CÓRDOBA / Destilación de Bruckner
Córdoba. Gran Teatro. 3-X-2019. Orquesta de Córdoba. Director: Carlos Domínguez-Nieto. Obras de Brouwer, Bruckner y Stravinsky.
Con un homenaje al maestro Leo Brouwer, director emérito de la Orquesta de Córdoba (OC), su actual titular, Carlos Domínguez-Nieto, ha querido recordar su figura en el año del ochenta aniversario del músico cubano con la interpretación de su Canción de gesta, obra con la que se ha iniciado la presente temporada de la OC, que se promete muy interesante. El motivo de la programación de esta pieza ha sido doble; por un lado el reconocimiento al fundador de la OC y, por otro, poner en práctica el valor del virtuosismo orquestal que encierra su contenido. Así hay que entender la espléndida interpretación conseguida por la formación cordobesa, que se ha identificado con eficacia técnica y entusiasta entrega al planteamiento de su actual director.
Este ha sabido realzar las inquietudes que reflejó Brouwer a mediados de la década de los setenta cuando, cambiando las orientaciones estéticas tenidas hasta esa época, se adentró en una expresividad post-moderna en las que todas las corrientes tradicionales tienen cabida con una originalísima manera de ensamblaje. La OC ha llevado a término su interpretación situándose en un ejercicio camerístico que hizo posible la compleja urdimbre de sus compases, logrando una interpretación que sorprendió al auditorio por el cuadrado ajuste que siempre mantuvo Domínguez-Nieto, eficazmente atento y detallista en la exposición de esta obra que, en los años posteriores a su creación, encumbró con justicia la figura del compositor como consumado conocedor de los secretos de la tímbrica orquestal.
Siguiendo con la inquietud de hacer música de cámara, uno de los ejercicios sustanciales que ha de plantearse toda formación instrumental con independencia de su número de componentes, se cerró la primera parte de la velada con el singular Octeto de Igor Stravinski. El director materializó en su gesto un detallado análisis de esta obra, conocedor del constante riesgo que significa expresar los retos que se propone en ella el músico ruso. Desde una persuasiva exigencia, posibilitó que la interpretación discurriera con rara fluidez sin menoscabo de los distintos estilos que se reflejan en sus pentagramas. Así dio sentido “haydiano” en la sinfonía que la abre, flexibilidad adaptativa a los diferentes aires contenidos en sus variaciones y, como si se tratara de un danzante juego sonoro, el Finale, donde los músicos se superaron a sí mismos logrando un alto grado de expresividad.
El momento cumbre del concierto se presentía desde que fue anunciado su programa con la inclusión de la versión de 1889 de la Tercera Sinfonía en Re menor, BAW 103 de Anton Bruckner, con cuya música descubrí la inquieta personalidad artística de comprometido intérprete de Carlos Domínguez-Nieto, concretamente en un concierto con la Orquesta Filarmónica de Málaga en mayo de 2017, con la que hizo una esplendorosa versión de la Quinta Sinfonía de este músico austriaco, que me llevó a titular mi comentario, publicado en la página web de esta revista, como “Consumado bruckneriano”. Tal juicio vino a confirmarse con el resultado obtenido con la Cuarta Sinfonía, “Romántica” el pasado mes de enero, ya como titular de la OC.
En esta ocasión se confirma sobradamente cómo ha logrado concatenar el proceso necesario para aproximarse al particular romanticismo, diríase místico, de tan singular sinfonista. Así, es obligado un profundo análisis previo, a partir de éste, una duradera implantación en la propia experiencia musical del intérprete y, consecuentemente, la posterior materialización de su construcción sonora. Dado el resultado artístico, esta sucesión de fases necesarias ante esta sinfonía, se han dado y percibido en la bondad de su recreación, que me ha llevado a recordar a grandes directores del siglo XX que, aprovechando el tiempo que hubo de transcurrir para la aceptación definitiva de Bruckner por el público, iniciada en los años veinte del pasado siglo y en constante crecimiento hasta los ochenta, fueron fijando los patrones estéticos de su pensamiento musical como una especie de kairós, simultáneamente al de Gustav Mahler y Richard Strauss, en cuanto a la asombrosa progresión del último sinfonismo romántico. En este orden de cosas pienso, desde el ámbito fonográfico, en Horenstein, referente en una Séptima mítica de 1928, en Furtwängler con una Novena sobrecogedora de 1944, en la integral de Jochum de los años setenta, en la imprescindible Romántica, sinfonía antes mencionada, de Böhm grabada en 1974, en la objetividad de la Primera de Karajan del año 1982 después sus espectaculares Cuarta y Séptima del año 1972, o en la transparente Séptima de Solti de finales de la década de los ochenta, sin olvidar los inefables logros de Celibidache ya durante su titularidad en la Sinfónica de la Radio de Stuttgart durante los años setenta antes de la asombrosa etapa final de su carrera con la Filarmónica de Múnich.
Sin pretender comparación pero tampoco poder evitar la experiencia de escucha, teniendo en cuenta la relatividad de medios, hay que decir que el maestro Domínguez-Nieto ha interiorizado la Tercera asumiendo los paradójicos contrastes entre sus movimientos así como las tensas diferenciaciones temáticas que contienen cada uno de ellos, reflejando su distinción en un gesto siempre claro y preciso, hasta el punto de dibujar con su batuta en el espacio la más mínima articulación, la exposición de abruptos cambios de ideas que se suceden en cortos espacios de tiempo, así como la extensa amplitud dinámica que constantemente propone el compositor, logrando la manifestación de sus monolíticos bloques armónicos, cuyo escaso tejido conectivo este director lo suple con un impulso rítmico que confiere al discurso esas particulares y suspendidas tensiones de carácter meditativo que aparecen en todas las sinfonías de Bruckner, quedando de alguna manera formalmente ya prefiguradas en la Inacabada y en La Grande de Schubert.
Pese a una acústica de reverberación muy escasa, la propia de los teatros decimonónicos de herradura, y una ajustada limitación de medios instrumentales, Carlos Domínguez-Nieto ha logrado confirmar su identificación con Bruckner más allá de lo que se puede experimentar en algunos directores con más fama que se limitan a leer la partitura sin, en momento alguno, imaginar siquiera el duende místico que encierra la música del que fue gran organista de la iglesia de la monumental Abadía de San Florián, cercana a Linz, ciudad austriaca donde se celebra anualmente el cada vez más importante Festival Internacional de Bruckner.
José Antonio Cantón
(foto: Paco Casado)