CÓRDOBA / El enigma Leonskaja

Córdoba. Teatro Góngora. 30-XI-2022. XX Festival de Piano Rafael Orozco. Elisabeth Leonskaja, piano. Obras de Mozart, Beethoven y Schubert.
Un lapsus de memoria en la variación jazzística de la Sonata op. 111 de Beethoven nos hizo temer lo peor. Fue un microsegundo, pero se nos quedó clavado como un dardo en el corazón. Antes, en el Allegro con brio ed appassionato, se habían sucedido los roces, las notas falsas, algunos momentos de aflojar riendas para respirar en medio del torbellino que parecían denotar cansancio, merma de capacidades… Leonskaja no parecía cómoda. ¿El calor de la sala? ¿El ruido del público? Hasta ese momento habíamos asistidos atónitos a una interpretación de ensueño de la Sonata nº 18 en Re mayor K 576 de Mozart, tocada con una naturalidad y la delicadeza como si contempláramos la formación de un carámbano o el germinar una flor. Un fenómeno de la naturaleza. Y el arranque beethoveniano, de grave y huraño, parecía escucharse la voz del compositor emergiendo del mundo de los muertos por medio de los poderes de una médium. Pero Leonskaja, ya digo, no estaba cómoda. Con el alma en vilo continuamos tras el lapsus. A partir de ahí yo no sabría describir qué pasó. Los artistas suelen crecerse más allá de sí mismos ante cualquier atisbo de una catástrofe inminente. Y eso fue lo que hizo la pianista georgiana. En la cuarta y la quinta variación del Adagio molto, semplice e cantabile inundó la sala con un fulgor resplandeciente. Desde la caja del piano, ante nuestros atónitos oídos, emanaba la armonía de las esferas. Nos fuimos al descanso aturdidos de tanta belleza.
Pero lo que aconteció en la segunda parte con la Sonata en Si bemol D 960 de Schubert rebasa con creces cualquier pretensión crítica, cualquier tentativa de atrapar en una red de las palabras una experiencia emocional que entra de lleno en otro orden de dimensión expresiva. Desde el inicio de la Sonata, en ese dilatado Molto Moderato llevado a un tempo richteriano, nota a nota, se fue levantando un auténtico monumento al dolor. Sólo desde este enfoque tan radical, tan desnudo, sólo desde esta manera de desgranar las melodías, de comprender el valor semántico de los trinos, puede caer el velo y revelarse el verdadero rostro de esta música. Un canto estremecido pero sereno ante la inminencia de la muerte. Los lúgubres trinos en la zona grave nos recordaban lo acechante de su presencia. Toda la parte del final del desarrollo, cuando resuena dolorosamente en ritornello la melodía inicial transida de melancolía, se convirtió en una Vía Dolorosa. Tras un primer movimiento así, asomado al abismo de la nada, nada más necesitaba decirse. Pero el viaje de invierno prosiguió, con un Andante sostenuto tendente al silencio y sumamente desmaterializado, donde la pianista desplegó un exquisito juego de manos cambiadas. Ni siquiera la dulzura del Scherzo o el animado Allegro ma non troppo, con sus momentos de rabia, arrojaron algo de luz a este camino de tinieblas.
Con la última nota despertamos del trance. Habíamos asistido, sin saberlo, a una sesión de espiritismo. Lo más parecido a una especie de hipnosis colectiva, si eso existiera. Dudo mucho que haya ocurrido recientemente en Córdoba una experiencia artística de calibre similar. Juan Miguel Moreno Calderón debe estar orgulloso. La Delegación de Cultura del Ayuntamiento de Córdoba, organizadora del Festival Orozco, también. Este punto y aparte, hasta la edición del año que viene, colma todas las expectativas y plantea todas las incógnitas. Y es que, como decían los antiguos, cada cosa, en cada época, camina junto a su contraria. Y mientras tanto, en ese devenir, suceden enigmas como el de Elisabeth Leonskaja.
C. Crespo García
(Foto: María Cariñanos)
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