CÓRDOBA / Festival de Piano Rafael Orozco: resiliencias de Yulianna Avdeeva
Traspasado el ecuador temporal y artístico que ha supuesto el Maratón Rachmaninov, llegaba el Festival de Piano Rafael Orozco a una de sus fechas señaladas de esta vigésimo primera edición con la presentación en Córdoba de la aclamada pianista rusa Yulianna Avdeeva (1985), todavía joven y, sin embargo, equipada de una trayectoria de enorme seriedad y coherencia cuyo pistoletazo de salida fue aquel Concurso Chopin de Varsovia ganado en 2010. Desde entonces Avdeeva se ha convertido en figura habitual de las principales salas de conciertos, ha colaborado con maestros importantes, como Brüggen —integral de los conciertos de Chopin con instrumentos originales (¡!)—, Currentzis, Honeck, Nagano o Dudamel, y como partenaire de solistas de prestigio como Gidon Kremer o Julia Fischer.
Avdeeva traía a Córdoba una muestra sustancial del contenido de su último disco, Resiliencia, dedicado a músicas de compositores que, por circunstancias históricas, atravesaron periodos de adversidad e incertidumbre vital, como son los casos de Prokofiev —Sonata para piano nº 8 en si bemol mayor op. 84 (1944)—, Mieczysław Weinberg (1919-1996) —Sonata para piano nº 4 op. 56 (1955)— y de Władysław Szpilman (1911-2000), el recordado pianista del gueto de Varsovia, —Suite La vida de las máquinas (1933)—, todo ellos afectados de maneras muy diversas por la Segunda Guerra Mundial —exilio interior, exilio exterior o internamiento en un campo de concentración, respectivamente—. La pieza de Shostakovich que completa el disco fue sustituida en el recital cordobés por la Polonesa-Fantasía op. 61 de Chopin, otro resiliente de manual.
De Avdeeva se puede empezar diciendo que, a nivel técnico, el mecanismo es esplendoroso por seguridad y agilidad. Desde ese punto de vista, todo el recital fue irreprochable y, para los oídos de los numerosos estudiosos y profesionales del instrumento congregados, un festín de control y dominio. Sin embargo, para el que esto escribe, la gama dinámica, siempre fina y sensible en los pasajes que iban del piano al pianissimo, no terminaba de sonar liberada y contrastada en los pasajes que demandan más intensidad, dando una ligera impresión de achatamiento del sonido. ¿Sería cosa del instrumento? ¿De la acústica de la sala? ¿De la posición de la butaca?
La Polonesa-Fantasía chopiniana se abrió sin misterio, sin invocar lo poético, y con una vaga sensación de no saber hacia dónde conducir el momentum musical. Con la entrada del ritmo de polonesa, la interpretación tampoco consiguió remontar el vuelo por la rigidez imprimida a la base rítmica, que lastró la condición danzable inherente de la pieza, como sucedería más adelante en la sección a ritmo de vals del Vivace de la sonata de Prokofiev. Tras escuchar las montañas rusas emocionales que en esta pieza lograban pianistas de la talla de Richter o Arrau, la visión de Avdeeva pareció en exceso introspectiva, poco ensoñada, un poco taciturna y timorata. La Suite La vida de las Máquinas de Szpilman que vino a continuación es una deliciosa curiosidad musical. Estéticamente se trata de una obra fácil de encuadrar en el año de su composición, 1933, por su lenguaje de vanguardia ecléctica o disidente, su sonoridad, que remite a los acompañamientos musicales del cine de la época, y algunas reminiscencias a los mundos sonoros de Bartok, primer movimiento, o Ravel, segundo movimiento. Aquí Avdeeva estuvo impecable.
Con la Sonata para piano nº 4 op. 56 (1955) de Weinberg, obra de gran requerimiento para cualquier intérprete, la pianista rusa comenzó a crecerse. Nos dio la impresión de que comenzaba a sentirse más en su elemento. El Allegro inicial trasmitió el adecuado carácter enigmático e interrogativo. El rapsódico Allegro siguiente fue fulgurante. Avdeeva lució mecanismo y dominio de la gama suave del piano para ofrecer un Adagio de gran belleza y línea cuidadísima. El Allegro final, que tanto muestra de la influencia shostakovichiana del compositor polaco, fue juguetón y percutivo.
Tras la pausa, el programa lo ocupó por completo la Sonata para piano nº 8 en si bemol mayor de Sergei Prokofiev, obra paradójica, coetánea de su Quinta Sinfonía, compuesta en un “estado de gran optimismo”, como señalara Mira Mendelson, compañera del compositor, pese a la terrible situación de la guerra. Con los temas líricos del inicio del Andante dolce, Avdeeva volvió a transmitir esa sensación de indefinición donde las diferentes secciones se iban sucediendo por yuxtaposición sin que se percibiera interés en trabajar la agógica en las transiciones. Por contra, el desarrollo fue adecuadamente trepidante con su sucesión de esas rítmicas figuras tan características del compositor. El Andante sognando tuvo la adecuada atmósfera de callejón de espejos deformantes donde un tema tomado del Eugenio Onegin se distorsionaba. Para finalizar, el Vivace fue una demostración de suficiencia de medios por la endiablada escritura, a pesar de esa sección de vals que hubiéramos querido menos rígida. Dos impecables propinas de Chopin, el Nocturno póstumo y la Mazurca nº3 op. 30, remataron un concierto recibido con gran cariño por el público.
C. Crespo García
(foto: María Cariñanos)