CÓRDOBA / El seductor sonido de Javier Perianes

Córdoba. Gran Teatro. 13-III-2021. Javier Perianes, piano. Obras de Beethoven, Chopin, Granados y Liszt.
Con el recital que Javier Perianes ha protagonizado en el Gran Teatro de Córdoba, el Instituto Municipal de las Artes Escénicas de la ciudad califal ha vuelto su mirada a los grandes intérpretes de música clásica que siempre tuvieron un lugar destacado en las temporadas de sus tres escenarios. Se presentaba con obras del más elocuente repertorio pianístico dedicadas a evocar dos expectativas singulares del ser humano como son el amor y la muerte, palabras que daban título al programa, con una marcada intención de destacar la segunda idea, dadas las marchas fúnebres interpretadas, contenidas en sendas obras de Beethoven y Chopin, la Sonata nº 12 en La bemol mayor op. 26 y la Segunda sonata en Si bemol menor op. 35, respectivamente, la balada El Amor y la Muerte, sexta pieza de Goyescas de Enrique Granados y Funerales, séptimo número de la colección Armonías poéticas y religiosas de Franz Liszt, cuyo título tomó el compositor de un famoso poemario del gran literato romántico francés Alfonso de Lamartine.
Perianes se acercó a Beethoven desde un inicial sentimiento schubertiano de gran lirismo, cálido y apacible, que sirvió para preparar la diversidad estética de las variaciones subsiguientes, destacando en la tercera, donde supo apuntar un sentido elegíaco que iba a mantenerse a lo largo del programa, y en la quinta junto a la coda, que asordinó con especial delicadeza. Así ponía en marcha su seductor sonido, que se reafirmó en el breve trío del Scherzo expuesto con manifiesto encantamiento. En un ejercicio de trascendente dramatismo, resaltó la densa armonización que posibilita su aire maestoso y descubrió cómo el compositor se estremece ante la muerte. Concluyó con misterio el ligero y hasta podría calificarse centelleante Allegro final rubricando con determinación la función integradora de este movimiento para el entendimiento global de esta hermosa sonata.
Desde el primer acorde de la Sonata op. 35 de Chopin, el pianista onubense hizo gala de una gran concentración, que le impulsó a calcular las tensiones y contrastes que plantea el autor en el primer movimiento, terminando con apasionada brillantez su ejecución. Volvía a un dictado elocuente del trío que contiene el intrépido Scherzo, dándole un aire de vals lento que sosegaba los efectos de precipitada danza que caracterizan el ímpetu de las partes extremas de este tiempo. El piano-control de Perianes llegó a un punto culminante de casi ensimismamiento en la Marcha fúnebre, al cantar la aparente sencillez de su trío con verdadero sentido poético y trascender así el sonido del instrumento. Las distintas oscilaciones dinámicas que expresó en el Presto final con un manifiesto punto manierista impidió la regularidad de intensidad de sonido que pide la furia cromática de este agitado pasaje, donde debe pasar desapercibido ese aspecto singular del pianismo chopiniano cual es la referencia a lo que se ha dado en llamar ‘punto de apoyo’, que iguala la intensidad de pulsación y uniformiza el desplazamiento de la manos, esenciales aspectos técnicos para alcanzar la esencia expresiva de este muy atrevido movimiento.
Tras dos páginas con las que Enrique Granados sublima la música de salón, Requiebros y El Amor y la Muerte, Perianes demostró su idiomático sentir del pensamiento pianístico del compositor ilerdense, de manera especial la segunda, adentrándose en el dolor que destilan sus pentagramas, tratando que sus repeticiones temáticas no saturaran al oyente, uno de los peligros conceptuales de esta obra si no se interpreta cada una de ellas como únicas y diferentes
El recital terminó con una meditada interpretación de los Funerales de Franz Liszt. La proyección de su discurso se percibió con una orientación fáustica en sus contrastes, que me llevaron a recordar la monumental versión de Isidro Barrio, uno de los primeros pianistas españoles que llegó a aproximarse a la revolución técnica y romántica del genio magiar sin prejuicios, aceptando su poliédrica personalidad artística. Más que interesante fue el cuidado con que supo contrastar los curiosos y hasta sorprendentes cambios tonales de este pianístico poema fúnebre, dentro de un proceso de alta maduración en lo técnico y definida comprensión en lo musical. Ante el justificado entusiasmo colectivo, Javier Perianes volvió con su seductor sonido al arte de Granados haciendo una sugestiva recreación de sus Quejas o La maja y el ruiseñor, la cuarta de sus Goyescas, que interpretó con esencial fascinación e intimismo contenido.