CÓRDOBA / El arte de la sustitución
Córdoba. Gran Teatro. 7-IV-2022. Orquesta de Córdoba. Director: Heiko-Matthias Förster. Obras de De Baviera, Haydn y Dvorák.
La temporada en curso de la Orquesta de Córdoba tenía, entre sus fechas señaladas, el retorno de la triunfal Oksana Lyniv. Un memorable concierto en la temporada anterior, con una Cuarta de Beethoven rutilante, nos sirvió para descubrir el inmenso talento que atesora la directora ucraniana, que, unos meses más tarde, terminaríamos de constatar en un Holandés errante bayreuthiano inolvidable. Volver a contar con ella en nuestra programación de abono era, pues, un lujo para esta periferia de la periferia musical que es Córdoba. Además, el programa previsto incluía una referencia a otra ucraniana histórica, la Roxelana, que fuera esposa de Solimán el magnífico, la sultana rossa, culta, sabia. Mujer fuerte y fascinante en un siglo, el XVI, lleno de ellas. En estas vísperas ucranianas estábamos cuando la misma Ucrania se puso dolorosamente de actualidad, y ahí sigue, y la señora Lyniv terminó por cancelar aduciendo motivos de agenda por una nueva titularidad en ciernes.
Hasta aquí el preámbulo. Luego llegó, sin hacer mucho ruido, el señor Förster, el sustituto, y puso inesperadamente la orquesta boca abajo. La pieza de apertura del concierto, la obertura de la ópera Talestri, reina de las amazonas (1760), en tres tiempos, es una obra tan agradable como intrascendente, escrita en un lenguaje clásico incipiente y cuyo mayor interés reside en la condición de su autora, María Antonia Walpurgis de Baviera, princesa que alternó sus deberes cortesanos con una esforzada dedicación a numerosos géneros artísticos. La interpretación no pasó de la corrección musical —la obra tampoco daba para más— y dejó, desde el mismo arranque, alguna señal inquietante de falta de empaste en los violines.
Nada hacía presagiar lo que vino después. Con los primeros compases de la Sinfonía 63 “La Roxelana” de Haydn allí empezó un pasmo que no cesó hasta los acordes finales de la Quinta de Dvorák. Cuerdas ahora sí empastadas, equilibrio de voces entre familias, potencia y rica gama de matices, inteligente juego de intensidades, flujo sonoro ágil, transparente, transiciones naturales y fluidas, con pequeñas y sutiles retenciones de tempo, y, sobre todo, sentido del idioma: cada compositor sonó con la voz que le es debida. En Haydn, el trabajo de acentuación de compás en la cuerda hizo ameno y variado el discurso “aristotélico” —en palabras de Reverter— del sinfonismo haydniano. En Dvorák, se desplegó todo el sentido del canto, de la tensión y el drama, de los momentos íntimos o de la evocación de la naturaleza que todos asociamos al autor checo.
La Orquesta de Córdoba desapareció ante nuestros ojos para que emergiera delante nuestra la música en toda su grandeza. La depuración sonora lograda sólo puede explicarse a partir de un concienzudo trabajo previo de ensayos, lo que se tradujo en un nivel de implicación física en el acto de la ejecución como pocas veces lo hemos visto a esta orquesta. El éxito fue absoluto. ¡Qué gran sustituto para tan gran sustituida! Y gran rendimiento, pues, de la orquesta, que vive días felices mientras en su horizonte inmediato se dibuja ya la inmensidad de la Missa Solemnis beethoveniana. Breve nota luctuosa final por el fallecimiento de uno de los músicos fundadores de la orquesta, el violinista Yamir Portuondo, en cuya memoria se guardó un minuto de silencio y se celebró, acto seguido, una hora y cuarto de música con mayúsculas.
C. Crespo García