CÓRDOBA / Festival de Piano Rafael Orozco: trascendental, ma non troppo
Córdoba. Conservatorio Superior de Música. XX 11-XI-2022. Festival de Piano Rafael Orozco. 11-XI-2022. Misha Dačić, piano. Obras de Scarlatti, Scriabin y Liszt.
Nuevo concierto de la edición en curso del Festival de Piano Rafael Orozco, de vuelta a su sede principal, el auditorio del Conservatorio Superior de Música, y a su práctica usual, esto es, descubrir talentos pianísticos ignotos para el público cordobés no especializado. Bajar de la estratosfera sokoloviana en la que quedamos instalados desde la inauguración, con las notas de las Variaciones Heroica aún resonantes en nuestra memoria, y volver a un sonido instrumental, a una sala o una técnica interpretativa que, aun siendo en este caso excelentes y de gran nivel, las sentimos más cotidianas y menos sorprendentes, produce, inevitablemente, una leve contrariedad, pero que, por contra, dada la proximidad en el tiempo, ayudan a terminar de dar la medida final del prodigio obrado por el doctor Sokolov y su gabinete de experimentación sonora.
Recalaba en Córdoba el serbio Misha Dačić (1978), alumno de Lazar Berman, afincado en España y habitual a nuestras salas de concierto, precedido de una vitola de músico extraordinario y de poderosa pulsación, para ofrecer un interesante programa con obras de Scarlatti, Scriabin y Liszt. Un programa muy bien armado, muy de pianista de gran aliento, con una selección de autores bastante frecuente hoy en nuestras salas de concierto. En cualquier caso, el interés mayor recaía en la oportunidad de escuchar en vivo en la segunda parte una selección de los impresionantes Estudios de Ejecución Trascendental S. 139 de Liszt, unas obras que parecen compuestas para marcar la frontera de lo que es humanamente posible extraer a un instrumento como el piano.
Dačić combina una gran agilidad digital con una fuerza percutiva imponente que arranca del instrumento un sonido brillante y reverberante. El fraseo, solventado con facilidad cualquier escollo técnico, es amplio, variado y elegante, tendiendo con más alegría al encrespamiento y a los momentos tormentosos que a la efusión lírica de las partes más cantables de la música. Con estos mimbres se alcanzaron muy buenos resultados en Scriabin, donde el sonido fuerte y directo, sin espacio para delicadezas sonoras ni atmósfera delicuescente, convertían al moscovita en una suerte de Liszt cubista con un enfoque claramente vanguardista. Es una opción. El Enigma op. 51 n° 2 sonó por momentos a Messiaen, tal fue su intensidad y abstracción. La Sonata n° 7 op. 64 “Misa Blanca”, por ejemplo, sonó desatadamente satánica, sin medias tintas.
Lo de la fuerza percutiva del serbio, que tanto ha destacado la crítica especializada, se hizo evidente desde el arranque mismo del concierto con una Sonata en Si menor, K 197, de Scarlatti afrontada desde un pianismo indisimuladamente romántico, que hacía saltar las equilibradas costuras barrocas del compositor italiano. Daba la impresión de una fuerza constreñida que aprovechaba los momentos más exaltados de los modos mayores del resto de sonatas del italiano interpretadas para desatarse y mostrar músculo sonoro. En realidad, todo el concierto, y sus diferentes obras, acabarían convergiendo hacia ese Mazeppa final, última obra del programa, en el que música y estilo se amoldaron con tanta naturalidad la una al otro, que, bajo ese prisma lingüístico lisztiano, se comprendía la mirada y el planteamiento hecho por el serbio de las obras precedentes de Scarlatti y Scriabin.
En la segunda parte del programa volvió el carácter tempestuoso y la agilidad deslumbrante para ofrecer una ejecución de gran virtuosismo y solidez, puede que más unilateral de lo deseable para quien esto firma, de los Estudios de Liszt. El asombroso despliegue de juego de manos y arpegios en el nº 6, Vision, o la poderosísima octavas de la sección central del nº 7, Eroica, no encontraron equilibrio con los remansos líricos, donde costaba encontrar la necesaria veta cantabile entre tanto fuego de artificio. Con todo, la lectura de Mazeppa, esa pertinente historia sobre el héroe ucranio fantaseada por Victor Hugo, fue de un poderío incontestable con unas progresiones de octavas dobles fulgurantes que nos clavaron en el asiento. Buen concierto, sancionado por el público con una calurosa, aunque contenida, ovación. Y es que, habiéndose dado todas las notas y toda la bravura que suele arrebatar, salimos con la sensación de que lo verdaderamente trascendental no había terminado de ocurrir.
C. Crespo García
(Foto: María Cariñanos)
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