CÓRDOBA / En busca de lo jondo

Córdoba. Teatro Góngora. 11-IX-2020. Festival Internacional de Piano del Guadalquivir. María Dolores Gaitán, piano. Orquesta de Córdoba. Director: Carlos Domínguez-Nieto. Obras de Turina, Abéniz/Guinovart y Falla.
Huyendo de la quema pandémica finalmente se está pudiendo desarrollar este destival creado hace once años por la inquieta pianista de Villa del Río María Dolores Gaitán. Ante las dificultades actuales se ha echado mano de la fantasiosa y tan andaluza improvisación y, sobre la marcha, con un rápido golpe de timón, se ha podido levantar una muy jugosa y atractiva programación montada en torno a cuatro conciertos bien disímiles, que nada tenían que ver con lo ideado en primer lugar, pues lo que se preveía era viajar por las cinco provincias que bañan el río grande, bajo el lema de ‘Imágenes del Guadalquivir’.
El lema o leitmotiv de la muestra se ha centrado en la palabra, de tan amplio signifidado, Retrospectiva, que aboga por remarcar la idiosincrasia del festival, aquella que potencia la sinergia con otras artes y que da cabida también a lo nuevo, lo que en este caso aparece especialmente concentrado en la última sesión de la muestra, que alberga el estreno de distintas obras. Nos ha cabido la oportunidad de asistir al segundo de los conciertos programados, en el que se ha contado por primera vez con la Orquesta Sinfónica de la ciudad, cuyo titular es en estos es el madrileño de 48 años Carlos Domíngez-Nieto, un artista que se ha hecho una muy sólida carrera en podios y fosos de Alemania y Austria. Antes había sido asistente de la JONDE.
En el concierto que comentamos se ha podido apreciar la armonía y seguridad de un gesto amplio y levemente caracoleante en el manejo de una batuta que bate en todos los planos con claridad y en la ágil disposición de una mano izquierda atenta y definitoria. Una actitud no exenta de una leve ampulosidad que la orquesta cordobesa parece admitir con naturalidad y buen aire, lo que ayudó a forjar una muy ajustada interpretación de las cuatro páginas albenicianas que en su día orquestara Albert Guinovart (Frühbeck de Burgos lo había hecho ya con algunas años atrás). Primero fueron tres: Asturias, bautizada como Leyenda, es en realidad el Prélude, primer número de Chants d’Espagne, publicado en 1893, aunque en realidad estaba inserta en el cuaderno titulado Suite española. La página se caracteriza por la repetición inacabable de la nota re, que nos lleva al mundo de la guitarra, con su típico punteado. La línea melódica –marcato il canto– es de impronta inconfundiblemente andaluza. El sol menor dota de carácter crepuscular a la composición, que fue bien entendida por la batuta.
Cádiz, definida como Canción, nos introduce también en el universo guitarrístico. Se trata de una evocación de extremado refinamiento de tono confidencial, un tango-habanera de estructura bipartita, que fue aquí bien balanceado, aunque sin alcanzar la depuración deseada. Castilla, que es la pieza de mayor virtuosismo y que proviene igualmente de la Suite española, es un Allegro molto, en 3/4 y fa mayor, muy animado, propio de la seguidilla, que escuchamos bien ritmado. A ellas Guinovart unió posteriormente Córdoba, que formaba parte de Cantos de España y que es una muy bella e inspirada romanza.
El director acopló bien las voces, trazó con fluidez las líneas y animó los pasajes de mayor impronta rítmica, bien que no se alcanzara siempre el ansiado refinamiento. La tímbrica de la Orquesta cordobesa no es muy rica y su espectro sonoro no posee excesiva amplitud, aunque Domínguez-Nieto buscó en todo momento la siempre difícil estilización, que se persiguió asimismo en Noches en los jardines de España, esa racial y “jonda” recreación de lo más auténtico de la Andalucía profunda trazada con propiedad y ecos de un impresionismo un poco a trasmano pero evidentemente querido por el compositor, que la subtitulo “impresiones sinfónicas” .
Nos dio la sensación de que Domínguez-Nieto persiguió esa dimensión diríamos que afrancesada, aunque sin lograr la exquisitez colorista y la finura ideales, lo que no casó del todo, pese a la bastante conseguida justeza rítmica, con la línea pianística marcada por María Dolores Gaitán, que ahondó en las esencias populares de la partitura, que parece entender como una emanación de la tierra que la vio nacer y desplegó con ardor y entrega su buena técnica de ataque a la nota, su buen manejo del pedal y su muy natural fraseo, conciso y preciso. Hubo de emplearse a fondo en distintas ocasiones en las que el tutti sonaba excesivamente fuerte, así en los pasajes de difíciles glisandos. El no del todo conseguido maridaje dejó, no obstante, minutos de intensidad reconocible y demostrativos de que, realmente, la composición es una espléndida mezcla de lo rústico, lo popular, lo agreste, lo elemental, sugeridos por la rudeza y la agresividad rítmica, las asperezas armónicas con la finura instrumental, la elegancia de los diseños, lo poderoso de los temas y la sutil sensualidad.
Puede que faltara esa “melancolía y ese misterio” que reclamaba el propio autor. Sea como sea, disfrutamos de una interpretación que no careció de empaque y que nos dio una positiva “imagen” de los tres jardines evocados: el Generalife, el ignoto del segundo movimiento, Danza lejana, y el de Las montañas de Córdoba. Un cierre emotivo y premiado por el respetable con cálidos aplausos y que daba remate a un concierto iniciado por la propia Gaitán con la recreación de la versión original para piano solo de las tres Danzas fantásticas de Turina: Exaltación, que nace bajo el ritmo sincopado de los bajos, Ensueño, Moderato, una suerte de extraño zortzico envuelto inopinadamente en un extremado lirismo, y Orgía, una danza realmente agitanada, valga la expresión, con también exultante proyección de la farruca, una copla garbosa donde las haya. Gaitán tocó así, con garbo y extremada finura. Quizá echamos de menos un mayor impulso rítmico, un desbordamiento racial en algún momento. Un magnífico comienzo de concierto.