarka, a cargo de flautín y violines, los rítmicos efectos de los ostinatos recordaban a Stravinsky, en la atmósfera soterrada y enrarecida de la tercera danza, Piosenka, escuchábamos ecos de Bartók. Ciertos sonidos agrios de la sección de cuerda no hacían sino contribuir, sin pretenderlo, a dotar de mayores acentos burlescos a la interpretación. En la Tanice final, orquesta y director consiguieron una rara y afortunada combinación especial entre lo cinematográfico y lo bailable.
El regreso a los atriles cordobeses de una nueva sinfonía de Chaikovski, en este caso la Tercera “Polaca”, apunta a que Domínguez Nieto tiene intención de completar el ciclo sinfónico del ruso en orden inverso, por lo que restarían por escuchar Segunda y Primera. El recuerdo de los aciertos de las interpretaciones pretéritas así como el refuerzo de la plantilla de la Orquesta, reservado para las grandes ocasiones sinfónicas, nos la prometía, de inicio, muy felices. Y, sin embargo, esta vez no terminó de cuadrarse el círculo del todo, y no solo por la irregularidad que presenta la propia partitura, de la que el mismo Chaikovski dio cuenta, sino por leves caídas de tensión y puntuales desajustes instrumentales. Con todo, el primer movimiento, iniciado de manera quejumbrosa, fue llevado con el brío y la alegría pedidos hasta su conclusión, el Andante elegiaco intermedio dejó algunas frases líricas fraseadas con amplitud y gran belleza y el Allegro con fuoco del final triunfó por su solemnidad, con una fuga muy bien llevada. Y es que con Chaikovski parece siempre cumplirse aquella maldad que decía el recordado Thomas Beecham…
C. Crespo García
(Foto: Paco Casado)
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